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Carlotta sufre prosopagnosia. BBC/CORSO Film

Prosopagnosia: la mujer que hace autorretratos pero no logra reconocer su propio rostro

Carlotta sufre prosopagnosia, conocida coloquialmente como ceguera facial, la que nunca le ha permitido distinguir rostros, ni el suyo.

Carlotta nunca ha podido distinguir rostros, ni el suyo ni los de otras personas.

Su condición, conocida coloquialmente como ceguera facial, ha tenido un impacto importante en su vida, pero también le ha dado un propósito como artista: hacer autorretratos de un rostro que no puede imaginar en su mente.

Carlotta se sienta a pintar un autorretrato. La habitación es muy oscura y solo unas pocas velas la iluminan.

Pero la artista no necesita luz, porque no utiliza un espejo ni una fotografía.

Con una mano sigue los contornos de su rostro. Mientras, con la otra, dibuja esas formas en papel.

“Siempre es una sorpresa cuando veo mis dibujos a la luz del día”, dice.

Su apartamento está lleno de autorretratos, unos mil, según sus cálculos. Todos son completamente diferentes y de muy buena calidad artística.

Las formas se superponen. Varias cabezas pueden estar superpuestas una encima de la otra, a veces de manera invertida. En una tiene tres ojos. En otra seis.

Si se mira en un espejo, Carlotta normalmente piensa: “La mujer que me mira tiene puesto mi camisón y está en mi apartamento, así que debo ser yo”.

Short presentational grey line

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La condición de Carlotta comenzó a causar problemas cuando era una niña, en Múnich, Alemania, en la década de 1960, aunque al principio nadie se dio cuenta.

“Cuando iba de compras con mi madre o iba al médico, veíamos a personas que mi madre reconocía claramente, pero yo no tenía ni idea de quiénes eran”, cuenta.

“Me sorprendió que mi madre pudiera hacerlo. Pensé que era un don que ella tenía, reconocer a otras personas”.

A menudo, Carlotta esperaba a su madre fuera de las tiendas con su perro y terminaba siguiendo a la persona equivocada, pero luego se daba cuenta de que no era su madre cuando giraban por la calle equivocada.

Nunca le dijo a su madre por qué. “Pensé que probablemente era un problema mío, que no me concentraba lo suficiente”.

Un autorretrato de Carlotta.
Un autorretrato de Carlotta. BBC/Carlotta

Por eso, decidió basarse en otras pistas. “Empecé a notar qué ropa llevaba la gente, la forma en que caminaban, sus voces o si llevaban gafas. Cada uno tiene su propia manera de respirar y su propia forma de moverse. Así es como intento identificar a las personas”.

Pero cuando Carlotta comenzó a ir a la escuela finalmente comprendió que había algo diferente en ella.

“Fue realmente difícil, porque me di cuenta de que ese don de distinguir los rostros de otras personas que mi mamá tenía, los demás niños también lo tenían”, dice.

“Había sido mi primer maestro, pero no lo reconocí”

Aun así, no le contó a sus padres. Supuso que reconocer caras era una habilidad que dominaría algún día, como atarse los cordones de los zapatos.

Para Carlotta, la escuela fue una experiencia horrible y brutal. Todo el mundo le parecía igual. En una ocasión, la enviaron a la sala de profesores para que recogiera algo que le iba a dar un maestro.

“Llamé a la puerta de la sala de profesores. Luego vino un hombre y le dije: ‘Quiero ver al señor Schultz’. Tuve que repetir esto tres veces y se enojó conmigo y me dijo: “¡Yo soy el señor Schultz!”. Había sido mi primer maestro, pero no lo reconocí”.

Trató de escribir todas las características de sus maestros (si tenían anteojos o barba, qué zapatos usaban), pero también escribió qué maestros eran amigables y cuáles no, y un día un maestro confiscó la lista.

Durante los recreos del mediodía, Carlotta solía mantenerse separada de los demás niños. El problema llegaba después, cuando sonaba el timbre y los profesores venían a recoger a sus alumnos.

Los niños se alineaban en el patio de recreo, pero nunca en el mismo lugar.

“A menudo entraba a la clase equivocada y no me daba cuenta hasta que llegaba al aula equivocada. Y obviamente, si una niña no logra reconocer a sus compañeros, es porque debe ser estúpida”.

Los maestros reaccionaban con enojo y burla.

“Me hacían pararme frente a la clase y me decían: ‘Solo tienes aserrín entre las orejas’. O me insultaban: ‘Eres bruta como un ladrillo'”.

Los niños también se burlaban.

Como consecuencia, se alejó de todos. “No decía nada en voz alta. Solo me dedicaba a hacer mi trabajo escrito y realmente no participaba”.

Carlotta se toca la cara mientras dibuja.
Carlotta se toca la cara mientras dibuja. BBC/CORSO Film

En la escuela pensaron que Carlotta tenía una discapacidad de aprendizaje y le escribieron a sus padres sugiriéndoles que la enviaran a una escuela especial. Pero sabían que esto era innecesario e ignoraron las cartas.

Al final de la jornada escolar, Carlotta corría a su casa y se refugiaba en los libros. Leía todo lo que podía, especialmente sobre la naturaleza. Fantaseaba con alejarse de todos.

“Tenía la idea de que podía adentrarme en el bosque y crear una especie de cueva”, dice.

“Había una cueva para la cocina y otra, la más grande, para los libros. Lo que quería era meterme profundo bajo tierra en la oscuridad. Estar con otras personas es difícil para mí. Prefiero estar sola en la naturaleza”, agrega la artista.

Cuando dejó la escuela a los 17 años, buscó algún trabajo que involucrara el menor contacto humano posible. Se convirtió en moza de caballos porque los amaba, hasta que tratar con los animales también suponía lidiar con sus dueños e hijos y eso era demasiado para ella.

Tras trabajar como conductora de camiones y mezcladora de cemento, lo hizo como operadora de cine. Ese puesto era solitario y disfrutable. Las películas de ciencia ficción eran sus favoritas porque sus protagonistas eran más reconocibles y la trama más fácil de seguir.

Mi problema es con los rostros humanos. Las caras de animales y aliens son más fáciles de reconocer“, explica. Aunque este patrón no aplica con los chimpancés, porque los encuentra muy similares a los humanos.

A sus 20 años, soñaba con separarse por completo del resto de personas. Así que compró un barco y navegó alrededor de la costa australiana durante un año, leyendo libros y obteniendo su comida diaria del mar.

No fue hasta que cumplió 40 y regresó a Múnich que Carlotta conoció el nombre de su padecimiento, casi de casualidad, cuando leyó una revista de salud.

“Ojeaba las páginas y me encontré con la palabra prosopagnosia. Me gustan las palabras inusuales así que seguí leyendo. Describían una condición a la que llamaban ceguera de rostros”, recuerda Carlotta,

Fue un momento extraordinario, la liberación de todas mis cargas. Finalmente tenía un nombre y podía decirme a mí misma que no era estúpida, que mi problema no era de concentración. Se trataba de una condición genética y no podía hacer nada sobre ello”.

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