Los restos no eran los de Arlen. La multitud inundó la casa de la familia Siu Bermúdez para despedirla, cargó y desfiló con su féretro bajo el sol de Jinotepe, pero en el ataúd descansaba otra guerrillera. “Los muchachos me trajeron una cambiada. Me trajeron a la Mercedita Reyes, de León, que era amiga de Arlen”, dice doña Rubia Bermúdez, mamá de Arlen Siu. Recuerda que velaron y enterraron equivocadamente a Mercedes y que a los días, unos compañeros del Frente Sandinista, que venían de derrocar a Somoza en 1979, la llamaron para decirle: “Ahora sí, señora, encontramos a su hija”.
Lo que encontraron fue la fosa común donde la mal enterró la Guardia Nacional de Somoza, después de matarla, porque cuando el verdadero sepelio se hizo a los pocos días —mucho más sobrio que el de Mercedes—, en los restos que le fueron entregados a doña Rubia algunos huesos femeninos se entremezclaban con unos de hombre, bastante más largos y gruesos.
“Los huesos eran de los muchachos, porque eran más largos. Entonces yo les dije a los familiares lo que había notado, pero me dijeron: ‘Así dejalo, los vamos a enterrar porque todos están así’”, cuenta.
A Arlen Siu la mató la bala de un rifle Garand de la Guardia Nacional, la mañana del 1 de agosto de 1975. Ella y sus compañeros sandinistas huían, y la Guardia los alcanzó 90 kilómetros al noroeste de Managua, en una boscosa y caliente hacienda de El Guayabo, en El Sauce, departamento de León. Un día después de liquidarla, la Guardia lanzó el cadáver de Arlen en un hoyo recién cavado por unos campesinos, donde yacían los cuerpos de dos guerrilleros más: Mario Estrada y Hugo Arévalo, también jinotepinos.
La madre de Arlen aún vive en la casa donde crecieron sus hijos, en Jinotepe, Carazo. El muro es celeste con blanco, las verjas son negras y hay un bonito jardín. “Ahí jugaba ella”, dice la señora de 86 años, señalando el césped. Luego, pausadamente, pero con una seguridad que no deja lugar a dudas, añade: “A Arlen la hirieron y ella decidió quedarse a defender la retirada. Les dijo a sus amigos Hugo y Mario que se fueran, pero ellos le respondieron: ‘¡No! No nos vamos, Arlen, porque vos sos nuestra amiga y compañera. No te vamos a dejar sola’. Y todos cayeron. A mí me contó una señora que todavía vive allá (en El Guayabo) que ellos llegaron durante la madrugada a pedir posada. Ahí se quedaron y pidieron café temprano. Luego andaban los aviones sobrevolando la finca… A mi hija la mataron como a las 11:00 de la mañana”.
Dos semanas antes de morir, la “chinita” de Jinotepe había cumplido sus 20 años. Y solo unos meses atrás, la hija de don Armando Siu y doña Rubia Bermúdez había escapado de casa. Los últimos días de su vida los pasó en entrenamiento militar clandestino para servir al Frente Sandinista, en una escuela prohibida levantada en la comunidad de El Sauce. Día a día, la joven rompía su crisálida de estudiante para convertirse en “mariposa clandestina”, como la llamaría después el músico Carlos Mejía Godoy, en la pieza testimonial El zenzontle pregunta por Arlen.
Hoy su nombre lo llevan parques, escuelas y murales, pero no mucho se cuenta de ella. Incluso su nombre podría estar mal escrito. Ella lo ponía “Arlene Siu”, con una “e” muda al final. Así se leía en las tarjetas de invitación de sus 15 años y así firmó el mensaje de despedida a sus padres, cuando decidió convertirse en guerrillera. “Con todo el amor que les profeso… Arlene”. Fue lo último que leyeron de ella en casa. No era un “hasta luego”. Era un adiós.
La unión Siu-Bermúdez
La mamá de Arlen conoció al papá gracias al sereno de Jinotepe. Una fresca noche de 1949, Rubia Bermúdez, originaria del vecino pueblo de Dolores, pasó por la casa de una amiga y encontró allí a Armando Siu, un chino migrante que habitaba en el pueblo desde hacía un par de años y adoptó ese nombre latino. Cuando comenzó a lloviznar, Rubia exclamó: “¡Uy, qué frío!”, quejándose del ligero vestido que llevaba. Armando se levantó, se quitó su saco y lo acomodó con delicadeza sobre la espalda de la joven. Al principio él visitaba a la amiga de ambos, pero la vida tejió un vínculo entre los recién conocidos que aún la ruboriza un poco a ella, 67 años después.
