No hay nación en el mundo, grande o pequeña, que en su devenir histórico no haya tenido que enfrentar grandes problemas que interrumpen, en una u otra forma, el curso de su normal desenvolvimiento. Lo estamos viendo en Ucrania, un pueblo amante de la paz, de la libertad y del progreso social, cuyos gobernantes encabezados por Volodimir Zelenski han tenido que arrostrar la dura prueba de la invasión de su territorio, por las bandas armadas del dictador de la Federación Rusa, Vladimir Putin, que sin el menor rubor y en franca violación al Derecho Internacional, va dejando a su paso una devastación tenebrosa que podría resumirse en tres palabras: destrucción, muertes y ruinas.
El mundo está contemplando estupefacto como una pequeña nación, Ucrania, comparada con la potencia agresora, Rusia, ha podido resistir airosamente los embates por casi dos meses sin claudicar. Esto solo se explica por el amor inconmensurable que los ucranianos sienten por su país y por la decisión inquebrantable que tienen de vivir en libertad, ya que por la participación del régimen de Stalin en la década de los 30 en los asuntos ucranianos, saben perfectamente que la dictadura moscovita, al igual que los otros gobiernos que se presentan como sus aliados, lo único que les interesa es el bienestar de la nomenclatura parasitaria de los gobernantes y el sojuzgamiento de pueblos enteros bajo la más inicua explotación.
He traído esto a colación porque veo con marcada preocupación, cómo mientras la población de Ucrania cada día nos está dando pruebas de su indeclinable propósito de vivir en democracia y libertad —a pesar de que su problema es mayor que el nuestro— hay en un sector pequeño, pero notable de la colectividad nicaragüense, la funesta tendencia de querer impulsar una negociación que le permita a la dictadura de los Ortega-Murillo no solo quedarse ilegítimamente 5 años más al frente del gobierno y como consecuencia lógica de este despropósito, su perpetuación en el poder.
En todo caso, los nicaragüenses no debemos permitir que bajo el manto de una negociación se esconda el señuelo de la impunidad que buscan los responsables del vil asesinato de más de 350 compatriotas inermes; las torturas y vejaciones que sufrieron y siguen sufriendo centenares de secuestrados en las cárceles orteguistas y el éxodo obligado de más de 150 mil conciudadanos que hoy deambulan padeciendo toda clase de calamidades en tierras extrañas, lejos de sus seres amados.
En artículos anteriores he afirmado y lo reitero ahora, que tanto el FSLN como la familia Ortega-Murillo, lo que han pretendido siempre es implantar en Nicaragua una segunda Cuba al servicio de los intereses de Putin y su camarilla. Y simultáneamente, consolidar la cleptocracia que les ha permitido enriquecerse escandalosamente, así como también garantizar la impunidad por los horrendos crímenes que han cometido y que han sido calificados por las comisiones de Derechos Humanos nacionales e internacionales como delitos de lesa humanidad.
La verdad es que, a pesar de todo, hay múltiples razones que me mueven a ser optimista sobre el futuro democrático de Nicaragua. El régimen de los Ortega-Murillo está internacionalmente considerado como un gobierno de parias. Sus cimientos están podridos y hasta el presidente de México, AMLO, que antes los apoyaba ahora siente vergüenza de tomarse una foto con ellos a su alrededor. Más de 50 países, en la OEA (34) y en la UE (28), han calificado de ilegítimo a ese régimen, por la farsa electoral del 7 de noviembre pasado y por la sistemática violación de los derechos humanos de los nicaragüenses, por lo que nuevas y más fuertes sanciones se perfilan para el porvenir.
Lo que está haciendo falta en este escenario es la unidad de la oposición democrática. Muchos analistas políticos y diplomáticos debidamente acreditados temen, y con razón, el vacío de poder. No sé a qué se debe la tardanza en convocarla, ya que esta grave falla u omisión, puede tener consecuencias nefastas para el futuro democrático de nuestro país. Los nicaragüenses debemos demostrar, hoy más que nunca, que somos inaccesibles al desaliento y que a veces, como decía el prócer mexicano Ricardo Flores Magón: “Los tiranos nos parecen grandes, porque estamos de rodillas”.
El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).