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Vilma Núñez

Vilma Núñez, defensora de los derechos humanos. LA PRENSA/Archivo

La intrépida vida de Vilma Núñez, defensora de derechos humanos en Nicaragua

Una masacre, cinco meses de cárcel y sesenta años trabajando por los derechos humanos. La historia de Vilma Núñez comienza en Acoyapa

A los siete años Vilma Núñez ya era antisomocista. Todavía no comprendía la política, pero sabía que odiaba tener que ir a la delegación policial para visitar a su padre, un hombre gordo y bonachón que caía preso cada vez que había alguna revuelta contra los Somoza.

Acoyapa era entonces un puñado de casas de abobe con techo de tejas, distribuidas alrededor de la plaza donde en enero se construía una barrera de toros para celebrar a San Sebastián. En los amplios patios reinaban los cerdos y las gallinas y, para visitar a sus vecinos, los lugareños solo tenían que cruzar las cercas de alambre que dividían las parcelas.

Las calles todavía no habían sido empedradas y solía verse a Humberto Núñez Sevilla recorriéndolas sobre su mula. El papá de Vilma era un rico hacendado, conocido antisomocista y dirigente del Partido Conservador, dos veces diputado durante los primeros años de gobierno de Anastasio Somoza García, características que lo convirtieron en un sospechoso habitual para la Guardia Nacional.

A la derecha, Vilma Núñez. En la foto también están su hermano León, su hermana Indiana y su madre, la maestra Tomasa Ruiz. LA PRENSA/ CORTESÍA

Setenta y tres años más tarde, Vilma se recuerda a sí misma subiendo por aquellas calles de tierra para ir a ver a su padre. En su memoria quedó grabada la imagen de Humberto acostado en una hamaca junto a La Bartolina, la celda de barrotes metálicos de la delegación. “No lo ponían adentro. Lo dejaban fuera”, afirma.

Su papá murió cuando ella tenía ocho o nueve años, no lo recuerda bien; pero el sentimiento de que el somocismo estaba haciendo mal las cosas nunca la abandonó. Era antisomocista cuando salió de Acoyapa, Chontales, para cursar la secundaria en un colegio de monjas capitalino y lo continuó siendo cuando a los veinte años se mudó a León para estudiar Derecho.

Aunque su madre, la maestra Tomasa Ruiz, quería que eligiera Arquitectura, Vilma sabía que lo suyo eran las leyes. Por haber nacido fuera de matrimonio, de niña sufrió muchas injusticias y, además, conservaba el recuerdo de su padre preso por sus ideas políticas. De modo que la Ciudad Universitaria fue la primera estación en su camino como defensora de los derechos humanos, una lucha que hoy la ha convertido en blanco del régimen de los Ortega Murillo.

 

Estudió Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-León). Ahí empezó su carrera como defensora de los derechos humanos. LA PRENSA/ CORTESÍA

Lea: La lucha de Vilma Núñez de Escorcia 


EL AMADO Y CALIENTE LEÓN

La clase de Introducción a los Fundamentos del Derecho se impartía de 1:00 a 2:00 de la tarde en el segundo piso de una casa, alquilado por la universidad para esos fines. Esa era, y sigue siendo, una de las horas más terribles en la ardiente ciudad de León. La hora del sopor y del fuego, cuando los rayos solares muerden las espaldas como mil diminutos látigos.

A esa hora se presentaba, siempre puntual, el profesor. Un muchacho de 25 años que llegaba enfundado en un impecable traje blanco, con saco y corbata. De solo verlo, Vilma sentía que se ahogaba de calor. Sin embargo, la clase de Carlos Tünnermann Bernheim era tan amena e interesante que, a pesar del clima, nadie en el aula se quedaba dormido.

Muchos años más tarde, el 19 de julio de 1979, Carlos y Vilma compartirían un avión, en un vuelo de San José a Managua. Tras el triunfo de la revolución sandinista, él vendría a ocupar el cargo de Ministro de Educación y ella el de magistrada de la Corte Suprema de Justicia. Pero en 1958, en aquel León, no eran más que un joven profesor y su alumna.

La muchacha se sentaba en primera fila, con sus dos gordos libros de Introducción al Derecho, y no se perdía una palabra. “Era una de mis mejores estudiantes. Brillante, despierta. Supe que iba a ser una excelente abogada, como en efecto lo fue”, recuerda Tünnermann Bernheim, con quien, a la fecha, Vilma conserva una cercana amistad.

