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Un grito desesperado

Yo he pensado que los últimos años de vivir, a quienes nos tocó llegar al Siglo XXI, nos los quiere arrebatar el Covid-19, dando al traste con lo planes del retiro con la salud y el buen ánimo para disfrutar el escaso tiempo y los ahorros destinados a darnos los pequeños gustos al haber cumplido con nuestras responsabilidades.

Los hijos ya han volado y tienen sus propios planes, sus hogares y manejan sus propios destinos, lo que te toca ahora, decían los consejos es “tratar de vivir y disfrutar a tus nietos, ayudar y de incidir la transparencia social, evolucionar espiritualmente, gozar de la cultura y el arte, darte las comodidades y en fin hacer lo que siempre soñaste y todavía te gustaría… no ahorres que nada te llevarás…”

Pero de repente viene la muerte impaciente con su guadaña, disfrazada de coronavirus y se ensaña en los viejos, obligándolos a encerrarse sin dejarles un espacio para disfrutar su tiempo de descanso. Justo y merecido antes de partir. Como un juez o dictador cruel y desalmado ha impuesto el estado de sitio, casa por cárcel sin derecho a visitas o sentencia de muerte para “los viejos”.

Los ciudadano de la tercera edad, sí, esos los jubilados, tus padres, tus abuelos, tus tíos, tus profesores, y todo aquel que se atrevió a perdurar con vida más allá de los 60 que tengan buena salud o con enfermedad están obligados al claustro, un en encierro absoluto y permanentemente en propias sus casas.

No nietos, no hijos, no hay viajes, no almuerzos ni celebraciones familiares, nada de nada.

Y sus sueños hoy se vuelven un insomnio más aburrido… y la experiencia virtual que presta la tecnología quizás ayude a los más avezados que se adentraron en la aventura del aprendizaje; otros, codependientes de sus hijos o la complicidad de los nietos para conectarse ya se quedaron fuera de la red, y los que nunca quisieron por temor a intentar lo nuevo de las comunicaciones en distancia, rumiarán en silencio su inercia en el aislamiento.

Yo les digo amigas y amigos, por mi parte no quiero permanecer ausente en esta cárcel que me obliga alargar la pereza en mi cama y acortar los días de mi vida… Hasta “Para entonces”, como dijo Manuel Gutierrez Nájera (1887) que siempre me gustó: “Quiero morir cuando decline el día,/ en alta mar y con la cara al cielo;/ donde parezca sueño la agonía,/ y el alma, un ave que remonta el vuelo./ Morir, y joven: antes que destruya /el tiempo aleve la gentil corona; /cuando la vida dice aún: «soy tuya»,/ aunque sepamos bien que nos traiciona.”

Sí, porque viejos son los que se dan por vencidos, y no son cuatro paredes las que rendirán el alma de una madre una abuela que ha encontrado el elixir de la juventud trazando sus planes para este otoño…

La autora es economista, diputada liberal.

Opinión coronavirus covid-19 archivo
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