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Semana Santa en León

La Semana Santa en mi querido León empieza con la procesión del Domingo de Ramos, del Señor del Triunfo o de la burrita, como la gente popularmente lo llama. Saliendo muy de mañana de la iglesia de Sutiaba, con su sombrero de alas convexas, vestido de púrpura, y con sus colochos de pelo natural, de Nazareno, almidonados. Aunque ya no lleva la cabellera de doña Josefa Barrueta de Pineda que inmortalizase Gustavo A. Prado en sus “Leyendas Coloniales”, luce ¡bellísimo!

La imagen, una de las más antiguas de la ciudad, es de bulto y gonces, montada en un burrito que nos recuerda a Platero, “pequeño, peludo, suave” de Juan Ramón Jiménez; lleva en la mano la palma. ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Esa misma imagen es la que cierra la Semana Mayor, el Domingo de Resurrección, pero esta vez viene vestido de blanco, con sus mismos colochos, sin sombrero, radiante el rostro, con resplandor y en la mano el estandarte de la cruz.

La Semana Mayor es el relato que nos lleva a la contemplación orante de Cristo en los diversos episodios de este misterio de dolor. Nuestra tradición venida de España centra todo el mensaje a través de procesiones y rezos, en la pasión. Contemplamos el dolor contenido de Jesús en el Cenáculo. Vemos el dolor intenso en Getsemaní. Cristo, varón de dolores. Por eso la imagen del Nazareno es la figura central de nuestras procesiones de Semana Santa, los hay de todos los tipos y de todo tamaño.

El Nazareno de San Francisco en Rivas es una joya (más que un crimen él le hayan robado su resplandor de oro y plata, el más bello de Nicaragua). En Diriomo está el Nazareno más grande del país, traído de España en piezas por el padre Mario Bernabé Campos Bordas. En El Viejo y Diriamba hay unos nazarenos con cara de niños y el de Ocotal es sencillamente impresionante. Los mejores están en León, San Francisco descuella con sus dos imágenes, el de la Iglesia de San Nicolás Tolentino del Laborío, la Merced, el Calvario, o el de Zaragoza, hay que verlos, pero los más bellos son de San Felipe con el Señor de la Reseña y el Señor del Consuelo.

Como decía Santiago Argüello: realismo, realismo que nos entra por los ojos. “Nuestro Dios es el Ser de carne y hueso, a quien se le pide mercedes ante un trono de nubes, o de quien se conduele al verlo escarnecido por el salivazo, o amarrado a una columna o cayendo bajo la cruz a cuestas, expirando amargado por hieles y vinagres entre los dos ladrones del Calvario. Nuestro Dios es un Dios de procesiones, que huele a incienso, que tiene Madre que va tras él llorando, a quien entierran muerto, y que al tercer día resucita. Algo que se ve con los ojos, y que lleva música detrás”.

Lo esencial del mensaje que la Iglesia quiere dar no está en el crucificado, está en el Triduo Pascual, que empieza el Jueves Santo con la Cena del Señor. El Viernes Santo que se centra en el misterio de la Cruz y la Vigilia Pascual que es la madre de todas las vigilias. El acontecimiento central es la Resurrección. Ante la evidencia del sepulcro vacío “vio y creyó” que es la buena noticia.

Nuestro Dios es un Dios vivo, Cristo resucitado, objeto de transformación, levadura nueva y ácimo de sinceridad y de verdad. “Sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado”.

El autor es abogado.

Opinión León Semana Santa archivo
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