Además de “brillante y despierta”, la joven era activa. Desde que llegó a la universidad se unió al movimiento estudiantil y ahí destacaba porque era llamativo que una muchacha se involucrara en la lucha universitaria. “Una de las primeras cosas que hicimos ese primer año fue organizar un comité pro reos políticos universitarios, cuando yo llegué estaban presos dos profesores y un estudiante”, cuenta Núñez.

Los profesores eran el doctor Alonso Castellón, a quien la Guardia le había lijado los dientes, y el doctor Emilio Borge. El estudiante se llamaba Tomás Borge Martínez. Los tres habían sido vinculados con la muerte de Anastasio Somoza García, baleado por el poeta suicida Rigoberto López Pérez en la Casa del Obrero de León, el 21 de septiembre de 1956.

En esa época la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) eran tan pobre que no podía permitirse un vehículo propio, sostiene Vilma. Así que el rector Mariano Fiallos Gil alquiló un Chevrolet celeste para viajar a Managua a encontrarse con Luis Somoza Debayle y hablar sobre asuntos de la universidad; y de paso llevó consigo a estudiantes del comité que querían plantearle al presidente la liberación de los presos políticos.

“Antes eso se podía hacer. ¿Te imaginás hacerlo ahora?”, se pregunta Núñez, hoy de ochenta años. Esta mañana se encuentra en un restaurante de Managua, feliz de poder platicar sobre años pasados y olvidar por un rato que los Ortega Murillo acaban de desmantelar el organismo para que el que ella ha trabajado los últimos 28 años: el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh).

Aquel día, hace seis décadas, le pidieron a Luis Somoza Debayle que dejara libres a sus reos políticos y al presidente no le gustó la idea. “Hubo un encontronazo, pero también hubo un debate con él”, reconoce la doctora Vilma, como suele llamarla la gente que le tiene cariño. Acostumbra mencionar este episodio cuando habla de su vida, porque esa fue su primera acción por la defensa de los derechos humanos.

 

Al centro, Vilma sostiene la bandera ensangrentada que los estudiantes cargaban el 23 de julio de 1959, la tarde que fueron masacrados por la Guardia somocista.

LA MASACRE

Al año siguiente, en 1959, ocurrió la masacre de los estudiantes y ella también estuvo ahí. Vestida con falda negra y blusa blanca, ese 23 de julio encabezó una marcha pacífica en protesta por la masacre de El Chaparral, donde recientemente la Guardia Nacional y el Ejército de Honduras habían cercado un campamento y eliminado a los guerrilleros que pretendían entrar a Nicaragua desde territorio hondureño, como parte de una incipiente lucha armada contra el régimen somocista.

La ciudad entera estaba sumida en una gran agitación política y la moda era estar en contra de los Somoza. Las protestas estaban a la orden del día y la dirigencia estudiantil decidió que esa vez no se haría el tradicional “desfile de los pelones”. No se colocarían plumas de pollo en las cabezas rapadas de los novatos, ni se verían chavalos paseados en carretones por las calles de la ciudad. El tiempo no estaba para fiestas, sino para luto.

Vilma, entonces, iba encabezando la marcha; pues las mujeres se colocaban al frente en una estrategia de seguridad. Se creía que a ellas la Guardia las iba “a respetar más”.

Superada una breve escaramuza, en la que los estudiantes tomaron como rehén a un soldado que andaba de civil para que la Guardia liberara a seis o siete dirigentes estudiantiles que acababa de capturar, la calma volvió por unos instantes y los muchachos comenzaron a caminar de regreso a la universidad. Las primeras filas ya habían doblado la esquina cuando estalló una bomba lacrimógena y empezaron los disparos, salidos de una ametralladora y muchos fusiles Garand.

Eran cerca de las 4:30 de la tarde. Todos corrieron, mientras los guardias disparaban de pie, de rodillas o acostados sobre el pavimento. Vilma también escapó y horas más tarde pudo ver los cuerpos de los cuatro muchachos muertos: Erick Ramírez, Mauricio Martínez, José Rubí y Sergio Saldaña.

Solo Saldaña fue sepultado en León, afirma, porque los otros jóvenes no eran del departamento. La concurrencia al funeral fue impresionante y al frente, llevando la bandera ahora ensangrentada que los estudiantes portaban el 23 de julio, caminaba Vilma Núñez, entonces estudiante de segundo año de la Facultad de Derecho.

