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Daniel Ortega

Los protagonistas de las protestas sociales, iniciadas en abril 2018, fueron los jóvenes. LAPRENSA/EFE

Mi vida antes de abril 2018: Así le cambió la vida a los nicaragüenses

El 18 de abril de 2018 fue un parteaguas para los nicaragüenses. Es una fecha que le cambió la vida a muchos. A unos más que otros, pero nada siguió siendo igual después de ese día.

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Los últimos cuatro años han sido intensos para los nicaragüenses. Sus vidas, sus familias, sus ciudades y hasta sus empleos no son los mismos. Hay quienes han cambiado de planes obligados por una crisis que se ha extendido y que, por ahora, no parece tener final.

“Nicaragua es un país en agonía”, dice don Norman Pacheco, uno de los nicaragüenses con los que la Revista DOMINGO habló para que nos contaran cómo ha transcurrido su vida desde el estallido de la crisis política.

Todos coinciden en que nada volvió a ser igual y en estos días en que se cumplen cuatro años de crisis política, para algunos han sido cuatro años de sufrimiento e impotencia.

El tráfico de Managua

–¿Y qué es este tráfico?

Fue lo primero que pensó don Norman Pacheco al quedar por casi dos horas entrampado en la enorme fila de carros que se hizo la tarde del 18 de abril de 2018 en la carretera a Masaya.

Como de costumbre, don Norman había salido en su taxi a las dos de la tarde de ese jueves a trabajar. A esa hora empieza el turno de la tarde para los taxistas en Managua y ese día, el hombre planeaba pasar de paso hasta la madrugada para ganarse un dinero extra.

Tiene tres hijas. En aquel entonces dos de ellas eran universitarias y con mucho sacrificio, la familia de don Norman priorizaba el estudio de las niñas.

“Yo llegué hasta tercer año de secundaria, pero mi mujer y yo queríamos ver a las niñas hechas unas profesionales”, dice, mientras explica los malabares que hacía la familia con el dinero. Juntaban lo que ganaba él como taxista y lo que ganaba su esposa como maestra.

Antimotines cercaron a los manifestantes que protestaban contra las reformas al Seguro Social en el sector de la rotonda Centroamérica, cerca de Camino de Oriente donde se encontraba estancado en el tráfico don Norman Pacheco el 18 de abril de 2018. LA PRENSA/ARCHIVO

Don Norman recuerda su vida antes del 18 de abril como “sencilla. Sin muchos lujos, pero vivíamos cómodos. Cuando se me fregaba el carro, ahí si era problema”. Disfrutaba hacer turnos en su taxi por la mañana porque dice que se ganaba más dinero, y cuando terminaba a las dos de la tarde, se iba a su casa a almorzar y se quedaba descansando.

Cada mes, apartaba un fin de semana para visitar a su mamá que vive en León y de paso se iba con la familia a Poneloya.

“Nunca nos faltó nada y aunque era bien difícil, medio se miraba el dinero. Uno podía hacer sus cositas, ¿me entiende? Ahora eso está horrible”, cuenta el hombre desde su exilio en Costa Rica.

Don Norman dice que del 18 de abril jamás va a olvidar cómo la gente corría despavorida entre los vehículos detenidos en la carretera a Masaya, y cómo la Juventud Sandinista los perseguía con palos y tubos para golpearlos.

“Yo llevaba una pasajera que había montado en ENEL y ella vio todo y me dice: Que barbaridad estos sandinistas, son unos desgraciados, cómo van a agarrar así a la pobre gente”, cuenta el hombre.

Cuando pudo pasar por Camino de Oriente y llegar a Las Colinas, en donde se bajó su pasajera, don Norman puso la Radio Ya para escuchar las noticias sobre lo que estaba pasando, pero no encontró nada. Siguió buscando en cada emisora hasta que dio con la Radio Corporación y el resto del turno no la cambió, pero sí evitó regresar al sector de Carretera a Masaya para no quedar atrapado en el tráfico otra vez.

