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lucha
/ Guillermo Cortés Domínguez

Humanismo de un abogado del Cenidh

Uno de los primeros impactos que recibí durante mi intensa estadía de casi tres meses en el Cenidh, fue una lección de humanismo del joven abogado Salvador Lulio Marenco. Por razones de trabajo —y también por curiosidad—, tuve que pasar varias veces por su escritorio mientras atendía a una joven transexual.
El muchacho convertido en muchacha según se manifestaba en su conducta, en su hablar, en sus ademanes femeninos, su maquillaje y su vestimenta propia de una mujer, estuvo con el abogado durante una media hora, o más, explicando con voz suave la violación a sus derechos humanos sufrida a manos de policías. Luego el defensor redactó un recurso ante la Fiscalía General de Justicia.

Salvador le hablaba como les habla a todas las personas que atiende: con respeto y consideración, lo que se traduce en tranquilidad, nada de salir rápido de quien expone un problema, sino con paciencia y curiosidad para escuchar, preguntar y llegar al fondo del asunto y así discernir mejor sobre lo más conveniente.

Es lamentable que amplios sectores de la sociedad, sobre todo entre “machos muy machos”, haya una percepción negativa hacia las transexuales, que quizá oculta un reclamo por considerar su conducta como una traición al género masculino. Por eso y otras razones muchas veces ellas son vistas con desdén y desprecio, son discriminadas y sufren burla y escarnio.

Pero ahí en esos pocos metros cuadrados de la zona de influencia de Salvador, esa transexual había entrado en un mundo de pleno reconocimiento a sus derechos humanos, de total respeto a su opción sexual y a todo lo que ella representa como persona.

En el Cenidh mi primera misión en la calle fue precisamente acompañar a Salvador y a la transexual a introducir un recurso en el Distrito VII de la Fiscalía, en el barrio Waspán Sur. Fuimos con el chofer y en la camioneta de la presidenta de esta institución. Nos atendieron con amabilidad.

Fue una grata sorpresa darme cuenta de lo siguiente: cuando le pidieron sus datos a la muchacha, reveló que no sabía leer ni escribir, entonces quien la atendía le dijo que había un programa de alfabetización de la Alcaldía de Managua, le preguntó si le interesaba y ella respondió que sí. La anotó la señora y le indicó que le avisarían. Pero un mes después me dijo que no la habían llamado.

El fiscal nos atendió, dijo que recibiría el recurso pero que requería dos copias más y sugirió dónde hacerlas en el vecindario. Fuimos los tres a la fotocopiadora. Al regreso, estaban almorzando. Esperamos. Pronto estuvimos de nuevo con el representante de la Fiscalía, pero las cosas habían cambiado. Refirió que consultó con sus superiores y que le indicaron que no recibiera el recurso mientras no respondiera la Dirección de Asuntos Internos de la Policía, donde la transexual se había quejado.

Ella había denunciado que días antes en su cuarto celebraba sola su cumpleaños tomando licor y con música, que a un hermano suyo le pareció a alto volumen, por lo cual llamó a la Policía, la que la detuvo. Los agentes muy machos se burlaron, la insultaron, la llevaron a prisión y le dijeron obscenidades. Lo peor es que le quitaron su identidad: le cortaron su grueso cabello negro, que como una larga cola de caballo le caía hasta la cintura y que era su principal encanto ante los clientes. ¿Les había dicho que era prostituta?

Salvador se batió como espadachín con el fiscal cruzando filosos argumentos. Pero el fiscal se negó. El abogado tiró su última carta: —Si no me recibe usted, tendré que ir ante sus superiores—. —Pues vaya—, respondió el funcionario. Y nos fuimos para el Cenidh, ahora en taxi, porque el chofer de la camioneta solo nos fue a dejar. De aquí montamos en mi carro y los dejé en la sede nacional de la Fiscalía, en Carretera a Masaya. ¿Y saben qué? Le aceptaron el recurso a Salvador. Si alguna vez requiero que me defiendan, me gustaría que fuera como fue defendida esta transexual.
El autor es periodista.

Opinión derecho Fiscalía archivo
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