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Ante un resbalón de Ortega, un empujón de la oposición

Ortega mostró su segunda carta para el juego electoral: sus sirvientes en la Asamblea Nacional presentaron una propuesta de reformas a la Ley Electoral. Antes habían anunciado la apertura del proceso para elegir magistrados del Consejo Supremo Electoral (CSE).

Esta iniciativa política del dictador, de un lado pretende transformar en instrumento represivo una ley que, en todo país medianamente serio, tiene como propósito asegurar condiciones institucionales para la libre expresión de voto. Le están dando rango de ley constitucional a las legislaciones fascistas que impusieron a fines del año pasado, comenzando por la Ley Putin, que ellos llaman de agentes extranjeros. De otro lado, el manoseo es de tal desfachatez que, en definitiva, constituye una burla para organizaciones y liderazgos opositores, para la inmensa mayoría de los nicaragüenses que aspiran a vivir en democracia, y también para la comunidad internacional, principalmente la OEA y la Unión Europea.

Sin embargo, contrario a lo que podría parecer, representa una oportunidad, tal vez la última en este capítulo, para que organizaciones y precandidatos encuentren puntos de acción conjunta para batallar por revertir el zarpazo dictatorial. O, en último caso, para hacerle pagar los mayores costos políticos posibles.

Voy a barajarla más despacio.

De entrada, no puedo cansarme de repetir que el punto de partida para analizar cualquier acción de Ortega es que todos sus movimientos, absolutamente todos, están motivados por un único y exclusivo objetivo: mantenerse en el poder, cueste lo que cueste. Trátese de una cita bíblica, una orden a sus sicarios, una mentira flagrante, una medida económica, el uso de un símbolo satánico, desaparecer de la vista pública por semanas, dictar una sentencia judicial o maquinar un acto sacrílego: Todo obedece a la lógica del poder.

Lo segundo que no se puede olvidar es que la estrategia de Ortega es, siempre, una estrategia de guerra que aplica sin descanso, sin escrúpulos, en todos los frentes, ya sea en el campo internacional o de comunicación, institucional o deportivo, religioso, económico o represivo. Todos los frentes, todos los días, a toda hora. Únicamente entiende de correlaciones de fuerza y avasallamiento de sus adversarios, por derrota, intimidación, artimañas o soborno.

Los aspirantes a líderes que se sorprendan, desilusionen o acalambren con este zarpazo sencillamente no tienen idea del juego al que se metieron y por consiguiente no están preparados para enfrentar al dictador.

La gran ventaja que ofrece Ortega es que siempre repite las mismas maniobras. Es completamente predecible.

¿Cuáles son las maniobras favoritas del dictador?

Primero, mantener la iniciativa con embestidas reales, amenazas o maniobras diversionistas, a fin de imponer agendas y obligar a sus adversarios a moverse en dirección y al ritmo que marquen sus maquinaciones.

Segundo, administrar los tiempos. Lleva al límite los desenlaces, estirando o encogiendo, amagando o arremetiendo, según el momento.

Tercero, apostar a los hechos consumados. Si no encuentra resistencia y olfatea debilidad, embiste a fondo, hasta donde las circunstancias le permitan llegar; así, cualquier concesión posterior, si es que la hace, lo deje siempre en posición de ventaja.

Pero no es todopoderoso, ni es infalible.

Con esta jugada quiere aparentar fortaleza, pero, si la examinamos bien, en realidad es una confesión de su convencimiento de que está en franca minoría. Está convencido de que la inmensa mayoría de los nicaragüenses repudian su régimen. El zarpazo más bien muestra su temor a exponerse en las urnas electorales, a pesar de la debilidad de las organizaciones opositoras, y procura construirse todos los escudos y resguardos posibles para cerrar cualquier resquicio. No es lo todopoderoso que quiere proyectar.

Tampoco es infalible. Comete errores. Y así como el modelo de dominación que tan cuidadosamente había cultivado se descuajó con los errores que cometió en abril del 2018, en las circunstancias presentes la embestida legislativa es un resbalón inesperado que sirve en bandeja a la oposición un motivo patente y poderoso para juntar esfuerzos y comenzar a superar la debilidad y desconfianza que provocan la dispersión y las pugnas.

Al resbalón del dictador hay que corresponder con un empujón.

¿Sería mucho pedir a organizaciones y liderazgos opositores que suscriban un posicionamiento conjunto de rechazo al zarpazo dictatorial?

¿Sería demasiado pedir que presenten a los nicaragüenses un consenso sobre las condiciones indispensables para elecciones democráticas y puntos concretos de reforma electoral?

Eso ayudaría a dar ánimo y confianza a la población.

¿Sería demasiado pedir que envíen una comunicación conjunta a la OEA y a la Unión Europea fijando posición y demandando una reiteración de apoyo concreto de la comunidad internacional? Eso ayudaría a animar y dar confianza a gobiernos y organizaciones amigas.

Finalmente, con ocasión del 19 de abril, deberíamos todos tener la generosidad y apertura mental para respaldar la iniciativa de quedarse cada quien en su casa, paralizando por un día las actividades, en conmemoración a las víctimas de la represión, exigir la liberación de los prisioneros políticos y demandar condiciones electorales. ¿Quién puede oponerse a esas demandas?

El dictador amenaza a todos los aspirantes. Sería viveza de ratón esperar que sin moverse el dictador no los va a tarasquear. Si frente a esta amenaza común no son capaces de dar un primer paso juntos, ¿de qué son capaces?

Si no son capaces de juntarse para enfrentar la amenaza común, lisa y llanamente, significaría que estos liderazgos y estas organizaciones no están a la altura de los desafíos del momento, ni merecen la confianza del pueblo.

El autor es economista.

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