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Heidi Meza, en el centro, madre del reo político Max Jerez, falleció estando él en prisión. LA PRENSA/ ARCHIVO

El luto de los perseguidos por Ortega

Desde las cárceles o el exilio, a decenas de nicaragüenses el régimen les ha impedido despedirse en la agonía de sus seres queridos o asistir a sus funerales

El pasado 8 de septiembre de 2021, el periodista Octavio Enríquez Cabistán recibió una foto en su teléfono celular. Ya no le quedó dudas. Su hermano gemelo Francisco Emilio estaba muerto. Cuando le dieron la noticia, por unos minutos Octavio se hizo la idea de que el diagnóstico tal vez era un error de los médicos, pero esa ilusión se desvaneció cuando vio la imagen de su hermano en la morgue.

Entonces, le surgió otra idea. Arreglarlo. Rasurarlo. Colocarle una corbata. Ponerlo elegante. Tal vez no se lo iban a permitir porque Francisco Emilio murió de Covid-19, pero Octavio sintió la necesidad de realizar ese acto de amor por su gemelo. Eso tampoco era posible.

No podía acompañar a su hermano en sus últimas horas, ni hacer algo por su familia, porque está en el exilio desde mediados de este año 2021, cuando la dictadura de Daniel Ortega desató una cacería de precandidatos presidenciales, líderes opositores y periodistas. Se tuvo que ir de Nicaragua para poner a salvo su integridad física, a como han hecho miles de nicaragüenses desde abril de 2018, escapando de la persecución orteguista. En las cárceles del régimen están otras decenas de nicaragüenses que no tuvieron tiempo de irse del país. Son más de 170 los prisioneros políticos que hay en Nicaragua.

Octavio Enríquez
Octavio Enríquez, laureado periodista con premios nacionales e internacionales. LA PRENSA/ ARCHIVO/ ÓSCAR NAVARRETE

A muchos de ellos, a quienes el orteguismo les ha negado varios de sus derechos, como el de disentir de su gobierno, la situación se les ha agravado por el dolor de perder seres queridos sin poder darles el último adiós.

Le pasó al líder estudiantil Max Jerez y al líder empresarial José Adán Aguerri, dos de los últimos reos políticos, quienes perdieron a sus madres ya siendo reos de Ortega. Pero también les ha ocurrido a otros que están presos o en el exilio desde 2018.

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No es exactamente igual, pero es una situación parecida, lo que les ocurre a los hermanos Cristiana, Pedro Joaquín y Carlos Fernando Chamorro Barrios, los dos primeros presos y el último en el exilio, quienes por esas circunstancias no pueden estar al tanto de su madre, la expresidenta Violeta Barrios de Chamorro, de 92 años, enferma, que necesita de muchos cuidos.

Es inmenso el dolor que le está causando la dictadura orteguista al pueblo nicaragüense. Asesinatos. Persecución. Violación de derechos constitucionales y humanos. Exilio. Cárcel. Daños económicos, sociales y emocionales.

En este artículo se presentan historias de reos políticos y exiliados que se han visto privado de estar a la par de sus familias cuando se les muere un ser querido.

Cuatro pérdidas

El reo político Richard Alexander Saavedra Cedeño tenía un año de no ver a su papá, Ariel Saavedra porque este último se había enfermado, las rodillas no le permitían una buena movilización y ya no pudo volver a visitar a su vástago en la cárcel.

De los cuatro familiares que se le han muerto estando en la cárcel, la que más ha golpeado a Richard es la de su padre.

A Ariel Saavedra le dio Covid-19 y desde entonces las secuelas de esa enfermedad lo fueron debilitando. Dejó de comer. Se le debilitaron las piernas y ya no podía ir a visitar a su hijo en prisión por haber participado de las protestas de abril de 2018.

Finalmente, el 21 del pasado mes de noviembre de 2021, a Ariel le falló el corazón.

El reo político Richard Saavedra. LA PRENSA/ TOMADA DE FACEBOOK

Se hizo una solicitud para que Richard pudiera darle el último adiós a su padre, pero la dictadura lo negó. Solo accedieron a que la familia lo visitara por 20 minutos, tres días después de la muerte de su progenitor.

Fue una visita incómoda. Como familia no pudieron procesar el dolor porque en todo momento estuvieron al lado de ellos seis policías y un fotógrafo tomándoles fotos y grabando un vídeo.

La muerte del papá dejó a Richard tan mal que al principio se golpeaba la cabeza contra las paredes y no durmió en las primeras noches posteriores al deceso. El dolor se le multiplicó porque, a pesar de que la dictadura lo acusa de robo, él dice que es inocente y que no debería estar preso solo porque se unió a las protestas en 2018.

Al reo político se le murieron también sus dos abuelos y un tío estando ya en prisión.