Rubia y Armando se frecuentaron por dos años sin que el estatus de amigos cambiara, hasta que ella cayó enferma de varicela. “Él ya me daba descuentos en su tienda cuando yo compraba adornos, pero fue hasta que me dio varicela que él comenzó a llegar seguido a mi casa a visitarme, hasta que terminó diciéndome: ‘Mire, yo estoy muy enamorado de usted. Yo me quiero casar con usted’”, rememora doña Rubia.
Ella tenía 18 años y él 26. Estuvieron unos cuatro meses de tórtolos y en 1951 se casaron en Jinotepe. Doña Rubia dio a luz a nueve hijos, pero el primero y el último fallecieron a los pocos días de nacidos. Arlen fue su segunda niña sana. Nació el 16 de julio de 1955 en Jinotepe, después de Ivonne, y las dos crecieron muy unidas.
Comida, hermanos y piñata
Típica escena de finales de los años cincuenta en casa de los Siu: Arlen volando por la sala o el jardín, sujetada a la espalda de su abuela china María Luisa Siu, que se mudó a Nicaragua. La señora usaba esa manta tradicional con la que las campesinas de China cargan a sus bebés para cumplir con sus quehaceres del campo, pero en Jinotepe la abuela la ocupaba para entretener a su nieta.
“¡La niña no sabía hacer nada porque volaba todo el día!”, recuerda doña Rubia sonriente. “Creo que se llamaba hoi-hoi la manta”.
La cercanía de Arlen con su abuela asiática influyó también en su paladar. A Arlen le encantaban los wontón en sopa y un plato llamado “pajaritos”. Aprendió a comer el gallo pinto más tarde. Primero comió lo chino. “Lo que le gustaba a la abuela le gustaba a la Arlen”, comenta su madre, y dice que por un tiempo esa fue prácticamente regla general en su hogar, pues también a Ivonne le gustaban esos platos.
Arlen e Ivonne se hicieron tan amigas y cómplices de aventuras siendo chiquitas que incluso se juntaban en contra de doña Rubia para proteger a sus hermanitos. Entre las dos bloqueaban a su madre cuando ella debía castigar a los más pequeños.
“¡No les pegués a ellos, peganos a nosotras!”, gritaba Ivonne, secundada por Arlen.
Cuando rondaba los 12 o 13 años, Arlen ayudaba a su hermana mayor a hacer piñatas por todo Jinotepe. Las dos chinitas iban por los barrios con piñatas de su autoría rellenas de galletas y confites, y hasta le pedían a su madre el permiso de llevar juguetes que no usaran para dárselos a niños pobres.
“Arlen era una chica muy alegre y encantadora. Tenía mucho talento con la música y un corazón enorme. Su compasión no tenía límites. La querían muchísimo por todos lados”, cuenta Layhing Siu, hermana menor de Arlen quien vive en Londres.
La segunda hija del matrimonio Siu Bermúdez demostró inclinación por la música, el baile y la pintura desde niña. Primero tocó la guitarra y la flauta dulce, y luego aprendió a tocar el acordeón.
Canción de arlen y canción a arlen
Arlen Siu era conocida por muchos cuando la mataron. Desde su tiempo en la universidad cantó junto con el célebre músico nicaragüense Carlos Mejía Godoy en varios escenarios de Nicaragua, según la obra Memorias de la lucha sandinista de Mónica Baltodano. Y en 1973 compuso María rural, un canto a las madres campesinas y a la pobreza nicaragüense.
Posteriormente, la canción fue grabada por el grupo Pancasán, con la voz de la amiga universitaria de Arlen, Marlene Álvarez. El resultado fue una canción de tono triste y emotivo.
“Es tierna, por un lado”, dice Marlene a Revista Domingo. “Y triste, porque te pone de frente a la realidad de la mujer nicaragüense, la mujer del campo. Ahí está la muestra palpable de lo que Arlen sentía. Esa canción además ella me contó que tenía un amigo sacerdote que le hizo un poema o una canción que se llamaba Juan Pueblo, entonces ella, para corresponderle al gesto, hizo María rural, llena de toda su sensibilidad”.
