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La Parra de mi padre

Los vientos de enero siempre me traen a la memoria aquellos días álgidos, previos a aquel fatídico día que mi padre fue asesinado, cuando a ratos encontraba sosiego en su casa desarrollando una faceta poco conocida de su vida: el agricultor. En un país agrícola como el nuestro, un hombre tan grande debía cosechar los frutos de la tierra —una parra de uvas— con admirable devoción.

En el quinto aniversario de su muerte, el 10 de enero de 1983, publiqué el artículo “La Parra de mi padre”, que retomo ahora en síntesis, a propósito de los vientos de unidad que él siempre pregonó.

La historia de la parra de mi padre comienza en la casa de mi abuela Margarita Cardenal, donde mi padre vio con fascinación una parra cargada de uvas rojas en el clima cálido de Managua. Un día mi abuela recibió un regalo de doña Blanca González, dos palitos de uvas verdes ya pegados. Dijo mi abuela: “como sabía que a Pedro le gustaba mucho cultivar uvas, decidí regalarle uno de los palitos a él, el otro lo sembré yo”.

La parra creció rápido y daba sombra en la pérgola de su garaje, mas no daba frutos, hasta que un día él me dijo: “vos que conocés bien las ferreterías porque vivís comprando chunches, quiero que me comprés una tijera grande que tiene una especie de pico de lora”. Me fui a Richardson, justo al lado de LA PRENSA, la encontré rápido y la metí en el maletero de mi carro. Al rato pasó mi padre por mi oficina y me preguntó que si había encontrado la “pico de lora”. Claro que sí —le respondí—; vamos a verla, me dijo… y al abrir el maletero, no pudo contener su admiración: “está bárbara, me la voy a llevar ya”, exclamó; se montó en su Volkswagen y se fue a su casa a podar la parra.

Pronto la parra dio sus verdes y dulces frutos y fue realmente prodigiosa en sus cosechas posteriores. Estaba en la tercera cosecha, en la víspera de la Navidad de 1977, cuando una plaga de murciélagos comenzó a degustar sus racimos, algunos aparecían en el suelo. Entonces mandó a mi hermana Cristiana a comprar adornos navideños y unos “mosquiteros” que con admirable paciencia le colocó a cada uno de los racimos que quedaban.

Los adornos navideños eran, según sus palabras, “para enredar el radar” de los murciélagos y los “mosquiteros”, para proteger sus racimos. La novedosa técnica funcionó. El 23 de diciembre me fui a Montoya a comprar unas uvas rojas hermosísimas y al mostrárselas a mi padre, no pudo contener su admiración al ver su tamaño, pero al probarlas me dijo que eran algo insípidas y que las de su parra, aunque más semilludas, eran mucho más dulces y gustosas, lo que en efecto todos comprobamos posteriormente.

Él tenía también otra parra de uvas rojas que no le había dado frutos. Un día, su excelente sentido de humor y su devoción por su madre saltó a flote al decirme: “voy a ir al mercado a comprar de estas uvas hermosas, las voy a colgar de la parra que no ha dado frutos y voy a traer a mi mamá para que vea que mi parra ya dio”.

Para el 30 de diciembre de 1977, cuando tan solo le quedaban 11 días de vida, mi padre fue a la casa de su hermano Xavier con su regalo de cumpleaños, que era el 31. En un plato de cartón envuelto en papel celofán venía un hermoso racimo de uvas verdes con esta dedicatoria: “Xavier, me pareció que en tu cumpleaños el mejor regalo que podía expresar mi cariño, es el mejor racimo de las uvas que yo cultivo con escrúpulo y paciencia infinita, como dicen de los grandes vinos, y para que pases las uvas, una botella de Jerez. Felicidades, Pedro.”

Dios quiera que los racimos de sus semilludas y dulces uvas que cultivó, germinen pronto en la nuestra Nicaragua.

El autor es periodista, exministro y exdiputado.

COMENTARIOS

  1. Hace 3 años

    Cuidar de una parra en Managua debe ser fantástico; muy riguroso, de microclima; de seguro provoca gran sensibilidad y nobleza que pueda dar una persona; imagino el regocijo mental y espiritual de su padre reconociendo y aprendiendo del cuido de cada racimo, como a cada hijo, añorando la tranquila y merecida vida personal, familiar y social por la que luchó.

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