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Soplan vientos de libertad

El célebre escritor Alexis de Tocqueville (1805-1859), en El Antiguo Régimen y la Revolución, una de sus más conocidas obras, nos hace un análisis enjundioso sobre las causas que originaron la Revolución francesa en 1789, epopeya grandiosa que conmovió los cimientos de la humanidad en el siglo XVIII, pero que sigue siendo fuente de inspiración para los pueblos que hoy sufren la opresión de regímenes autoritarios, como es el caso de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Según De Tocqueville, la acumulación de agravios que por mucho tiempo había padecido el pueblo francés de parte de las testas coronadas y sus cortesanos, más la ayuda de los escritores en denunciar dichos abusos, fue lo que engendró el estado de ánimo necesario para que estallara la revolución, cuando casi nadie la esperaba. Dicho estado de ánimo lo sintetiza así: “Todos se sentían diariamente perjudicados en su fortuna, en su persona, en su bienestar o en su orgullo, sin percibir ningún remedio a su alcance, por unas leyes anticuadas, por un arcaico sistema político y por ciertos restos de antiguos poderes”. Y el colmo es que ni los señores feudales, que pertenecían a la más rancia nobleza no se daban cuenta de que a sus pies se estaba gestando una revolución que acabaría con ellos y con todos sus privilegios. Al respecto, nos dice De Tocqueville: “A menudo se queda uno asombrado al ver la extraña ceguera con que las clases elevadas del antiguo régimen contribuyeron a su propia ruina”. Para luego agregar: “Como exteriormente nada había cambiado, se figuraban que todo seguía igual”. Es decir, la normalidad que tanto se pregona ahora y que nunca vemos llegar.

Así continuaban imperturbables en su carnaval, presumiendo que todo estaba normal. Es lo que ha ocurrido en Nicaragua. Al dictador Somoza Debayle, el 1 de mayo de 1979, poco tiempo antes de su estrepitosa caída, más de 100 mil fanáticos somocistas frente a la Tribuna Monumental le gritaban: ¡No te vas, te quedás! Al igual que ahora, a pesar de que el régimen orteguista se encuentra notoriamente carcomido y al borde del aislamiento total, sus fanáticos despistados también tienen su canción: ¡El comandante se queda!

Sigo pensando como Santayana que quienes “no conocen la historia, están condenados a repetirla”. Y veo con suma extrañeza como las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, con las medidas represivas contra sus propios pueblos que están aplicando, lo que están haciendo es cavando sus propias sepulturas, porque no hay poder en este mundo capaz de contrarrestar la voluntad de una nación que quiere vivir en libertad.

Veamos el caso de Nicaragua: ¿Cree el binomio dictatorial de los Ortega-Murillo que encarcelando a todos los aspirantes a la presidencia y a los dirigentes de la oposición (ya son casi 150), los nicaragüenses nos vamos a olvidar que por mandato constitucional tenemos derecho a participar en elecciones libres y transparentes y con observación nacional e internacional, el 7 de noviembre próximo? ¿Cree que echando presos a Medardo Mairena, Freddy Navas, Pedro Mena, Lesther Alemán, Max Jerez y persiguiendo como si fueran criminales a la Dra. María Asunción Moreno y al comandante Luis Fley, los nicaragüenses vamos a cruzarnos de brazos y permitir que sus compinches del Consejo Supremo Electoral le receten cinco años más al frente de un gobierno ilegítimo e inconstitucional? ¡Que se olviden!

Tanto abuso de poder acumulado, tanta injusticia, tantos desempleados por la pésima administración económica, tantos impuestos inicuos, tantos desafueros en contra del pueblo inerme y tanta corrupción en la burocracia estatal tendrán que tener su respuesta indefectiblemente. Ya lo decía el emérito monseñor Abelardo Mata, el 28 de abril del 2019: “Nicaragua es una olla de presión que va a estallar”. Y estallará, sin lugar a dudas, si la dictadura no rectifica a tiempo su mal proceder, porque ya estamos ahítos de tanto infundio disfrazado de verdad. En nuestro continente americano ya están soplando los vientos de libertad, que emanciparán para siempre a los pueblos oprimidos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, que hoy luchan con valentía y dignidad, en condiciones desventajosas, por alcanzar el sitial de honor que les corresponde en el concierto de las naciones democráticas del mundo.

El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

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