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Poema de Gioconda Belli. Cien millones de estrellas

Cien mil millones de estrellas en la Via Láctea. Para llegar a la Galaxia vecina, la Gran Nube de Magallanes se necesitarían ciento cincuenta mil años viajando a la velocidad de la luz. Mi cerebro tiene ochenta y seis mil millones de neuronas. Cada segundo las neuronas disparan entre cinco o cincuenta veces y crean […]

Cien mil millones de estrellas en la Via Láctea.

Para llegar a la Galaxia vecina, la Gran Nube de Magallanes

se necesitarían ciento cincuenta mil años

viajando a la velocidad de la luz.

Mi cerebro tiene ochenta y seis mil millones de neuronas.

Cada segundo las neuronas disparan entre cinco o cincuenta veces

y crean alrededor de mil trillones de conexiones entre ellas.

Mientras escribo esto, la pequeña galaxia que habita bajo mis rizos

funciona con la precisión con que brillan, nacen y mueren las estrellas.

Si con las 2000 calorías que consumo

produzco la energía para alimentar el misterioso universo

que funciona dentro de mí

¿qué hacen con su energía los mil cien millones de estrellas

en la Vía Láctea?

Nos han puesto al alcance de la mano, universos paralelos.

La materia gris y la Vía Láctea.

Nos han mostrado la materialidad de la conciencia. Ella no existe más allá del

fin de la vida: la vida de mi cerebro es el límite de mi conciencia.

¿Por qué la semejanza entonces?

¿La Vía Láctea de mis padres es la misma que yo veo?

¿Se  apagan y encienden las estrellas igual que nosotros?

¿Cuál es el límite de sus vidas?

 

A veces sueño imaginando que la muerte es solamente

llegar a la solución del acertijo. Comprender lo que, vivos, se nos hacía incomprensible.

Un momento de intensa lucidez revelando todos los misterios.

El conocimiento como un placer postrero, ya sin ningún uso práctico,

La absoluta claridad, antes del fin

antes del punto final,

saber todo para olvidarlo un instante más tarde

cuando ya no es posible regresar con la noticia.

No sería extraño.

La crueldad de la Naturaleza es a menudo sádica.

Terremotos en víspera de Navidad, por ejemplo

El tumor en el cerebro en la niña bien amada

Ver morir a quien apenas ha vivido

 

¿Pero por qué la magnificencia del cuerpo humano y sus miríadas de

sinapsis derivando en inteligencia?

¿Por qué la inmensa Via Láctea.

los Universos que no percibimos

la enormidad que habitamos

tan desprovista de propósito

como estos organismos que somos:

la sólida piedra, el animal, el molusco, la ameba

cuánto vivo, cuánto siento, cuánto aprendo

la gran inversión social y celestial en cada persona

desaparecerá dejando si acaso un rastro.

¿No es eso acaso una crueldad?

¿anunciarnos el final, hacernos saber que no hay escape,

someternos a los ritos de la muerte?

No en balde los antiguos imaginaron la existencia

como un castigo, un “valle de lágrimas”

La muerte borra de un tajo todas las alegrías de la vida

y nos devuelve al origen oscuro

del que partimos.

 

¿Como es que hay quienes se atreven a achacarle a un Dios

el destino de la humanidad?

Sólo un Dios sin ningún merecimiento

habría ideado un esquema tan desprovisto de compasión.

Quien haya visto morir colabore conmigo

y dígame si no es desoladora la hora del fin.

 

¿Cien mil millones de estrellas lanzadas como canicas

al frío del espacio?

¿Ciento cincuenta mil años luz para llegar a la Gran Nube de Magallanes?

Ochenta y seis mil millones de neuronas disparando de cinco a cincuenta

veces por segundo para un trillón de sinapsis.

Los números desafían la imaginación

Y preguntan de dónde la inteligencia para calcularlos

Y su propósito

 

(Septiembre 2016)

 

 

Cultura Dios estrellas luz archivo

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