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Francisco de Asís Fernández,autor del poemario bilingüe, Quiero morir en la belleza de un lirio, con textos valorativos de los escritores hispanoamericanos, Antonio Gamoneda, María Ángeles Pérez,Raul Zuirta y Óscar Oliva. LA PRENSA/Arnulfo Agüero/Archivo

Morir y vivir en la belleza

Porque Quiero morir en la belleza de un lirio es un poemario de Francisco de Asís Fernández entregado al amor y la luz, que pide a las estrellas que no dejen de subir hasta el cielo

¿Puede haber mayor entrega que la que reivindica “ese viaje hacia la nada/ que consiste en la certeza/ de encontrar en tu mirada/ la belleza”? Con estas palabras cierra Luis Eduardo Aute su canción “La belleza”, que ha estado acompañando –al sonar al fondo de una memoria compartida– el último libro de Francisco de Asís Fernández Arellano (Granada, 1945).

Porque Quiero morir en la belleza de un lirio es un poemario entregado al amor y la luz, que pide a las estrellas que no dejen de subir hasta el cielo, que se vuelca denodadamente en la afirmación vital por la que “siempre hay que cantar en la borrasca”. En esta certidumbre –la de la tormenta de la muerte–, en el asedio del tiempo y la angustia que parece arrancar de “Lo fatal” de Rubén Darío, el libro se coloca en el umbral desde el que se mira a los ojos de la vida. Por ello, sensorialidad y sensualidad tiñen con su intenso perfume un libro colmado de gemas brillantes, notas de Bach o Beethoven, animales exóticos con los que apreciar el goce de las formas y la presencia del amor como erotismo que es pulso en lo visible.

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En su gradación, en todos sus matices, se rinde homenaje a la belleza. Conformada por el legado griego y romano pero profundamente transformada por las experiencias modernas y contemporáneas, no se trata de la belleza en tanto perfección estética, aquella que reposa sobre armonía y simetría. Tampoco se asocia a lo noble o lo bueno, como propusieron Platón y Aristóteles, sino que se vincula a lo que permite aproximarse al vértigo de lo sublime, manteniendo una muy estrecha alianza con la verdad. Por eso su carácter es neorromántico. Lo bello, además, se enlaza tanto a la naturaleza como al arte.

El poemario bilingüe Quiero morir en la belleza de un lirio de Francisco de Asís Fernández, editado por New York Poetry Press,traducido al inglés por Stacey Alba Skar-Hawkins y portada de Yomi Amador, está disponible en Amazón. LA PRENSA/Cortesía

A lo natural porque el poemario lo sobrevuelan torcaces y petirrojos, garzas y otros pájaros, una profusa zoología que da cuenta del amor hacia lo vivo. Se elevan araucarias. Se perciben colores y aromas, se exalta la dimensión hiperestésica. El propio yo lírico se siente parte de esa naturaleza fecunda y sorprendente: siembra tulipanes en su alma y en el patio de su casa –no hay fronteras entre el afuera y el adentro–, haciéndose uno con aquella naturaleza prodigiosa que mira, la fértil vivencia de su Nicaragua natal.

Por otro lado, la naturaleza se ensancha con riquísimos diálogos culturales a partir de la mitología, la historia, la religión: sirenas, bisontes de Altamira, el ave del Paraíso en la rama del árbol del conocimiento comparten una ágil vivencialidad de esa herencia portentosa, especialmente a través de la música y la pintura.

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Se aspira a la eufonía, se proponen breves poemas muy bien cohesionados en torno a un ritmo musical, a las cualidades del oído y su pulpa vibrante: la que disfrutaría de la obra de Edith Piaf, la que escucha el trino de las aves y se deleita en las obras para violín de Bach y la recreación de “Ludwig van Beethoven” en el poema homónimo. Si la música fuera visible, este libro sería la partitura del universo.

A la vez, se trabajan diversos grados de la sinestesia y el poema se vuelve color, pincel y lienzo. La figura imantadora de Simonetta Vespucci se recrea varias veces. Por otro lado, se convoca la presencia de Renoir, Cezanne, Van Der Weiden. La palabra recuerda aquí que fue considerada ut pictura poiesis.

