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Colombia, alerta, te roban las esperanzas

Colombia, un país clave en el continente, se apresta para unos comicios que pueden cambiar sus condiciones de vida para siempre y enrumbarla hacia el “mar de felicidad” que Hugo Chávez prometió a los venezolanos.  

Según sondeos, fuerzas políticas sin convicciones democráticas disponen de un amplio respaldo popular que podrían conducirla al poder, así que tal vez contemplemos la socialización de la miseria y una emigración masiva como ha ocurrido en la vecina Venezuela. No hay pueblo que aprenda de las desgracias de otros.

Los colombianos tienen el ejemplo de sus vecinos, pero las promesas de un mundo mejor son una tentación muy difícil de soportar para quienes han sufrido la estulticia de políticos de profesión que por sus veleidades y negligencias han hecho posible que estos supuestos superpolíticos, que no existen como tampoco los superhéroes, se vuelvan un peligro más real para la democracia que cuando empuñaban las armas y detonaban explosivos por doquier. 

Hay quienes señalan que las imperfecciones de la democracia son las que hacen posible que los autócratas gobiernen en su nombre, pero no es precisamente así. Cuando un enemigo de la democracia asciende en la estructura del poder se debe a que el electorado determinó confiar en quienes le prometieron el paraíso, aunque saben que con promesas similares Hugo Chávez, Daniel Ortega y Luis Arce Catacora, han conducido a Venezuela, Nicaragua y Bolivia a mayor miseria. 

Winston Churchill dijo que la democracia es la peor forma de gobierno posible, excepto por las demás formas, una verdad incontrastable, si consideramos las alternativas en las que los ciudadanos no disfrutan de los más elementales derechos, entre ellos, el más básico, poder rectificar sus errores de elección.  

Los peores defectos de la democracia estriban en no crear mecanismos que hagan posible que el electorado mantenga su memoria fresca y comprenda la necesidad de estar debidamente informado sobre los antecedentes de los candidatos y el no impedir que los funcionarios electos que han mentido sistemáticamente, que recurren a propuestas quiméricas, o peor aún, que han defraudado a sus electores con anterioridad, puedan seguir presentándose en justas electorales. 

En Cuba, por los años 20 del pasado siglo se publicó un libro titulado el Manual del Perfecto Sinvergüenza, de José M. Muzaurieta. En una de sus partes el supuesto político en campaña prometía a sus electores construir un puente para cruzar el río y cuando le informaron que en el pueblo no había ningún río dijo con absoluto descaro, “les prometo que también haremos un río”. 

Hay un electorado dispuesto a creer ciegamente al candidato que más soluciones prometa. Gustavo Petro, sempiterno candidato a la Presidencia, quien fuera alcalde de Bogotá, quedó en deuda con sus electores en 30 renglones, según El Espectador, que incluyen sectores como la movilidad, educación, salud, hábitat, servicios públicos y seguridad. En la actualidad Petro tiene más promesas, entre otras, suspender la extracción petrolera y expropiar tierras, como si eso garantizara que los predios confiscados van a ser puestos en producción.  

Los encantadores empiezan quitándole a los poderosos sus bienes sin importar cómo los obtuvieron. Su justicia no se fundamenta en producir sino en confiscar. Suben impuestos, expropian tierras y fábricas, pagan subsidios con los que endeudan a la nación, disponen controles que afectan la inversión lo que al paso del tiempo solo resulta en mayor corrupción, un clientelismo político que empantana al país y una inflación que afecta la productividad. En una palabra, son acciones que cuando se implementan, solo resultan en una súper producción de pobres. 

La mayoría ciudadana de cualquier país es pobre. Vive con dificultades y no dispone del confort y las oportunidades de los que cuentan con grandes recursos, aun peor, hay sectores de la población que sobreviven en pobreza extrema siendo su existencia verdaderamente miserable, lo que genera conflictos sociales de diferente intensidad y la oportunidad a que encantadores ávidos de poder, prometan soluciones que solo empantanan la vida de todos, sin embargo, la miseria no debe apagar la razón. 

Ser pobre es duro, abarca una penosa y triste realidad que no debería conducirnos a ser dependientes de un partido o de un grupo que disponga de la vida y hacienda de todos. Ser pobre es malo, pero ser esclavo es peor. 

El autor es periodista cubano. Fue preso político en Cuba.

Opinión Colombia Hugo Chávez Winston Churchill archivo
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