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Entrevista pendiente con Amaya

Habíamos concertado una entrevista y por varios problemas de agenda de ambos, no pudimos sentarnos tranquilamente a conversar. Quería hacerle preguntas de todo. Y escucharla. Pero sentarse a conversar tranquilamente con una joven estudiante de Medicina como Amaya Coppens, hoy por hoy es un raro privilegio, como otras cosas normales que ya no son normales.

En los breves diálogos que establecimos antes de la entrevista interrumpida, observé que le interesaban algunos asuntos de salud global. Como si de pronto se hubiera abierto una ventana a las cosas que quedaron en suspenso por la crisis de sangre del país. Me hubiera gustado preguntarle, por ejemplo, qué especialidad le gustaría seguir estudiando tras la carrera médica. Y de dónde le viene ese afán por la libertad de su pueblo. Qué música escucha, cómo se imagina el país del día de mañana. Las preguntas que se le hacen a quienes se convierten en símbolo de cientos, de miles, de muchos. Símbolo sin pedir serlo. Símbolos espontáneos como la compasión o la risa o el llanto.

El color azul del pijama de Amaya se nos ha prendido en la retina y será parte indeleble de la memoria de estas noches largas, cuando pasen. Pero sobre todas las cosas, la mirada.

Es la mirada. Uno puede dudar de las cosas, de las palabras, de los principios. Dudar hasta de la convicciones, porque para eso está hecha nuestra razón, la esencia de la inteligencia: dudar, dudar, de todo, de nosotros, de nuestra propia sombra. Pero si hay algo que difícilmente engaña, al observarla atentamente, es la mirada del otro. La mirada de Amaya es limpia, como ese agua.

Obsérvenla cuando mira hacia arriba, mirada de cervatillo, pestañas de alas de colibrí, que no entiende de dobleces y sabe lo que tiene que hacer. Y ahora contrástenla con otras miradas.

Amaya son muchas Amayas, paridas o criadas en este país que se arrecha cuando le cercenan la libertad de palabra y pensamiento, cuando le quieren dar atol con el dedo. Y es capaz de suspender sus sueños, sus intereses, su futuro, y explotar con la lava de los demás.

Es difícil entender la razón de quienes, molestos por el canto, enjaulan a los pájaros. El canto sigue hacia fuera, en cada trino, o palabra, o grito o silencio de estas largas noches de Navidad sin ella, sin ellas. Tener a jóvenes estudiantes en prisión, sin delito, y más en estos días, es un acto de crueldad que ni siquiera es necesario. Y ni siquiera efectivo.

Sí pude conversar brevemente con el papá de Amaya. Ella les da ánimos desde dentro, me dijo. Es la fuerza de los pájaros, de los seres vivos libres y azules, con la mirada limpia hacia arriba.
Quedamos pendiente de poder sentarnos y conversar tranquilamente cuando pasen estas noches largas.

El autor es periodista.
@jsanchomas

Opinión Amaya Coppens presos políticos archivo
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