María Esther Granados no puede contar cuántas veces ha jugado, ganado, perdido o empatado una partida de ajedrez en sus 19 años de vida. “Sería casi como contar las veces que te bañás”, comenta. Le gusta pasar tiempo con su familia, su novio y amigos y se dedica mucho a estudiar, pero trabaja con gran esmero para lograr uno de los títulos más altos en ajedrez: Gran Maestra.
El año pasado, con solo 18 años, barrió casi con todos los competidores en un torneo centroamericano llamado Sub-Zonal y ahí ganó el título de Maestra Internacional de Ajedrez, la primera mujer con esa distinción en Nicaragua. También fue nombrada como Atleta Amateur del Año (2014) por la Asociación de Cronistas Deportivos de Nicaragua (ACDN). Estos son solo algunos de sus logros.
Los méritos, según Granados, los tiene ella misma por el esfuerzo que ha dedicado a su “vicio”, que es en lo que se ha convertido el ajedrez, por el que a veces incluso ha dejado de asistir a la universidad para ir a un torneo. Aunque claro, no deja a un lado la motivación que le dio su familia, sobre todo su abuelo y su papá, cuando solo era una niña y le enseñaron a jugar.
Su carácter a simple vista es apacible. Se le ve serena durante las partidas en las que raras veces vuelve a ver a su oponente en señal de respeto. Desde niña fue muy reservada y a veces incluso apartada. “Algunos hasta me llamaban arrogante o creída, pero más bien era que me daba algo de pena ser muy sociable”, explica.
De hecho, cuando María Esther estaba en cuarto grado vivió un episodio que jamás olvida y que le recuerda cómo le ha costado aparecer en público, aunque acepta que sigue luchando contra eso. “Era un concurso tonto, había que contestar una pregunta y dijeron mi nombre. Me quedé inmóvil”, recuerda la joven.
Niña ajedrecista
Su infancia no estuvo llena de misterios o fantasías, según María Esther. “Quizás la única diferencia con la de cualquier otro niño era que me gustaba jugar ajedrez”, cuenta. Ella jugaba desde pequeña con su papá, con la computadora o con su abuelito (q.e.p.d). “El Invencible”, se autodenominaba a quien de hecho nunca le pudo ganar. “Ellos fueron mis primeros sparrings”, bromea María Esther cuando recuerda las intensas horas que pasaba aprendiendo y cómo le subían la exigencia para que se interesara más por el ajedrez.
“Jugaba con amigos cercanos de ellos, luego con otros y fui avanzando como en una escalera. Mi papá me daba cantidades insignificantes de dinero, dulces, chiverías y el premio mejoraba o desaparecía por ganar o perder”, recuerda la ajedrecista.
Saber perder
El mejor año dentro del ajedrez para María Esther fue 2009. Ese año empezó a tomar el juego como algo propio e irónicamente le sucedió al perder una partida. “Hasta antes solo los tomaba como juegos, pero al perder esa partida hasta lloré, como por tres días, creo”, recuerda. La partida a la que se refiere fue con Jorge Picado, Maestro Nacional, y lo que más le dolió fue que al inicio de la partida ella había tomado gran ventaja, “pero él me jugó lindo, hizo una jugada maestra y me ganó”, relata.
Según cuenta la joven deportista, lo que más le gusta de este juego es la concentración que conlleva. Y asegura que no es para personas inteligentes, como se cree, sino para quienes les interese, “si algo no te interesa, ni lo básico vas a poder hacer”. Aunque acepta que definitivamente desarrolla la capacidad de pensar, imaginar y crear. “Yo ahora soy capaz de ver las próximas cinco jugadas sin necesidad de mover las piezas, asimismo lo puedo hacer en cálculo en mis clases, quizás con un binomio, puedo ver el ejercicio sin necesidad de estar escribiendo o borrando a prueba y error, se puede ver el resultado”, menciona esta muchacha, quien ya ve entre sus próximos movimientos el ganar un título de Gran Maestra.
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