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Somos buena noticia

Jesús, ante todos los presentes en la sinagoga de Nazaret, presenta su programa de vida, su declaración de intenciones (Lc. 4,14-21). Su programa se basaba en la profecía de Isaías. (61, 1-2). “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc. 4, 18-19).

La misma vida de Jesús se encargaría de ser el mejor testimonio de que este programa no se quedaba en una sola declaración de buenas intenciones ni de bonitas palabras.

Por todas partes de Palestina Jesús fue proclamando la Buena Noticia a los pobres, como nos dice San Mateo: “Recorría Jesús toda Galilea, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y dolencia” (Mt. 4, 23).

Compartió su vida con los pobres haciéndose uno de ellos e invitando a todos a compartir el pan con quienes no lo tenían (Mt. 14, 16).

Liberó a los cautivos y oprimidos de leyes injustas que los que ostentaban el poder, tanto político como religioso, pretendían imponer por encima de la dignidad del ser humano (Mc. 2, 27).

Liberó a los enfermos de la esclavitud de su enfermedad (Mc. 3,1-6). Liberó a los hombres de la misma muerte (Mt. 9, 18-25) y del pecado (Mt. 9, 2).

Dio vista a los ciegos (Mc. 10, 5l-52). Abrió los ojos a las gentes, enseñándoles, para que despertaran de la esclavitud y de la ignorancia en que les mantenían sus malos dirigentes (Mt. 7,13-20). Luchó a favor de la comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí (Lc.15.).

El programa de Jesús no fue papel mojado; se hizo una realidad a través de toda su vida; por eso, pudo decir en la sinagoga de Nazaret: “Esta Escritura que acaban de oír se ha cumplido hoy” (Lc. 4, 21) y a los amigos de Juan el Bautista: “Vayan y digan a Juan lo que oyen y ven: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt. 11, 4-5).

Sin embargo, las palabras y las acciones liberadoras de Jesús no provocaron demasiados aplausos en los líderes religiosos y políticos de su tiempo y tampoco entre los asistentes a la sinagoga de Nazaret; lo que sí provocaron, como nos dice el evangelio de hoy, fue “ira” (Lc. 4, 28) y acciones violentas: “Le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle” (Lc. 4, 29).

Este Jesús que ayer fue buena noticia, ha seguido siendo y debe seguir siendo hoy a través de todos nosotros, las comunidades cristianas.

La Iglesia de hoy: tiene que ser voz de los que los que no tienen voz, como lo fue Jesús. Tiene que salir siempre en defensa de la vida. La Iglesia tiene que ser, con palabras y hechos, testimonio de comunión y fraternidad.

La Iglesia tiene que gritar contra tantas cadenas con las que se oprimen a los hombres de hoy. Las cadenas del materialismo que nos impiden ver que la vida es mucho más que el tener.

Las cadenas del egoísmo que nos impiden caminar junto al hermano en justicia y solidaridad dando y dándonos. Las cadenas del miedo que no nos permiten volar en la plena libertad de los hijos de Dios.

Las cadenas de las drogas y el alcoholismo que anulan al ser humano y le impiden mirar al futuro con orgullo esperanzador. Las cadenas de la comodidad y del interés que no nos hacen movernos gratuitamente en beneficio de los otros.

Las cadenas de la violencia que nos impiden ver y tratar al otro con el respeto casi divino que se merece. Jesús tiene que seguir siendo para nosotros Buena Noticia que nos libere de tantas cadenas como llevamos interna y externamente.

El autor es sacerdote católico

Opinión Jesús de Nazaret Nazareth archivo
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