Después de la masacre continuaron las protestas y la doctora Vilma recuerda especialmente la escena de un jovencito alto y flaco recitando un poema de Neruda en el parque de La Merced. “En el sitio donde cayeron los asesinados, bajaron las banderas a empaparse de sangre para alzarse de nuevo frente a los asesinos. Por esos muertos, nuestros muertos, pido castigo”.

Era un estudiante del primer año de Derecho, Sergio Ramírez Mercado.


Además: “Vamos a permanecer el tiempo que sea necesario” 


“Yo elegí a Otto”

  • Cuando ambos estudiaban en la UNAN-León, Vilma Núñez le “echó el ojo” a Otto Escorcia, el más destacado de los estudiantes de Odontología; el alumno que siempre se llevaba la medalla de oro de su facultad y que recibía una de las escasas becas que en ese tiempo daba la universidad.
  • Para llegar a su facultad, Vilma pasaba por el edificio central, donde Otto realizaba sus prácticas, y tocaba la ventana con los dedos para saludarlo. Sin embargo, la primera que vez que establecieron comunicación fue una tarde de septiembre, cuando se encontraron a la salida del cine. Él tenía novia en Matagalpa y ese fin de semana pensaba ir a verla para ir juntos a la fiesta de huipil. “Hola, Otto, ¿qué tal?”, saludó Vilma. Y Otto ya no fue a Matagalpa. La acompañó a su casa, se fueron platicando por las calles de León y al día siguiente estaba haciéndole visita.
  • Se casaron hace 55 años, el 25 de diciembre de 1963 a las 7:00 de la mañana. Vaya Dios a saber por qué en esa fecha y a esa hora. No lo recuerdan. Lo que no se le olvida a doña Vilma es que el padre que ofició la boda dio un sermón “tan horroroso” sobre las responsabilidades matrimoniales que Otto empezó a llorar en plena iglesia. Cuando ella lo vio llorando, le pegó un discreto codazo, recuerda entre risas.
  • Ahora tienen dos hijos (mujer y varón), cuatro nietos y una bisnieta, que “ha ocupado el lugar de los nietos”. Los nietos llaman “otra mama” a doña Vilma. La pareja vive en León, pero como defensora de los derechos humanos ella pasa casi toda la semana en Managua.

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A Vilma Núñez le ha tocado intermediar en toda clase de casos, sin distingos políticos. Ha estado al frente del Cenidh desde su fundación en mayo de 1990. LA PRENSA/ ARCHIVO

CON EL FRENTE SANDINISTA

Vilma Núñez entró al radar del Frente Sandinista cuando se graduó como abogada y empezó a defender a los presos políticos sin cobrarles un centavo. Un día de esos ocurrió una toma de tierras en la comunidad de Sutiaba, una persona murió y la Guardia echó presos a todos los dirigentes indígenas y también a gente del Partido Conservador. La joven recién egresada dirigió la defensa, ganó el caso, sacó a estas personas de la Cárcel La 21 y las llevó en una manifestación hasta Sutiaba.

Entonces los sandinistas la contactaron a través de un indígena de la comunidad para decirle que querían que colaborara con ellos y contarle que la recuperación de tierras que había defendido era una actividad impulsada por el Frente.

Al principio Vilma colaboró tímidamente, con pequeñas donaciones monetarias, pero poco a poco su despacho se fue convirtiendo en la oficina central de defensa de todo el que caía preso por enfrentar a la dictadura; le tocó trabajar directamente con chavalos problemáticos como Charrasca, que a su juicio hicieron “la verdadera insurrección en León”, y su casa acabó sirviendo de refugio para importantes cuadros del Frente Sandinista en el occidente.

“Yo estuve ahí, también Óscar Pérez Cassar, alguna vez estuvo Joaquín Cuadra y la exministra orteguista Ana Isabel Morales”, asegura la excomandante guerrillera Dora María Téllez. La madrugada que la Guardia allanó la casa de Vilma y su esposo, Otto Escorcia, no había guerrilleros en el lugar, pero sí “hallaron armas nuestras”, dice.

La Guardia llegó a las 4:00 de la mañana y los soldados, como treinta, se metieron por el tejado. Sacaron a la pareja a la calle y a Vilma le cubrieron la cabeza con la camiseta de Otto, el dentista del que se había enamorado en la universidad, cuando ambos asistían a las premiaciones de los mejores estudiantes.