Después de la muerte de Arlen, Carlos Mejía Godoy compuso El zenzontle pregunta por Arlen, un tema que combina inocencia y dolor con versos como este:
“Le cuento, zenzontle amigo, que ‘onde la chinita peleó hasta el final, nació un manantial quedito que a cada ratito le viene a cantar”.
Revolución en la sangre
Poco a poco, la vocación altruista que demostraba con los niños fue adquiriendo proporciones mayores. Esto, en parte, fue empujado por el bagaje militar y académico de su padre, que compartió especialmente con Arlen.
Resulta que don Armando Siu, nacido en la ciudad de Guangdong, al sureste de China, fue un soldado de la armada que en los años 30 y 40 libró la Segunda Guerra Sino-Japonesa por la liberación de China. Más tarde, el batallón sería bautizado como Ejército Popular de la Liberación, y sería el brazo derecho del mismísimo Mao Zedong, fundador del sistema político actual del país más poblado en el mundo.
Además de experimentado guerrero, el señor Siu estudió periodismo, por lo que tenía claro cuál era el retrato social y económico que aquejaba a su tierra natal, entonces muy pobre y habitadísima.
“Arlen le preguntaba mucho a su papá sobre las guerras, sobre el pueblo chino. Se reunían los niños alrededor de Armando”, describe la viuda del periodista de profesión que administró una ferretería en Jinotepe, mientras ella atendía en una tienda contigua.
Encima de aprender sobre las penurias que vivían los chinos, Arlen llevó una educación orientada a la fe católica.
Sus estudios de preescolar y primaria los realizó en el Colegio Corazón de Jesús, en Jinotepe. Cursó la secundaria hasta el tercer año en el Colegio Normal de Señoritas de San Marcos y se bachilleró en el Colegio La Inmaculada de Diriamba.
En su adolescencia formó parte de grupos cristianos estudiantiles de Jinotepe y se fue comprometiendo en causas como las jornadas en favor de los presos políticos del gobierno de Somoza.
“Aquella Nicaragua era horrible”, opina doña Rubia Bermúdez. “Los muchachos no podían salir. A todos los detenía la Guardia, los echaban presos, eran perseguidos, no tenían libertad de hacer nada. Eran muchachos los que estaban cayendo. No podían ver a jóvenes porque los mataban. Una vez nos fuimos para Managua y nos persiguieron y nos volaron balas”.
“Para mí Arlen Siu representa el espíritu de lo que eran los jóvenes de entonces. Eran capaces de abandonar la seguridad de sus casas, el miedo de sus padres y entregarse a una causa”.
Sergio Ramírez, escritor.
El terremoto
El 23 de diciembre de 1972 marcó la vida de Arlen Siu. A sus 17 años, la joven participaba en una huelga de hambre masiva en la Catedral de Managua para la liberación de presos políticos, cuando Managua se vino abajo. La muchacha no regresó a su casa por unos cinco días. “Se nos perdió”, dice doña Rubia. “Estaba atendiendo a toda la gente damnificada por el terremoto y luego atendiendo a los que venían de Managua a Carazo”.
Marlene Álvarez fue una amiga muy cercana de Arlen durante su corta etapa en la universidad y cree que el terremoto de Managua cimentó su causa social.
“Vos sabés que el terremoto sacó a luz muchas cosas. Muchas injusticias. Y ella se dio cuenta que la obra social, la ayuda social, no era suficiente para un cambio. Creo que a partir de ahí busca meterse a grupos de estudiantes”, explica.
Terminado el colegio, Arlen se decantó por estudiar Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN). El primer año lo hizo en León y el segundo en Managua. La UNAN se presentó como una suerte de trampolín para sus ideales. Los jóvenes, que como bien decía doña Rubia, eran reprimidos por la Guardia de Somoza —mayormente eran jóvenes los guerrilleros de ese movimiento llamado Frente Sandinista que buscaba derrocar a Somoza—, se congregaban en la universidad para planear un futuro de libertades públicas e igualdad.
“Estábamos siempre en los pasillos, antes de entrar a clases”, se acuerda Marlene. “Arlen usaba siempre sus dos trenzas, la cotona de manta, que tenía en azul, amarillo y rosado, y sus caites, que tenían suela de llanta de vehículos. ¡Ella era bajita, entonces le venían bien los caites! (ríe). Siempre (vestía) en blue jeans y los bolsos que andábamos eran como pequeñas alforjas, como tejidos… Ah, y también usaba pañuelo”.
