El alcoholismo en el ser humano es una puerta abierta a la infidelidad, el adulterio, la degradación, la quiebra económica, el desprecio social y el acabose familiar.
De la misma manera la división en los partidos políticos es, además de una enfermedad como el primero, una peste que produce debilidad, frustraciones, traiciones, pleitos, vendettas y en consecuencia merecidas derrotas que son más dolorosas cuando se repiten una tras otra sin que de ellas se aprenda algo.
Lo que se pueda llamar de eso que en el PLC y el PLI invocan como “liberalismo” es hoy una perfecta tormenta roja. Descalificados por todo tipo de encuestas, convertidos en polos irreconciliables, faltos de credibilidad, sin propuesta, en quiebra económica, divorciados de una empresa privada que debía resultarles un aliado natural y a la que ven como enemiga, sin alero espiritual en la jerarquía católica, sin apoyo de los evangélicos y ahora sin candidatos, lo que le viene encima a la politiquería demagógica es un tren que pita desde el 2006 y que ahora, sin mucho esfuerzo, les pasará encima para pulverizar lo que ya está molido.
El error del PLC y Noel Vidaurre, aventurados en un romance fugaz que terminó en una causa digna para la 779 y el final del cuento pancho madrigalesco sobre la candidatura de Fabio Gadea, que en el fondo se resistió a un nuevo manoseo, no es el telón que cae para poner punto final a la macabra obra sobre el suicidio político a la que el caudillismo manchado y estrellado condujo a sus siglas. Ahora viene la búsqueda de los valientes que se expondrán al ridículo, a la fama “curricular” de cándidos que desde el más infinito fondo del anonimato tomarán la cruz, no para ganar, sino para soñar con la diputación constitucional que se confiere al segundón de las elecciones.
Otra consecuencia del holocausto ejecutado por la mano de los caudillos será la santificación que los pontífices del PLC y del PLI deberán dar a sus allegados, a los componentes de sus impenetrables círculos, que “por el sacrificio por la patria” léase incondicionalidad a ultranza con el dueño del partido, demandarán las primerísimas posiciones del listado parlamentario porque al fin y al cabo la lucha no es la Presidencia sino la Asamblea Nacional pues la calle está dura.
No creo vital una bola de cristal para afirmar desde el binocular de mi experiencia que muchos que hoy gritan dictadura demandando democracia, pero que desde un horizonte de figuración e interés personal quieren ser diputados, abandonarán el barco denunciando intolerancia, argollas, privilegios y por supuesto al “maldito dedo” porque este no les señaló. Cuando esto suceda comenzará la tragicómica campaña de los unos contra los otros; los del PLC yéndose al PLI y los del PLI yéndose al PLC y los voceros de cada sigla cacareando las deserciones como si de poner un huevo se tratara.
Quienes quieran ver otra realidad de lo que vive esta caricatura de “oposición” tiene el derecho a equivocarse. Sin embargo, una elección se gana con dignidad para merecer respeto, con humildad para ganar voluntades, con coherencia para tener fuerza, con propuesta para ser alternativa, con entusiasmo para generar energía, con unidad para saborear la victoria.
Ninguno de estos elementos están en la llamada “oposición” y tampoco estarán cuando el 6 de noviembre, muchos de los que ahora son causa del mal causado, merezcan el epitafio de los fracasados para que los relevos se vean en ese espejo y nunca más piensen con el hígado para hacer del odio el sinuoso camino hacia la extinción de una filosofía política que como el liberalismo nunca mereció tener lo que hoy tiene.
El autor es periodista.