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La vida de don Norman ya no es la misma. Salió del país en 2018 para buscar trabajo. “Yo no anduve en protestas ni nada. Salí de Nicaragua porque el trabajo estaba mal, pero si apoyaba la lucha pues. No estaba de acuerdo con lo que estaba pasando ni con lo que sigue pasando”, relata.

Don Norman ahora trabaja como repartidor de comidas en Costa Rica. En 2020 su esposa y sus tres hijas se fueron a vivir con él a este país. La menor de sus hijas pudo entrar a estudiar una carrera técnica y su esposa trabaja en una tienda de ropa.

El hombre dice que le hace falta Nicaragua y su mamá, pero dice que por ahora no planea regresar porque siente que en Costa Rica está garantizándole una mejor vida a su familia.

Todo era distinto

“Ricardo” es el seudónimo que usaremos para llamar a un joven mesero que antes de abril de 2018 trabajaba en un restaurante de Managua para poder pagar sus estudios de Arquitectura en la Universidad Centroamericana (UCA). Solicita anonimato por temor a represalias.

Este joven de 24 años es originario de Estelí. Llegó a Managua en 2016 para estudiar lo que siempre había soñado: Ingeniería Civil, pero no encontró cupo, así que se decidió por estudiar Arquitectura.

Antes de abril de 2018, Ricardo viajaba cada fin de semana a Estelí para ir a ver a su familia. Por la universidad, vivía en Managua en un cuarto alquilado, pero con el fallecimiento de su padre en diciembre de 2016, todo cambió.

Su papá era quien le ayudaba a pagar a su carrera y tras su muerte, su mamá no podía juntar el dinero necesario y costear las clases de Ricardo. “Ahí me puse a buscar trabajo y me hice mesero en un restaurante en Los Robles”, cuenta el joven.

Con su salario de mesero, y las propinas, podía costear el alquiler del cuarto en Managua y juntando algo de dinero con lo que le pasaba su mamá, podía continuar pagando la universidad. Así pasó todo el 2017. Los fines de semana dejó de ir a Estelí y se quedaba en la capital trabajando.

Cuando estallaron las protestas de abril, Ricardo estaba en clases en la UCA. Salió a las siete de la noche y se encontró con que no podía salir porque la Juventud Sandinista tenía rodeada la universidad y varios jóvenes manifestantes estaban refugiados en el recinto.

“Eran las siete y yo tenía permiso para llegar a las ocho al restaurante para recibir el turno”, recuerda el joven, pero no podía salir porque corría el riesgo de que las turbas sandinistas lo golpearan o lo asaltaran por creer que era un manifestante.

Ricardo pudo salir de la UCA hasta las nueve de la noche porque un amigo le dio ride en su carro. Lo dejó a una cuadra del restaurante y cuando llegó su supervisor le dijo que se retirara y que mejor esperara su carta de despido. “Y yo no entiendo por qué me despidieron si yo siempre fui puntual y solamente esa vez llegué tarde. Por más que le rogué al supervisor, no me ayudó”, recuerda el joven.

Mientras el país estaba insurreccionado, Ricardo tenía su propio problema y era el de encontrar un trabajo pronto para pagar la renta del mes en el cuarto que alquilaba. El joven no pudo pagar la renta y tuvo que regresar a Estelí en mayo.

Estudiantes universitarios fueron agredidos por turbas sandinistas en las afueras de la Universidad Centroamericana mientras realizaban una protesta pacifica en rechazo a la reforma del INSS el 18 de abril de 2018. LAPRENSA/ Roberto Fonseca

Para entonces, la UCA suspendió clases y las retomó en línea hasta finales de 2018. En ese tiempo, Ricardo aprovechó para buscar empleo en Estelí como mesero. Pudo seguir estudiando hasta mediados de 2019, cuando vio que el trabajo no le daba el tiempo suficiente para continuar en la universidad, además de que su familia estaba pasando por necesidades económicas.

Ahora el joven sigue trabajando como mesero y con ganas de migrar hacia los Estados Unidos. “Aquí ya no se puede vivir. Todo está carísimo”, comenta. Dice que de política no sabe mucho, pero se considera opositor al régimen, al igual que su familia porque en el servicio militar de los ochenta fallecieron tres de sus tíos y nadie en su casa pudo perdonarle eso al gobierno de la época.