Solamente un abrazo

El académico Ernesto Medina, a quien Rosario Murillo no le permitió estar en la mesa del diálogo que se instaló en mayo de 2018, se tuvo que ir al exilio en julio pasado, después de que la dictadura inició la última ola de arrestos.

Medina se fue porque sus hijos se lo pedían. Salió con visa de turista. Pensaba regresar cuando las cosas se calmaran. Eso no ha ocurrido.

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Al mes siguiente, Medina recibió la noticia de que su hermano menor, Gerardo, se contagió de Covid-19. Al principio lo trataron en la casa, en León, pero luego se hizo muy difícil conseguir un tanque de oxígeno. Los médicos recomendaron que había que llevarlo al hospital Óscar Danilo Rosales (Heodra), el único lugar donde había oxígeno.

“Desde que mi hermano entró al hospital mi familia ya no lo volvió a ver. Estaba delicado y se fue deteriorando rápidamente”, explica Medina, quien añade que en el hospital público se portaron bien con su pariente.

Gerardo Medina no estaba vacunado porque cuando fue a aplicarse la dosis andaba con tos y le dijeron que así no se podía. Por eso, cuando fue hospitalizado, Ernesto supo que su hermano no tenía muchas posibilidades.

Un mes pasó Gerardo en crisis. En ese tiempo, Ernesto se lamentaba no poder estar en Nicaragua, y tampoco poder regresar, para ayudar a su hermano y a su familia.

Solo quería darle un abrazo a su hermano. Solo un abrazo. No podía.

El doctor Ernesto Medina, exiliado desde julio de 2021. LA PRENSA/ ARCHIVO/ ÓSCAR NAVARRETE

Ernesto recuerda a Gerardo como un abogado que desde que se graduó trabajó en la Fiscalía. Buen fiscal. Entrenaba a otros. Era contrario al régimen orteguista, pero lo respetaban. Después de lo de abril de 2018, Gerardo renunció porque ya no podía seguir en la institución y se fue a su casa a poner una pulpería. Vivía muy modestamente.

Cuando Gerardo murió, el 13 de septiembre de 2021, llamaron a Ernesto, quien estaba en una cafetería. “Yo estaba destrozado. Era una desesperación de querer estar a su lado. Verlo. Abrazarlo. Fue horrible”, cuenta Ernesto Medina.

Una sobrina transmitió en vivo las honras fúnebres de Gerardo, pero Ernesto no las vio. Prefirió buscar fotos de su hermano en vida. Y recordarlo así.

“Fue doloroso saber que no podía estar en Nicaragua, apoyando a mis sobrinos. ¿Por qué vivo esto y no puedo estar con mi familia?”, se cuestionó Ernesto, quien finaliza diciendo que en Nicaragua debería de existir el derecho a ser opositor.

Doble golpe

Carmen Tinoco López estaba muy enferma y fue hospitalizada el 26 de junio de 2018. Siete días después, el 3 de julio, la policía orteguista detuvo a su hijo Luis Carlos Valle Tinoco, quien había participado en las protestas de abril de 2018.

Lo acusaron de haber entrado a una empresa de seguridad a robar armas para ser usadas en los tranques.

Desde el hospital, la mamá preguntaba por él, pero le mintieron. Le dijeron que el joven se había ido a trabajar a Jinotega. Carmen no se creyó el cuento.

El 26 de julio siguiente falleció Carmen sin saber que su hijo estaba preso.

La noticia de que la madre del reo político había muerto se regó en las redes sociales y ese mismo día llegó la noticia a oídos de López Tinoco en la prisión.

“Luis Carlos quiere que le digan la verdad, si es cierto que murió su mamá”, rezaba un mensaje de texto que desde la prisión le llegó a un familiar cuando regresaban de enterrar a Carmen Tinoco López. “Es cierto”, fue la respuesta.

El hombre casi se volvió loco. Se desmayó en la celda.

El reo político Luis Carlos Valle Tinoco. LA PRENSA/ CORTESÍA

Una prima de Luis Carlos había gestionado para que dieran permiso de que él se fuera a despedir de su madre, pero la dictadura lo negó. Los policías dijeron que estaba recién capturado.

A los ocho días de la muerte de su mamá, a Luis Carlos le tocó visita. Fue un momento muy triste. El reo político estaba descontrolado. Pedía una foto de su mamá.

A Luis Carlos lo acusaron del robo de las armas junto a otra persona, Walter Juárez. Pero en mayo de 2019, cuando Ortega dio amnistía a varios reos políticos, Juárez fue liberado, pero Luis Carlos no. Sufrió una tremenda decepción. Si el robo fue cierto, ¿porque liberaron a Juárez y a él no?

Una de sus hermanas, Claudia López Tinoco, llegaba asiduamente a visitarlo. La mujer no fallaba.

