El agua tiene un verde intenso y transparente como el jade. Ese verde es más profundo en los estanques que nacen paralelos a ese río, sinuoso y rebelde, que un día se plantó frente a la montaña y la partió. Eso ocurrió probablemente hace miles de años, pero solo en las últimas décadas fue que el ojo humano descubrió la hermosura que había alrededor del río Coco en ese tramo elevado y rocoso y lo bautizó como el Cañón de Somoto.
El cañón se localiza en la comunidad Valle de Sonis, un caserío casi inadvertido que se descubre a la altura del kilómetro 229 sobre la Carretera Panamericana en dirección a El Espino, puesto fronterizo con Honduras.
Desde allí hay que andar un par de kilómetros por una trocha antes de avistar el Cañón de Somoto. Primero, el visitante tendrá que decidir si hace el recorrido por su cuenta o si se arreglará con alguno de los guías que salen al encuentro de los vehículos en la carretera.
En cuanto a los guías, hay dos opciones. Están los guías y recorridos que ofrece la familia Soriano en el rancho que está a un lado de la carretera. Allí cuentan con 15 baqueanos. Son pobladores de la comunidad quienes se dedican a la agricultura durante la temporada baja del turismo, según cuenta Rigoberto Martínez, uno de los guías.
En esa zona, como en el resto del departamento, se siembra frijol, maíz y sorgo.
Hay otro grupo de guías, también muchachos de la comunidad, que permanecen alrededor de la caseta del Instituto de Turismo (Intur), que también ofrecen distintos recorridos por el parque natural.
El chele más aventurero
Un recorrido corto dura entre dos y tres horas, mientras que uno largo, que puede incluir visitar el punto donde se juntan los ríos Comalí, de Honduras, con el Tapacalí, y nace el Coco. Para hacer este “tour” hay que seguir tres kilómetros más sobre la Panamericana, bordear el Cañón, y luego adentrarse en la montaña rocosa.
Roybin Soriano cuenta que el turista nacional prefiere recorridos cortos, mientras que el extranjero se interesa por los que disparan la adrenalina y demandan más resistencia como caminar, nadar, saltos y escalar escarpados tramos de piedras.
“Les encanta el senderismo, ver la flora”, dice Soriano sobre el extranjero.
En el “tour” normal se pasa por la caseta, donde cobran veinte pesos de entrada, luego se baja por una trocha —650 metros— que acaba al pie del río, en una parte donde el caudal no alcanza a tapar las pantorrillas.
Algunos cruzan el río por un camino de piedras como equilibristas. Muchos otros arrancan la aventura con los pies mojados.
En ese trecho, bastante soleado y caluroso aún a tempranas horas del día, también hay la opción de viajar a caballo o en burro, un animal de carga tradicional en Somoto. Estos viajes, a caballo o en burro, es otro de los pequeños servicios turísticos que emplea a gente de la comunidad, según explica Henry Soriano, miembro del comité de la comunidad.
Una vez que se atraviesan las playas, el río, se descubre el Cañón. Desde lejos, el río parece un brazo verde retorcido entre los riscos. Asoman enormes piedras desnudas, lisas y pulidas por el agua. El pincel del agua ha esculpido ojos enormes en algunas rocas y en otras pequeñas cuevas, en las que se esconde algún cardumen y cangrejos.
En la medida que se avanza se estrechan las paredes de la montaña. El Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales (Ineter) estima que antes del huracán Mitch (1998) el Cañón de Somoto estaba cubierto por agua.
“Durante las lluvias del huracán, el nivel del río alcanzó en su parte más estrecha entre 60 y 80 metros de altura”, según un estudio sobre la geología del Cañón.
Este viaje, que acaba en una angostura y dura unos veinte minutos, se hace en pangas metálicas que van empujadas por remos.
Henry Soriano dice que nunca ha habido motores para evitar la contaminación del agua y el ruido. El remo abona a la contemplación del viaje. Solo los guías y los pangueros saben en qué lugares de los que coronan la montaña están los miradores.
Hasta esos miradores también se llega a pie o a caballo y es otro de los recorridos que pueden hacer los turistas.
En adelante, el viaje sigue en neumáticos. Es la parte más emocionante del recorrido. Algunos, que no van listos para empaparse las nalgas se inhiben de hacerlo. Los encargados de los neumáticos son adolescentes. Soriano dice que son unos 16 muchachos que van jalando a los turistas en los neumáticos, y los llevan hasta una poza que tiene una profundidad de unos veinte metros. Entre bañarse y hacerse fotos, este recorrido puede durar entre veinte y cuarenta minutos.
Inicio de año, buena época para ir al Cañón de Somoto
Esta es buena época para visitar el Cañón. Pobladores de los departamentos aledaños aprovecharon la temporada para resbalarse a los riscos somoteños. Los guías dicen que los fines de semana pueden llegar 300 personas por día. Sin embargo, en Semana Santa los guías dicen que llegan entre mil y 1,500 personas por día.
El Cañón de Somoto genera trabajo para unos treinta guías de la comunidad. También se benefician los que manejan pangas, neumáticos y los propietarios de los caballos.
Henry Soriano explica que en los últimos cuatro años, desde que se visita el Cañón de Somoto, ha cambiado mucho la vida de la comunidad. Se ha mejorado la escuela de tres aulas, hace poco, por ejemplo, se le cambió el techo, se mejoró el servicio de agua potable y se ha capacitado a varios comunitarios en distintos temas relacionados al servicio turístico. Para ello se ha creado un fondo ambiental, explica Soriano.
Con ese fondo se promueve la limpieza de ese asombroso paraje natural, al que se promete volver todo el que va.
20 córdobas se paga por entrar al Cañón de Somoto. Luego se pagan 25 córdobas por la lancha y 50 córdobas por el neumático que lleva a una poza de veinte metros de profundidad. Si quiere evitar la caminata puede recorrer los dos kilómetro s y medio a caballo o en un burro. El costo oscila entre los cincuenta y cien córdobas.
Los nicas ensucian más
Papelitos de caramelos, bolsas vacías de plátanos y papitas, botellas plásticas de gaseosas y refrescos, latas, flotan en el agua de algunas pozas o se hallan entre las piedras.
Los pobladores del Valle de Sonis, quienes se emplean en distintas actividades turísticas alrededor del Cañón, aseguran que el que más basura deja es el turista nacional. “No todos”, aclara Rigoberto Martínez, pero “casi siempre es el nacional”.
Henry Soriano, miembro del comité de la comunidad, dice que existe una comisión para mantener la limpieza y que próximamente van a rotular distintos lugares de los recorridos para indicarle a la gente que bote la basura en los sacos establecidos. “Estamos en esa campaña”, dice Soriano, quien invita a la población a no ensuciar este santuario natural.