LA PRENSA/iStock

Fernández Arellano alcanza un conocimiento estético que vincula lo sensorial con lo abstracto, lo mental con lo concreto. Los abstractos se corporeizan: se es “visible como el dolor”. Enlazan así sus raíces la belleza natural y la artística, como en los ámbitos de la modernidad estética. El yo lírico se hace uno con aquel que fue uno de sus grandes nombres, el poeta Rainer María Rilke (“suena música triste cuando me pincha/ la espina de una rosa”). Y ahí reside uno de los elementos más fecundos de este libro fecundo: no se trata de responder a una vocación neoculturalista que acumulase referencias para ornamentar cada texto, sino de una íntima vivencia de todas aquellas creaciones que han resultado fundacionales, como puede verse en el siguiente poema:

El verde oscuro y el verde luminoso

El verde oscuro y el verde luminoso,
cuando yo era joven y las mujeres me amaban
la arena del mar hundiéndose bajo mis pies
con los cangrejos diminutos,
el paraíso terrenal hundiéndose con las iguanas,
insaciables de mí y del arco iris,
Renoir frente al río, el verde oscuro
y el verde luminoso
Cezanne, de la mano a la tela,
con los colores íntimos en los ojos de la iguana.

[…]

Brota, multiplicado, aquello que mueve el espíritu y el cuerpo: el amor a la naturaleza, a la música y la pintura, a la presencia plena de lo bello, y especialmente a la mujer. En el pelo de la amada se pone el sol, se posan viento y alfabeto. En ella reside el talismán, la piedra roseta, el comienzo del mundo y su clausura. “Quien pierde el amor lo pierde todo”, en el poema “La majestad de lo más oscuro de la noche”.

Eros empapa todo el poemario, que hace suya y transgrede la oración amatoria de Piedra de sol de Octavio Paz. Se come el cuerpo de la amada a la vez que se es devorado en el acto sexual: “la frenética dulce bestia que somos/ cuando nos apareamos” (en “Mi corazón abre la llave y canta”). Para Quiero morir en la belleza de un lirio, el Amor es único Dios, único lenguaje, única inscripción de lo posible, y encuentra en la amada su pleno sentido: el cuerpo de ella se cubre de lenguaje, de palabras como miel untada en cada poro. Es el amor la gran aventura humana.

Los ecos literarios completan la vivencia personal: Shakespeare, Aleixandre, Gamoneda, el eco implícito de Lorca… Y en relación con el amor, desde el Cantar de los cantares y el Cántico espiritual de San Juan (“Escucha la música como un ciervo herido”) a la resignificación quevediana del amor constante más allá de la muerte. Porque en los libros fundacionales de la cultura residen las palabras que nos conforman, y porque en ellas encuentra el destacado poeta nicaragüense, aquella palanca con la que mover el mundo…

De ahí el recurso frecuente a la Biblia como piedra ancilar, sobre todo el Génesis aunque también el nuevo Testamento: hallaremos resonancias cristológicas en versos tan contundentes como “Este es mi cuerpo y esta es mi sangre”, que estarán consagrados no a Dios sino a la mujer, el gran amor, transustanciado (al modo eucarístico) en verbo. Se come el nombre de la amada como se come el cuerpo de Cristo o se come el propio cuerpo del dolor cuando la vida obliga a beber su cáliz más amargo.

Embebido en el libro fundacional del cristianismo, el autor apela a la infancia y el mundo de los padres, especialmente su padre y maestro, el escritor y artista plástico Enrique Fernández Morales (1918-1982). También a los ángeles, invocados en su inocencia y su pureza. La belleza está así alejada del Mal o de la Historia, por lo que los poemas recuperan los momentos de esplendor atesorados a lo largo de toda una vida, aquella que el poeta asume junto a la vida humana en su totalidad como si fuera un nuevo Atlante, como si pudiera sostener sobre el esqueleto del lenguaje el pesado fardo del asesinato de Abel para anularlo. No se da, pues, la mirada del ángel de la historia de Benjamin, sino el ángel cristiano en su condición benefactora, que a veces aparece transido por algún leve destello surrealizante al modo de los ángeles de Alberti.

