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(FIRMAS PRESS) En 1960, el científico y psicólogo Harry Harlow llevó a cabo un experimento que, según los estándares de la ciencia actual, sería imposible de realizar. Su búsqueda por el conocimiento dobló la ética a su favor y recogió los frutos de su investigación. La inmoral prueba buscaba encontrar las pruebas del amor condicional, esta hipótesis postula que nuestras relaciones más íntimas se crearían por la complacencia de nuestros instintos más básicos, la alimentación. El inicio de los experimentos con crías de monos de Harlow tenía entonces como misión primordial demostrar esta conjetura y lograr descifrar el enrevesado mundo de las relaciones cercanas.

El experimento funcionaba de la siguiente manera: crías de monos Rhesus se separaban de sus verdaderas madres y se colocaban en una sala con dos figuras, una de ellas proporcionaba alimento constante con un botellín con leche, una silueta que se asemejaba a la hembra de esta especie y que existía sólo para satisfacer el hambre del cachorro que estaba en la jaula; la otra no era más que un trozo de toalla enrollada frente a lo que sería el rostro de la madre del mono. Para sorpresa de todos los responsables, la criatura visitaba apenas una hora al día el biberón y se pasaba la mayoría del día aferrado al suave tacto de la impostora, lo más interesante aparece cuando la cría salía a explorar y buscaba en el paño las fuerzas para seguir adelante, encontraba valor para enfrentar sus miedos en lo que para él era su madre.

La velocidad en la que vivimos nos ha estado privando, poco a poco, de lo que aquel mono buscaba en una toalla. Nos hemos sumergido tan profundo en el océano de los vicios que, para una gran porción de la sociedad, la figura maternal se ha vuelto material. La representación del cariño ya no es más que unos y ceros en una pantalla y la tragedia de la despedida se desvanece en una ofensiva de comentarios vacíos. Lo que antes era la relación más profunda y duradera que un individuo puede tener, ahora no es más que una máscara, un espacio publicitario, una exposición de arte.

Nos hemos separado tanto de esta idea que ya nos parece forastera. A los que apenas están entrando en el grueso de lo que es vivir les aterra la idea de la bonita responsabilidad que acarrea este trabajo y se pasan la vida buscando desvíos y tótems a los que adorar para no dejarse caer en el profundo pozo familiar.

Y es que se nos olvida que la maternidad va más allá de los quehaceres cotidianos de una madre. La maternidad no es algo físico, no es cuantificable, no está en ningún sitio ni se puede crear. La maternidad tiene una aparición esporádica y etérea, se impregna en la piel de la afortunada y crea en ella una esfera de sensaciones. Porque la maternidad tiene muchas formas y se manifiesta en todos los pequeños detalles. En las acciones que marcan más que el carácter de la herencia genética.

Es ese aroma a casa en un beso. Es la caricia sobre una herida. Es un beso de buenas noches. Es un abrazo de despedida. Es el olor de su perfume. Es un jarrón roto y una tragedia. Es una noche de luna llena. Es una mañana soleada. Es salir a la lluvia. Es ver las hojas caer. Es el sonido de la puerta. Es una mirada a través de la mesa. Es un cuento a medio leer. Esa es mi madre.

A todas las abuelas, tía, madres y madrastras. Desde aquí hasta allá y hasta el más allá. Gracias. [FIRMAS PRESS]

El autor es escritor panameño.

Opinión Harry Harlow archivo
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