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El fino arte de la indiferencia

Así respondía un militar de alta graduación a un oficial subalterno que le reclamaba por no proteger adecuadamente a unos colegas en peligro. Fue en la escena de una película, pero tal parece que es algo que ocurre en la vida real, porque el viaje de importantes funcionarios estadounidenses a Venezuela, como lo fuera el restablecimiento de relaciones con Cuba, parecen una manifestación de indiferencia en la que lo único importante es el éxito del promotor de la operación.

La decisión del presidente Joe Biden de enviar una alta delegación a Venezuela ha sido una sorpresa para algunos, sin embargo, para otros no ha generado ningún desconcierto teniendo en cuenta la inclinación que ha caracterizado a jefes de Estado estadounidenses, también a muchos de sus más importantes funcionarios, de resolver a cualquier costo sus diferendos con gobiernos populistas.

Estoy entre los que están convencidos de que el viaje de estos funcionarios a Caracas —al menos lograron la excarcelación de algunos prisioneros políticos, lo que los aproxima a las concesiones que hacía Castro a los senadores de Washington que lo visitaban— está más relacionado con bajar la intensidad del diferendo que en la procura de petróleo, porque como afirman muchos expertos en ese campo, hay productores de crudo más confiables y de mayor capacidad productiva que los discípulos del castro-chavismo.

Es difícil, si fue una propuesta de los asesores del presidente Biden, entender cómo lograron convencer al mandatario para negociar un acuerdo comercial con un régimen repudiado por las instancias clave del gobierno federal. Estados Unidos cerró su Embajada en Caracas e interrumpió relaciones con Venezuela, ha impuesto a su gobierno y funcionarios numerosas sanciones y como si fuera poco está dispuesto a pagar una recompensa por la captura del dictador, razones por las cuales hay que atribuirles a sus asesores una gran capacidad de persuasión porque las contradicciones son más que evidentes.

Otro factor a tener en cuenta es que el gobierno del presidente Joe Biden respalda al gobierno venezolano que preside Juan Guaidó e impulsa y promueve junto con otros países las gestiones del líder opositor, que, de hecho, ha quedado sin su base principal en el extranjero.

Nicolás Maduro es un autócrata que participa activamente en incentivar el rechazo a los Estados Unidos en nuestro continente. Ha sido un comodín de Rusia, China e Irán, tal y como lo fue su predecesor Hugo Chávez y el mentor de todos, Fidel Castro. Estos sujetos buscan destruir a Estados Unidos por lo que representa para la libertad y la justicia, su odio a esta nación no es político o ideológico sino ético, son contrarios al sistema de valores que decimos defender, aunque en ocasiones se pueden apreciar en nuestra viña quebraduras en la conducta de los líderes que son más que preocupantes.

Una de ellas tuvo lugar cuando el presidente Barack Obama decidió restablecer relaciones con el totalitarismo castrista. Obama no reclamó ninguna concesión, no pidió nada a cambio y lo que es peor, La Habana no cesó la constante y permanente violación de los Derechos Humanos de sus ciudadanos y su hostilidad contra esta nación. Obama incurrió en una contradicción, en mi opinión, inexplicable, ya que votó en la Asamblea General de Naciones Unidas por levantar el embargo impuesto a la dictadura insular por su propio país.

Es de suponer que sectores de ambos partidos hayan influenciado para que este viaje se produjera y que hasta empresarios y partidarios del régimen despótico venezolano hayan puesto sus granitos de arena, lo que una vez más pone en relieve como el oportunismo afincado en la economía impera sobre los compromisos y los valores que se dicen defender.

Para algunos será ingenuo, otros lo calificarán de diferentes maneras, pero tal y como enseñó José Martí, los valores son fundamentales en cualquier gestión humana y básicos en la gestión pública, una virtud que lamentablemente está ausente en ciertas personalidades destacadas, que defiende la democracia, la libertad y los derechos ciudadanos.

Paradójicamente se aprecia en muchos caudillos, siervos del despotismo, un nivel de consecuencia con sus propuestas superior al de muchos dirigentes calificados de democráticos, pero ese es un tema para otra meditación.

El autor es periodista y escritor cubano.

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