No pasó mucho tiempo antes de que Arlen se uniera a movimientos como el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) y fue reclutada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1973, a sus 18 años.
Su formación espiritual la acercó a la vez a la Teología de la Liberación, un ala de la Iglesia católica nacida en América Latina para América Latina, en 1968. Su pregunta directriz era, en resumen, cómo ser creyente en un continente tan oprimido, y sus ideales promovían un acercamiento con los más empobrecidos.
Los dos amores de su vida
Sentada en una mecedora de la sala, doña Rubia Bermúdez muestra una a una las fotos del álbum de Arlen. En una es una niñita encantadora de ojitos achinados y vestido amarillo, en otra está con uno de sus hermanos en el jardincito de al lado, y en muchas, aparece ya un poco mayor, como de 15 o 16 años, junto a un muchacho bastante más alto que ella.
Parte del álbum es prueba de su amor juvenil con René Salgado, “un excelente muchacho de León, muy buen alumno y con principios”, dice doña Rubia. La pareja duró aproximadamente dos años, pero René se preocupó cuando Arlen se unió a movimientos políticos.
“Doña Rubia, cuide a Arlen”, le dijo René. “Ella está haciendo cosas que no debe”. Si estas palabras preocuparon a doña Rubia en la época, ahora no lo dice. “Yo sabía que Arlen no estaba haciendo cosas malas”.
Luego, ya transformada en “mariposa clandestina”, Arlen Siu modificó su apariencia y tuvo otro novio. “Mireya era el seudónimo que adoptó Arlen en su clandestinidad y también cambió su oscuro y largo cabello por pelo corto y claro”, escribió una vez su sobrina Ana Gabriel Siu, quien ha investigado y documentado la vida de su tía para diversas publicaciones.
Entre sus 18 y 20 años, es seguro que “Mireya” tuvo un novio, pero su identidad se tambalea entre dos personas. Según Memorias de la lucha sandinista, de Mónica Baltodano, el guerrillero que conquistó el corazón de la chinita fue Leonardo Real Espinal, un chinandegano nacido en El Viejo, que se unió al Frente Sandinista desde jovencito. Sin embargo, en un documental cinematográfico realizado por Ana Gabriel Siu, se afirma que el novio de la guerrillera era Mauricio Duarte, un boaqueño al que llamaban “El Chileno” entre los sandinistas, porque el muchacho había pasado algún tiempo en el país de Suramérica.
Fuera su nombre Leonardo o fuera Mauricio —ambos murieron pocos meses después de Arlen y es difícil determinar cuál de los dos fue su novio—, de ellos doña Rubia no habla. Es posible que nunca supiera de su existencia, pero Marlene Álvarez, su amiga en la UNAN, describe una relación intensa.
“No recuerdo el nombre, pero sí me acuerdo te lo digo. Ella me contó de sus encuentros y sé que los dos estaban clandestinos. Ella me contaba que se miraban en una casita secreta y que esos encuentros eran maravillosos”, revela Marlene casi con alegría. Lo furtivo, explica, daba fe de la plena conciencia que los jóvenes tenían de que podían ser detenidos o matados en cualquier momento. Y ocurrió lo segundo.
En el libro Memorias de la lucha sandinista, la exguerrillera e investigadora Mónica Baltodano apunta sobre la muerte de su compañera Arlen Siu:
“La muerte de Arlen está vinculada a una gran redada de la Guardia Nacional en Chinandega, que conduce a capturas de colaboradores y militantes que conocen el lugar donde se realizaba una escuela de entrenamiento militar en El Sauce. La Guardia ataca el campamento con una fuerza terrestre abrumadora, más apoyo de aviación. Algunos guerrilleros logran romper el cerco, pero otros poco a poco son capturados con ayuda de soplones y jueces de mesta del sector. La fecha oficial de la muerte de Arlen es el 1 de agosto de 1975, en un lugar conocido como El Guayabo, donde Arlen y otros compañeros buscaron apoyo en unas casas de campesinos, pero estos más bien los denunciaron, y mientras se movían hacia la comunidad de Buena Vista son alcanzados y asesinados. En esa jornada represiva cayeron en distintos momentos los combatientes Arlen Siu, Mario Estrada, Gilberto Rostrán, Julia Herrera de Pomares, Mercedes Reyes, Hugo Arévalo y Juan y Leónidas Espinoza”.