Los montaron en una ambulancia de la Cruz Roja y no le hicieron caso cuando ella pidió que le permitieran ir a dejar a su hija, de 9 años, donde unas vecinas. Se los llevaron. En el camino Vilma “tenía horror” de que los condujeran a la Loma de Tiscapa, donde se encontraban las celdas de tortura de la Oficina de Seguridad Nacional y hoy se halla “el Chipote”. “Pero como el vehículo cogió para la derecha me di cuenta de que íbamos al Fortín de Acosasco, un lugar inmundo, tenebroso, lleno de ratas”, relata.

En la cárcel los separaron y no le daban a ninguno noticias del otro. A Otto no lo trataron tan mal, pero a ella la torturaron. La primera tortura fue un radio donde escuchó a su hija pidiendo que le devolvieran a su papá. Luego la llevaron, encapuchada, a un cuarto y la dejaron en ropa interior. Después la desnudaron, la acostaron en el piso cubierto de agua y le dieron descargas con un chuzo eléctrico. Y como no revelaba información, la pusieron a hacer sentadillas hasta agotarla por completo.

Para ella haber estado presa no es ningún mérito. Su “principal aporte a la revolución es no haber revelado ni un nombre ni lugares donde estaban las casas de seguridad”, sostiene.

Estuvo seis días en el Fortín, ubicado en las afueras de la ciudad de León. Después la llevaron a las celdas del comando de la Guardia, donde se encontraba Gonzalo Evertz, el famoso Vulcano. Ahí duró mes y medio. Luego fue trasladada a La 21 y finalmente la llevaron, escoltada “como por treinta Becat”, a Managua, donde permaneció “más de 45 días incomunicada en una cárcel de castigo en La Modelo, Tipitapa”.

Fue liberada el 11 de julio de 1979, ocho días antes del triunfo de la revolución sandinista, tras haber pasado cerca de cinco meses en distintas prisiones.

“Creí que iba a estar cinco años presa y solo fueron cinco meses”, observa ahora. Está convencida de que algo parecido les sucederá a los líderes campesinos Medardo Mairena y Pedro Mena, para quienes la Fiscalía ha solicitado más de 70 años de cárcel, aunque la pena máxima que en la práctica permiten las leyes nicaragüenses es de 30 años.

“Ellos no van a estar treinta años presos”, afirma categórica la doctora Núñez, con la certeza de quien ha vivido muchos años y visto muchas cosas.


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UN VUELO HACIA LA CORTE

Es de temperamento fuerte y no se queda callada. Se le ha visto enfrentándose , nada más que con la palabra, a decenas de hombres armados. LA PRENSA/ ARCHIVO

La tarde del 19 de julio un avión privado se preparaba para despegar en Costa Rica, rumbo a la “Nicaragua Libre” recién conquistada. A bordo se encontraba todo el gabinete de gobierno nombrado en el exilio, salvo una persona. Faltaba Vilma Núñez, que esa vez llegó un poquito tarde y descubrió que ya no alcanzaba en el vuelo.

Rosa Carlota Pereira, casada con Carlos Tünnermann Bernheim, le cedió su lugar. “Yo no tengo ningún cargo, yo voy porque soy tu esposa”, le dijo a él. “En cambio doña Vilma va a ser magistrada de la Corte y tiene más derecho que yo”.

Agradecida, doña Vilma subió al avión presidencial, prestado para la ocasión por el gobierno de México, y finalmente volaron hacia Managua, donde el Frente Sandinista ya tenía tomado el aeropuerto de Las Mercedes.

Su llegada a la Corte Suprema de Justicia es “una de las mejores experiencias” que ha tenido, afirma la doctora Núñez. En ese tiempo ella creía que desde ese cargo podía hacer mucho, pues en Nicaragua se estaba organizando una nueva administración de justicia; pero no se logró una “transformación profunda” porque al Frente Sandinista sencillamente no le interesaba.

Pronto empezó a desencantarse, comenzó a “sentir desconfianza” ante las arbitrariedades cometidas por el nuevo régimen. La primera fue una decisión “de lo más desacertada”: el gobierno sandinista creó los Tribunales Populares Antisomocistas y tribunales especiales que primero juzgaron a la Guardia y después a los contrarrevolucionarios. Eso era “cometer una violación de los derechos humanos” y Núñez no estuvo de acuerdo.

