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El agua, talón de Aquiles de la poderosa China comunista

Desde que el régimen de Nicaragua rompió abruptamente las relaciones diplomáticas con la democrática República de Taiwán, para establecerlas (o reanudarlas) con China comunista, se puso de moda hablar de esta gran potencia asiática y mundial. 

Muchos no terminan de entender por qué el régimen de Nicaragua rompió con Taiwán, cuyo gobierno lo financiaba generosamente, para atarse a China, que es un país mucho más poderoso, pero en sus relaciones internacionales no se distingue por ayudar sin interés a las naciones pobres y necesitadas.

La afinidad ideológica y política con China —que es un Estado totalitario,  mientras Taiwán es una impecable república democrática—, no alcanza para comprender esa brusca sustitución de un aliado generoso, con otro que es egoísta y avasallador.

Pero no solo en Nicaragua sino en el mundo entero se habla todos los días sobre China, ante todo por su agresividad expansionista en Asia. Y también porque es una gran potencia que según se dice muy pronto desplazará a Estados Unidos (EE. UU.) del liderazgo mundial.

En octubre de  2021, el periódico español La Razón publicó un reportaje sobre las principales potencias del mundo y el orden que ocupan. El trabajo periodístico fue basado en el estudio de una prestigiosa empresa de marketing global y la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania, que  estableció cinco variables medibles que permiten determinar qué es una gran potencia mundial. 

Esos cinco atributos son: “La capacidad de liderazgo de sus mandatarios, una economía pujante, una potencia militar de sus fuerzas armadas, una red de alianzas con otros países y una influencia política significativa”. China posee esas cinco condiciones,  y las enseña.

Pero China tiene también una enorme debilidad material que parece insuperable: se está quedando sin agua.

Desde el año 2005 el anterior presidente de China, Wen Jiabao, alertó que la escasez de agua podría amenazar la supervivencia de ese país. Diez y seis años después no se ha avanzado en la solución del vital problema. En 2020 el actual presidente Xi Jinping destacó en su plan quinquenal para el período 2021-2025 la necesidad de conseguir agua dulce como sea. Inclusive, su programa espacial está orientado a buscar agua en la Luna. 

Con sus más de mil cuatrocientos millones de habitantes China tiene el 20 por ciento de la población mundial, pero solo dispone del 7 por ciento de toda el agua dulce del planeta. El Gobierno no solo tiene que darle de beber a toda la gente, también debe atender la enorme y creciente demanda de la industria, la agricultura y la ganadería, de toda la gigantesca actividad económica nacional. 

Un estudio del grupo Bloomberg indica que “entre el 80 por ciento y el 90 por ciento del agua subterránea de China y la mitad del agua de los ríos, está demasiado sucia para poderse beber; no puede utilizarse tampoco para la industria y la agricultura…” Agrega que ya “para 2018, el río Amarillo, el segundo más largo de Asia, pocas veces llegaba al mar. Para ese año era una décima parte de lo que era en la década de 1940”.

El dictador Xi Jinping planea saquear el agua del Tibet, represando el gran río Brahmaputra que llega hasta la India y Bangladesh. Pero el desastre ambiental y humano que causaría podría provocar una “guerra del agua” en la región, dijo el politólogo Brahma Chellaney al periódico Times of India.

Por donde se mire, el problema de la falta de agua es el talón de Aquiles de China es su punto vulnerable que no solo le impediría alcanzar la hegemonía mundial, sino que inclusive le podría hacer colapsar catastróficamente. 

Editorial China Comunista República de Taiwán archivo
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