“Recuerdo que días antes que Arlen se fuera clandestina, cantaba con su guitarra en la cocina de la casa canciones dedicadas a mi madre. Se fue a Managua como si salía a la universidad. Pero sí recuerdo que regaló muchas cosas a sus amigas. Se fue casi sin nada”. Layhing Siu Bermúdez, hermana de Arlen.
El adiós de Arlen Siu
Pasaron no menos de tres noches antes de que los padres encontraran el último mensaje que dejó Arlen, escrito en las primeras páginas de un ejemplar de la fábula en forma de novela, Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach.
El mensaje, que guarda Ana Gabriel Siu en su archivo, rezaba:
“A mis padres
La lucha tenaz del hombre hacia lo perfecto, es verdadero amor; somos más auténticos en la medida en que rompemos barreras y limitaciones, enfrentándonos con valentía y optimismo a las vicisitudes que se nos presentan en el camino; y llegar a descubrir algún día, de que somos capaces de dar mucho más de lo que se nos pide, y que podemos lograr lo que para unos es prohibido o imposible…
Con todo el amor que les profeso,
Arlene”.
La joven no dejó sus palabras finales en un libro cualquiera. Juan Salvador Gaviota retrata la faena de una gaviota que busca el vuelo perfecto, y funciona como metáfora del camino hacia la superación de los seres humanos.
Antes de marcharse para siempre de casa, Arlen fue a despedirse de su madre. Doña Rubia preparaba pan para la venta de la mañana y cruzó unas palabras con su hija, que “lucía como apurada”.
—Mama, ¿por qué no me das un pan de esos? —preguntó Arlen señalando un bollito recién salido del horno.
—Porque están calientes, hija, te vas a quemar —contestó doña Rubia.
—Mama, yo tengo hambre.
—Pues coméee. Allá hay comida, andá comé…
Arlen se acercó a su madre, le dio un fuerte abrazo y le dijo: “Me voy mamá, porque tengo que estudiar”. “¿A qué hora venís?”, indagó doña Rubia. “No sé mamá, no me esperés, que me voy a quedar donde una amiga”, respondió Arlen.
“Esa fue la última vez que la vi”, recuerda la madre, cuatro décadas más tarde, en la misma casa. No puede precisar si fue al final del 74 o al comienzo del 75… Unos segundos de silencio… De pronto, abraza a su hija imaginaria con sus brazos vacíos, cierra los ojos y murmura: “Y no se llevó el pan”.
La famosa fotografía
La fotografía se tomó a mediados de julio de 1970, para los 15 años de Arlen. El fotógrafo fue el de la familia Siu: Américo González. Su hija, Celeste, fue amiga de Arlen cuando eran niñas y recuerda que la instantánea fue tomada en el estudio fotográfico de su papá, en su casa de Jinotepe.
“Esa foto se la dio don Américo a Arlen por sus 15”, recuerda doña Rubia Bermúdez, mamá de la niña cumpleañera.
La imagen muestra lo bonita que era Arlen, con sus rasgos asiáticos y su tez morena. Tenía las cejas finas y llevó su cabello oscuro casi siempre largo y lacio. En la foto su mirada posee algo de altiva y su boca entreabierta pareciera estar a punto de decir algo.
Hoy don Américo tiene 85 años y vive en Managua. Está completamente lúcido pero tiene problemas auditivos. Su fotografía ha circulado por el mundo sin que se escriba o diga quién la hizo, asegura Celeste González.
El retrato de Arlen cobró fama universal cuando en 1978 asesinaron a unos guerrilleros en Jinotepe y cientos de personas se manifestaron llevando la foto de Arlen, fallecida tres años antes, como pancarta de protesta en la línea frontal. La fotógrafa estadounidense Susan Meiselas capturó el momento y la fusión de los manifestantes, sus banderas sandinistas rojinegras y la foto de Arlen, quedó en los anales de la revolución con la firma de Susan.
Hoy es común ver el retrato que hizo don Américo González por toda Nicaragua en parques, escuelas o instituciones que llevan el nombre de Arlen Siu.