A juzgar por los datos de las encuestas, en este caso la última de M&R que se ha dado a conocer esta semana, los partidos políticos de Nicaragua deberían de desaparecer. Pero solo los que abogan por la democracia, no el Frente Sandinista de Daniel Ortega.
De acuerdo con esa encuesta, los partidos democráticos suman apenas un 8 por ciento de aceptación popular. El FSLN, en cambio, es respaldado por más del 54 por ciento de los ciudadanos. Y más del 71 por ciento aprueba la gestión gubernamental de Daniel Ortega.
Al parecer los encuestadores no han preguntado a los encuestados si estarían de acuerdo en que desaparecieran los partidos políticos. Pero si lo preguntaran, según lo que dicen las encuestas es probable que la mayor parte de la gente saldría diciendo que sería mejor que desaparezcan, menos, por supuesto, el FSLN de Ortega.
Tomando como válida la encuesta sobre la situación de los partidos políticos, para tratar de entenderla habría que considerar dos factores fundamentales, uno de carácter general y el otro particular.
El factor general es que la pérdida de popularidad de los partidos políticos es un fenómeno internacional, no solo de Nicaragua. En los últimos tiempos el rol y la imagen de los partidos políticos como expresión institucional de los diversos sectores sociales, se ha debilitado notablemente.
Los politólogos explican este fenómeno con la tesis de que ahora lo que predomina en la sociedad es la política de la simulación: la gente quiere vivir el momento, de manera superficial, interesada solo en la satisfacción de las necesidades materiales y en el entretenimiento, desapegada de la política y las ideologías tradicionales. Más aún, a la política y particularmente a la democrática se le culpa casi absolutamente de todos los males que sufre la sociedad. Y a los políticos se les menosprecia y se considera que deberían salir de la escena pública.
El otro factor determinante de la crisis de los partidos políticos en Nicaragua —pero solo de los partidos democráticos—, es el doméstico. Daniel Ortega ha tenido éxito en su estrategia de socavar las instituciones de la democracia, no solo las del Estado sino también las de los ciudadanos, que son los partidos políticos y la sociedad civil. Y en esta tarea Ortega ha sido ayudado —de manera deliberada o inconsciente— por algunos de los mismos políticos tradicionales, mientras que los demás no han sabido identificar la naturaleza totalitaria del orteguismo para luchar apropiadamente por contenerlo y derrotarlo.
Pero los partidos políticos no pueden desaparecer. Pueden cambiar de forma y de actitud, pero seguirán existiendo. Los partidos no han desaparecido ni siquiera en países de rígido sistema totalitario monopartidista, como Cuba y China, y menos que puedan desaparecer en Nicaragua donde hay una tradición multipartidista y una relativa cultura democrática, incipiente pero porfiada.
A nuestro juicio, los partidos políticos democráticos para volver a ser alternativa de poder tienen que reconstruirse, redefinir su comportamiento, demostrar con hechos y no solo con palabras y programas que merecen recuperar la confianza de los ciudadanos. Y que son indispensables para que los valores y las instituciones de la libertad y la democracia puedan tener vigencia.