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Cuba, crisis humanitaria

Tal vez, desgraciadamente, sea el agudizamiento de la pandemia del Covid-19, la chispa que prenda en todos los cubanos la llama de la libertad, para de una vez por todas dar fin con el régimen totalitario que ha cubierto de oprobio nuestro país.

El Covid-19 ha puesto al desnudo las condiciones médicas en Cuba, no por el número de casos ni la incapacidad de las autoridades en dar respuesta satisfactoria a la crisis de salud, eso ocurre también en otros países, sino porque el régimen desde que tomó el poder, asumió el rol de único proveedor y solucionador de los problemas de sus gobernados, en consecuencias, es el exclusivo responsable de lo que se derive de su incapacidad para resolver la situación.

Su condición de régimen totalitario le confiere un poder amplio y profundo, pero también lo compromete a buscar solución a todos los entuertos del país y esta pandemia como los desastres naturales ocurridos en los últimos años, sitúan al régimen insular en un contexto precario porque a la sempiterna falta de recursos se suma la ineptitud de los funcionarios, solo hábiles en las actividades represivas como hemos apreciado en las recientes protestas.

El control que ejerce el régimen sobre las importaciones también llega a la medicina, que, dicho sea, para que no arguyan el asunto del embargo, los productos médicos como los equipos están exento de esas regulaciones. No obstante, a pesar de las dificultades presentes y pasadas con relación a la medicina y otras crisis sanitarias, la dictadura siempre ha rechazado la ayuda externa venga de gobiernos como Estados Unidos o la asistencia en productos elaborados y equipos, que los exiliados de sus propios recursos siempre han estado dispuestos a enviar.

La soberbia del castrismo es suprema porque es capaz de manifestarla al costo de la vida de sus gobernados. El régimen no entiende de concesiones y arguye la tesis de la soberanía mancillada para no reconocer su ineptitud y deficiencia, de ahí que la propia cancillería castrista haya calificado de “posiblemente mal intencionada” la campaña que reclama un corredor humanitario para la Isla, una propuesta que no tiene nada de onerosa, salvo el orgullo herido de los gobernantes.

A las autoridades no les importa que los nuevos contagios y hospitalizaciones aumenten cada día y que los centros hospitalarios estén superados por el número de casos, a lo que hay que agregar que medicinas y otros productos de primera necesidad, incluido los de higiene, están en falta.

La medicina y la educación, al igual que el resto de los servicios, están bajo el control de un Estado ineficiente y corrupto, capaz de resolver problemas a un costo humano y material muy superior a lo requerido, a la vez que los profesionales de ambos servicios, algo parecido ocurrió con los servicios armados, son usados como moneda de cambio con fines políticos o por simple enriquecimiento, de ahí, como afirma el activista Javier Larrondo, director de Prissoners Defenders, el régimen debe ordenar a los 35,000 galenos que tiene prestando servicios en el exterior que regresen a Cuba, para paliar la crisis humanitaria que amenaza a la nación más que a la propia dictadura.

Los tiempos “dorados” de la medicina cubana fueron posibles mientras duró el subsidio soviético. El despilfarro, la negligencia crónica y la corrupción generalizada solo eran sostenibles con ingresos muy superiores a los que el gobierno de los Castro nunca ha estado preparado para generar.

El régimen responsabiliza por la falta de equipos, material quirúrgico y de esterilización al embargo estadounidense, sin embargo en la isla hay hospitales con equipos médicos de última generación, toda clase de suministro y con suficientes medicinas para atender cualquier tipo de dolencia, siempre y cuando el paciente tenga sólidos vínculos con la cúpula en el poder, sea un extranjero con dinero, o con el linaje político que la dictadura demanda.

El castrismo ha usado la medicina como una carta de triunfo del sistema más allá de sus costas, mientras el cubano de a pie, que necesita atención, no tiene cómo denunciar la ruina de los servicios clínicos, la desidia y desinterés de un número importante de profesionales.

El autor es periodista.

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