Se opuso también a la ley que daba a la Policía la potestad para aplicar penas y cuando ocurrió la Navidad Roja y un juez juzgó “como a trescientos miskitos sin que ellos supieran por qué los estaban juzgando”, a la Corte le tocó “destituir al juez y poner en libertad a toda esa gente que estaba presa”.

Cuando llegaron los años noventa y los sandinistas salieron del poder, Vilma Núñez empezó a oponerse también a lo interno del partido y en 1996 se postuló como precandidata presidencial por el Frente Sandinista, compitiendo contra el eterno candidato del partido rojinegro, Daniel Ortega. Entonces los medios oficialistas iniciaron una campaña para descalificarla y aseguraron con pompa que Ortega la había “barrido” en la consulta interna.

Con todo, ella se seguía considerando “danielista”, hasta que en 1998 Zoilamérica Ortega Murillo, hijastra de Daniel Ortega, lo denunció por abuso sexual ante el Cenidh, el organismo que la doctora Vilma fundó el 16 de mayo de 1990.

La abogada se vio de pronto en una encrucijada: por un lado estaba su militancia política y por el otro su compromiso con las mujeres y los derechos humanos. Estaba claro cuál era el camino que debía tomar y ese desafío le compró para siempre el resentimiento de la pareja Ortega Murillo.


Sobre doña Vilma

  • Nació el 25 de noviembre de 1938, por lo que ha pasado muchos de sus cumpleaños peleando contra antimotines en las marchas del Día de la Lucha contra la Violencia hacia la Mujer.
  • Le gusta toda la comida, pero prefiere el gallo pinto a otros platillos.
  • Lee mucho y dice que tiene una biblioteca muy variada porque le gusta leer de todo. En particular prefiere las biografías.
  • Su mayor pasatiempo es disfrutar a sus nietos y ahora a su bisnieta.

ZOLAMÉRICA Y ROSARIO

En aquellos días de agitación, a las oficinas del Cenidh llegaba Rosario Murillo, madre de Zoilamérica, para tratar de convencer a los abogados de que todo lo que su hija decía era una mentira, una trampa y un plan orquestado por la CIA. A doña Vilma no le gustaba recibirla a solas. Le pedía a Bayardo Izabá (q.e.p.d.), director ejecutivo del organismo, que la acompañara.

Murillo, a su vez, se acompañaba de un trapo morado que colocaba sobre el escritorio. Era una especie de pañuelo de seda que giraba con la mano mientras hablaba, formando una suerte de remolino. “Esta mujer algo nos quiere hacer”, decía después Bayardo.

En una ocasión Rosario también se presentó con todo “su chigüinero” y además llevó consigo a la anciana doña Lidia Saavedra, madre de Daniel Ortega.

—¡Doctoooora, mi hijo es inocente! — gritó la señora, en la entrada del Cenidh.
Y doña Vilma, que temía que de pronto “la señora cayera muerta”, protestó:
—¡Rosario, no andés exponiendo a doña Lidia! No la volvás a llevar a ningún lado.

No sabe si fue por ese llamado de atención, pero la esposa de Daniel Ortega no volvió a exponer así a su suegra, recuerda la doctora.

Le da un sorbo a su jugo de zanahoria y se relaja detrás de su mesa en el restaurante. Esta tarde atenderá a decenas de periodistas que le preguntarán sobre la situación del Cenidh y las imputaciones que el régimen de los Ortega Murillo le está realizando.

Sin embargo, por ahora está contenta recordando el pasado. Y por sobre todas las memorias que se amontonan en su cabeza, hay una que inesperadamente ha regresado del olvido y la tiene sufriendo un ataque de risa.

Es la década de los cuarenta y ella es una niña que vive, estudia y juega en la pequeña Acoyapa. Es enero. En la plaza del pueblo está instalada la barrera y un toro ha escapado hacia la libertad. El toro ha corrido por una calle y, por alguna razón, ha decidido entrar a la casa donde una familia se encuentra almorzando.

Tomasa Ruiz y sus tres hijos: Vilma, León e Indiana, están paralizados, mientras el toro los mira, de pie sobre el piso de la sala. Doña Vilma ríe de nuevo, sacude ligeramente la cabeza y se va apurada a otra entrevista.

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