Carmen Tinoco López (QEPD). LA PRENSA/ CORTESÍA

Luis Carlos notó que hubo un momento en este año 2021 que Claudia ya no llegaba a verlo. Preguntó por ella. Se había contagiado de Covid-19 en mayo pasado.

A Claudia le pasó el Covid-19 pero le quedaron secuelas. Esas fueron las que acabaron con su vida el pasado 9 de septiembre de 2021, explicaron los médicos.

Luis Carlos sabía que su hermana estaba muy mal y por eso, cuando recibía visitas, les imploraba a sus familiares que le dijeran siempre la verdad. “No me mientan. No me hagan lo mismo que con mi mamá”, rogaba.

Claudia fallece el 9 de septiembre y a Luis Carlos le toca visita al día siguiente 10. No lo fueron a ver. Solo llegaron unas sobrinas a dejarle su provisión. Toda la familia andaba en el entierro.

Deprimido

Julio César Pineda Izaguirre está deprimido en las celdas orteguistas. Su papá, Candelario Pineda, falleció el pasado 17 de agosto de 2021, y él no pudo darle el último adiós porque desde septiembre de 2020 es prisionero político del orteguismo.

Julio César participó en las protestas de abril de 2018 y posteriormente tuvo que huir hacia Costa Rica para no caer en las garras del orteguismo. Se exilió en el país vecino porque su mamá es costarricense.

El reo político Julio César Pineda. LA PRENSA/ CORTESÍA

Su papá sí era nicaragüense y por ello el hombre regresó a Nicaragua solo para caer preso el 11 de septiembre de 2020, acusado de narcotráfico por la dictadura.

Cuando falleció su papá, se hicieron gestiones para que él fuera a las honras fúnebres, pero la dictadura negó el permiso. Julio César está sumido desde entonces en una profunda depresión.

Candelario Pineda (QEPD). LA PRENSA/ CORTESÍA

“Mi gemelo, mi cómplice”

El exilio ha sido para Octavio Enríquez un desarraigo terrible. Estar lejos de su país, de su familia. Pero tenía que irse porque no podía quedarse en Nicaragua y estar callado, sin hacer lo que más le gusta, periodismo, denunciando los desmanes del orteguismo. Debía protegerse él y a su familia.

Ya fuera del país, a Octavio le dicen que está con gripe su hermano gemelo, Francisco Emilio Enríquez Cabistán, un abogado reconocido. Indaga sobre todos los síntomas y se da cuenta que se trata de Covid-19.

En una ocasión, la mamá halla a Francisco Emilio acostado. La hace una sopa y el enfermo le dice que se siente mejor.

Al día siguiente, la mamá sale de Carretera a Masaya hasta Nandaime a buscar un oxímetro que ella tiene en su ciudad natal. Regresa y le mide el oxígeno a su hijo. Tiene muy bajo el nivel de oxígeno.

Cuando querían llevar Francisco Emilio al baño se tambaleaba. Y cuando lo quieren llevar al taxi para trasladarlo al hospital, se cae.

Mientras todo eso pasaba, Octavio está en el exilio sin poder regresar a Nicaragua.

“Yo no podía hacer nada. Él no solo era mi gemelo, era mi cómplice. Éramos muy unidos”, explica Octavio.

Los gemelos Enríquez Cabistán, con la familia, en la fiesta del bachillerato de ambos. LA PRENSA/ CORTESÍA

Lo más duro llegó cuando Octavio comienza a recibir informes de su hermano menor, sobre que Francisco Emilio está empeorando.

Cuando le dan la noticia de que su hermano estaba muerto, es cuando Octavio comienza a pensar que los médicos están equivocados.

Quiere estar seguro de que eso es cierto y le mandan la foto de su hermano en la morgue.

Han pasado casi cuatro meses desde el deceso de su hermano y a Octavio aún le cuesta hablar sobre ello. “Voy a tomarme un vaso de agua”, pide durante la entrevista con la revista DOMINGO.

“Fue un momento terrible”, continúa. “Con la muerte de mi hermano, una parte de mí se murió también. Entré en una profunda contradicción de sentimientos. Lamentablemente estaba lejos”, expresa Octavio.

Octavio no pudo estar al lado de su hermano para arreglarlo, pero espera regresar pronto a Nicaragua para llevarle flores a la tumba y decirle lo que no pudo cuando falleció. En la página web de Confidencial está una columna de 16 párrafos pequeños, en honor a su hermano. Esa columna Octavio pudo haberla escrito en minutos. Pero el dolor hizo que se demorara escribiendo cuatro días.

María Elena Cabistán con sus gemelos Octavio y Francisco Emilio. LA PRENSA/ CORTESÍA

La Prensa Domingo Daniel Ortega presos políticos archivo

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