Junto a la matriz religiosa, aparece la mitológica: Sísifo y Prometeo son parte de su alma, puesto que un águila come su hígado mientras su corazón, inservible, borra los poemas, y el poeta pregunta a Tiresias por su destino. Ya en la tarde, el poeta zarpa hacia Orión:

¿A dónde me lleva este barco
que zarpa sin brújula ya tarde en la noche?
¿Dónde está Orión?
Serás criticado, serás denigrado,
recorrerás el alba, el fuego,
la belleza inmaculada, el ardid, el infierno.
No llegarás a las costas, a lo hondo.
Te perderás en el viaje.
Cuando seas viejo leerás despacio
lo que escribiste para repasar tus errores,
[…]

En Orión confluyen la constelación y el gigante de la mitología griega, del mismo modo en que en el libro confluyen diversos niveles de lectura y reescritura de lo bello, siempre movilizados por el amor inscrito en el yo interior profundo y en cada uno de sus círculos concéntricos, sus capas de piel tal como las formuló el artista austríaco Hundertwasser, pues Fernández Arellano desea unir arte y vida, fusionar la dimensión ecológica y la culturalista. Hallar aquellas palabras con las que decir el amor por la vida en toda su plenitud sabiendo a la vez, con Valéry, que lo más profundo es la piel: esa cualidad porosa del amor que permite que el yo se funda con el tú y el tú con el yo en un baile inacabable de cuerpos y pronombres

Tú tienes mi oscuridad y yo soy tú

Tú tienes mi oscuridad y yo soy tú
en una selva de pájaros.
Suena música triste cuando me pincha
la espina de una rosa
y las aves trinan omnipotentes
entre las ramas, las hojas y el silencio.
Tú tienes oscuridad y yo soy tú,
mi delfina rosada;
yo soy tú, como Flaubert es Madame Bovary;
y yo, Simonetta Vespucci.
Tu oscuridad es mi destino:
el principio de mi vida y mi muerte.

Solo este amor –a la vida, a la poesía, al arte y la naturaleza, a la amada como síntesis total– permite reafirmar la belleza frente a la muerte. Incluso ante la falta de correspondencia en el amor, la muerte personal o la colectiva, no retrocede el yo lírico, que aspira a penetrar en el misterio del ser, a conocer su luz pero también su oscuridad. Todo camina hacia el alma del poeta, su sima y su cumbre. Ante la herida de vivir, el poemario canta la profusión vegetal o mineral, el prodigioso abanico de los sentidos mostrando la plenitud del mundo, de pronto bien hecho al modo de Jorge Guillén, porque en sus palabras, los ojos no ven sino saben y el instante es exaltado a la más alta marea, sin vaivén.

Búsqueda de la belleza por la que este libro suma un extraordinario hallazgo en la prolífica y valiosa trayectoria del poeta nicaragüense. Quiero morir en la belleza de un lirio constituye su gran indagación en torno al amor como término de la totalidad. Otros títulos suyos relevantes –Orquídeas salvajes (2008), Luna mojada (Luna Bagnatta) (2015), La invención de las constelaciones (2016) o Hay un verso en la llama (2018)– comparten algunos rasgos, pero la búsqueda de la belleza como reafirmación vital alcanza su clímax en este libro.

Lo conforman poemas breves que se apoyan en el dominio de lo sustantivo y los verbos de acción (más que de contemplación), la anáfora y el polisíndeton como recursos de la repetición que crean un ritmo ágil y enfático. En el libro, su autor es plenamente consciente de la confluencia, al modo kantiano, entre conocimiento, entendimiento e imaginación, al tiempo que desborda la belleza hacia las potencias de lo imaginario. De ahí la larga conversación con Dios y con todas sus criaturas, con la proliferación inaudita de formas, vestigios, posibilidades de lo real (e irreal): dragones, dinosaurios, orquídeas, nebulosas y esmeraldas, delfines y desiertos azules.

Que no se hunda en el asfalto/ la belleza. Que sea posible rozar aun por un solo instante / la belleza. Sigue sonando la canción de Aute, a quien hemos perdido mientras escribía estas líneas, pero que está permanentemente unido a nuestra memoria, como queda unido a la de Francisco de Asís Fernández Arellano por ser el artista español uno de los principales invitados del Festival Internacional de Poesía de Granada en 2015. Quienes allí estuvimos podemos recordar la emoción de escuchar “Al alba” en la noche nicaragüense y la devoción a la poesía de Fernández Arellano, quien preside ese destacadísimo Festival desde 2005.

Entregarse a la poesía es una de las posibilidades de unión de la persona con el mundo. Morir en la belleza de un lirio es vivir permanentemente en ella.

 

María Ángeles Pérez López

Universidad de Salamanca, España

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