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El castrismo no es Cuba

Desgraciadamente la mayoría de los cubanos han conocido un solo gobierno, un único liderazgo y han sido formados en una sociedad autoritaria, en la que la represión y la discriminación en todas sus variantes es padecida por la población en general en un ambiente de uniforme indefensión que al manifestarse con distintos síntomas, impide al individuo percibir las señales de la profunda dependencia que sufre.

Esta subordinación al proyecto totalitario ha conducido a un amplio sector de la población a confundir a la nación, la bandera, el himno y a Cuba como país, con la revolución y el castrismo, lo que no es cierto, Cuba y la Revolución no son lo mismo. Nunca lo han sido, se ha dicho y escrito innumerables veces, pero evidentemente no ha sido suficiente, porque no faltan quienes siguen creyendo que los Castro son Cuba y el castrismo la cubanía.

Esa idea responde a una creencia falsa eficientemente difundida de que el proceso iniciado en 1959 y los caudillos que lo condujeron, salvaron a la nación de los depredadores que la destruían, una concepción que solo refleja ignorancia en el mejor de los casos, y una innegable mala fe entre los que han montado un entramado de falsedades e iniquidad que solo acumula mentiras e injusticias, sin que estas afirmaciones pretendan presentar una Cuba pre revolucionaria como la antesala del paraíso.

La difusión y perpetuación de esta espuria realidad ha sido particularmente favorecida por el control absoluto de la educación y la información, dos disciplinas ampliamente usadas en la propaganda oficial y en el adoctrinamiento de los gobernados. Por otra parte, la segregación política e ideológica favorece la competencia extrema y la abyección de los contendientes, demoliendo los valores fundamentales del individuo.

Los que han detentado el poder en Cuba desde 1959 han implantado un método patriarcal que ha generado una exagerada dependencia de los siervos de la autoridad, la que ha inducido, aun entre muchos de aquellos que no son devotos del sistema, a la creencia de que el Estado, los líderes y la Revolución son una trinidad sintetizada en la nación, en una palabra, todo es lo mismo, y quien ataque a uno intenta destruir el conjunto.

Por supuesto esta certeza donde mayor presencia tiene es entre los jóvenes porque han sido las víctimas más abusadas, de ahí, que aún aquellos que tienen la capacidad de tomar decisiones propias como independizarse trabajando por su cuenta o abandonando el país, tienden a repudiar todo lo que Cuba representa al identificar erróneamente el régimen con la nación o en caso contrario, aprueban y promueven todo lo que sucede en la Isla sin entrar a considerar cuales son los progresos naturales de un país con independencia del gobierno que lo dirija.

Por suerte, hay numerosas excepciones, como se aprecia en las prisiones de la dictadura o en los activistas que favorecen un cambio hacia la democracia en Cuba.

Es válido considerar que aun aquellos que actúen con un mínimo de independencia son en cierta medida fallas del proyecto. Supuestamente al ser formados en los estrictos marcos del castrolicismo su conducta y pensamiento debería ser de absoluta fidelidad, lo que en realidad no ocurre, porque la mayoría de los que permanecen fieles al proyecto lo hacen más por interés que por convicción, como fueron los casos de los cancilleres Roberto Robaina y Felipe Pérez Roque, o de quienes se desencantan y combaten el régimen como sucedió con Ernesto Borges, oficial de Inteligencia que lleva más de 22 años en prisión.  

El Gobierno fracasó rotundamente en la creación del hombre nuevo, aunque recurrió a diferentes métodos. Intentaron por todos los medios formar un ser humano incondicional al sistema apelando a una intensa propaganda a favor del trabajo voluntario que debió ser abandonado por improductivo y porque nunca fue voluntario.

Se esforzaron lo indecible por cambiar la naturaleza humana como se apreciaba en los textos educacionales y en las denominadas Escuelas al Campo, donde el trabajo agrícola era asociado a la instrucción y educación, obteniendo como resultado un profundo rechazo de los estudiantes a esas imposiciones, sin embargo, hay que reconocer que en algunos pegó el experimento, porque en Cuba o fuera de ella no faltan quienes defienden la dictadura aun cuando hayan sufrido sus tropelías.

El autor es periodista y escritor cubano. Fue preso político en Cuba.

Opinión castrismo Cuba archivo
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