Cien mil millones de estrellas en la Via Láctea.
Para llegar a la Galaxia vecina, la Gran Nube de Magallanes
se necesitarían ciento cincuenta mil años
viajando a la velocidad de la luz.
Mi cerebro tiene ochenta y seis mil millones de neuronas.
Cada segundo las neuronas disparan entre cinco o cincuenta veces
y crean alrededor de mil trillones de conexiones entre ellas.
Mientras escribo esto, la pequeña galaxia que habita bajo mis rizos
funciona con la precisión con que brillan, nacen y mueren las estrellas.
Si con las 2000 calorías que consumo
produzco la energía para alimentar el misterioso universo
que funciona dentro de mí
¿qué hacen con su energía los mil cien millones de estrellas
en la Vía Láctea?
Nos han puesto al alcance de la mano, universos paralelos.
La materia gris y la Vía Láctea.
Nos han mostrado la materialidad de la conciencia. Ella no existe más allá del
fin de la vida: la vida de mi cerebro es el límite de mi conciencia.
¿Por qué la semejanza entonces?
¿La Vía Láctea de mis padres es la misma que yo veo?
¿Se apagan y encienden las estrellas igual que nosotros?
¿Cuál es el límite de sus vidas?
A veces sueño imaginando que la muerte es solamente
llegar a la solución del acertijo. Comprender lo que, vivos, se nos hacía incomprensible.
Un momento de intensa lucidez revelando todos los misterios.
El conocimiento como un placer postrero, ya sin ningún uso práctico,
La absoluta claridad, antes del fin
antes del punto final,
saber todo para olvidarlo un instante más tarde
cuando ya no es posible regresar con la noticia.
No sería extraño.
La crueldad de la Naturaleza es a menudo sádica.
Terremotos en víspera de Navidad, por ejemplo
El tumor en el cerebro en la niña bien amada
Ver morir a quien apenas ha vivido
¿Pero por qué la magnificencia del cuerpo humano y sus miríadas de
sinapsis derivando en inteligencia?
¿Por qué la inmensa Via Láctea.
los Universos que no percibimos
la enormidad que habitamos
tan desprovista de propósito
como estos organismos que somos:
la sólida piedra, el animal, el molusco, la ameba
cuánto vivo, cuánto siento, cuánto aprendo
la gran inversión social y celestial en cada persona
desaparecerá dejando si acaso un rastro.
¿No es eso acaso una crueldad?
¿anunciarnos el final, hacernos saber que no hay escape,
someternos a los ritos de la muerte?
No en balde los antiguos imaginaron la existencia
como un castigo, un “valle de lágrimas”
La muerte borra de un tajo todas las alegrías de la vida
y nos devuelve al origen oscuro
del que partimos.
¿Como es que hay quienes se atreven a achacarle a un Dios
el destino de la humanidad?
Sólo un Dios sin ningún merecimiento
habría ideado un esquema tan desprovisto de compasión.
Quien haya visto morir colabore conmigo
y dígame si no es desoladora la hora del fin.
¿Cien mil millones de estrellas lanzadas como canicas
al frío del espacio?
¿Ciento cincuenta mil años luz para llegar a la Gran Nube de Magallanes?
Ochenta y seis mil millones de neuronas disparando de cinco a cincuenta
veces por segundo para un trillón de sinapsis.
Los números desafían la imaginación
Y preguntan de dónde la inteligencia para calcularlos
Y su propósito
(Septiembre 2016)