“No tengo que ser político para saber que las cosas están mal. No solo por lo muertos, si no por todas las injusticias, los presos (políticos) y que no se respetan nada, ni las leyes. Las cosas están mal en el país. Antes de 2018 era distinto”, comenta.

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La realidad del país, Ricardo la nota en el ambiente de Estelí. Recuerda que con tras las protestas, en las principales calles de la ciudad había policías y él sentía miedo cuando pasaba cerca de ellos. “Pensaba que como yo era de la UCA me iban a echar preso porque los de la UCA quedamos fichados”, relata.

Estelí tampoco es la misma de antes, dice Ricardo. Hay lugares en donde la Policía tiene pequeñas trincheras hechas de adoquines y desde ahí vigilan. También hay retenes en las salidas a la ciudad y según Ricardo, en las últimas semanas ha aumentado la vigilancia y los paramilitares se han vuelto más visibles en plazas, centros comerciales o sitios deportivos.

Una vida “común y corriente”

Doña Susana López había vivido toda su vida en Masaya con sus tres hijos. “Salía de mi casa a las cinco de la mañana y llegaba hasta en la noche. Pasaba trabajando”, dice la mujer quien desde hace años era madre soltera.

“Llevaba una vida común y corriente”, dice. A partir del 18 de abril de 2018, a doña Susana se le complicaron muchas cosas. Debido a los tranques no podía salir a trabajar y cada día que perdía de trabajo se lo descontaban de su salario.

En 2017 había sufrido un derrame cerebral, así que, con el estallido de las protestas en abril de 2018, su familia trató de que no se estresara tanto, hasta que el siete de mayo de ese año le llegó una noticia que la preocupó: su hijo mayor de 21 años se había atrincherado en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN Managua).

Eso no fue lo peor. Semanas después, el 14 de julio, le llegaría la peor noticia de su vida. Su hijo, Gerald Vásquez, fue sido asesinado durante un ataque armado de paramilitares a la parroquia Divina Misericordia, donde se refugiaron los atrincherados aquel día.

La vida de doña Susana no volvió a ser la misma. En cuanto comenzó a reclamar justicia por el asesinato de su hijo, paramilitares y policías llegaban a su casa, la amenazaban a ella y a su familia, así que decidió dejar Masaya e irse a vivir a Managua.

Su vida ya no era la misma ni siquiera su ciudad. Desde la Operación Limpieza que ejecutó la dictadura en Masaya, la ciudad se ha mantenido vigilada por paramilitares y policías. Sobre todo, el sector de Monimbó, considerado uno de los bastiones de la revolución sandinista y que se insurreccionó en contra de Ortega.

Doña Susana López tuvo que salir al exilio por amenazas de encarcelarla por buscar justicia por su hijo asesinado. LA PRENSA/Hans Lawrence Ramírez

En Monimbó incluso hay una casa grande, esquinera y de dos pisos que permanece tomada por la policía y su propietaria dijo a la Revista DOMINGO en 2021 que ese es un punto estratégico porque tiene vista de toda Masaya y de las entradas a la ciudad.

Esa misma casa era ocupada por la seguridad de Ortega para hacer vigilancia cuando llegaba a Monimbó en la conmemoración de El Repliegue.

Doña Susana ya tiene más de tres años que no llega a Masaya. “Desde 2018 yo siento que estoy en un exilio, aunque estuve en mi propio país”, pero no podía llegar a Masaya porque en cuanto la reconocían, los paramilitares empezaban a seguirla.

En 2019, doña Susana decidió salir del país y se encuentra exiliada en Costa Rica. En diciembre del 2021 sufrió un preinfarto y ahora trata de cuidar su salud, pues dice que espera llegar al día en que vea la justicia por su hijo asesinado.

 “Es una gran tristeza ver cómo el gobierno nos despojó de todo. A parte que me asesinaron a mi hijo, tengo que estar en el exilio para no caer presa”, lamenta doña Susana.

La Prensa Domingo Abril 2018 Daniel Ortega Nicaragua archivo

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