Serge Rachmaninof (1873-1943) puesto en América por los efectos de la revolución rusa desde que supe en otra fiesta de resurrección vivida en Costa Rica. Su piano, el usado para transcribir los compases para manos, segundo concierto en mí menor para piano y orquesta, dormía en el fondo de un salón sagrado del histórico Teatro Nacional de ese país.
Esta vez estoy en las arenas distantes de Miami Beach embriagado por la algazara. A través de la lectura me doy cuenta de que, no tan lejos, Rachmaninof está vivo, coleando en la interpretación de quien nació con cualidades físicas especiales para revivirlo: Valentina Lisitsa.
Para ella el musicólogo Daniel Fernández tiene concretos reconocimientos: “Además de excelente pianista de largas manos y de técnica transparente, es un fenómeno mediático”. Y eso porque tiene su canal comunicador en YouTube desde donde dispara sus proezas de ejecutante.
Llenó el nuevo teatro de la playa. El atractivo para lograrlo fue “La Rapsodia sobre un tema de Paganini”. Cada vez que hay concentración en el estilo del compositor ruso, no puede estar ausente el de Chopin.
Y es que para cubrir los vacíos de inspiración, de sentimiento puro propio lo acompañaba el recurso a la riqueza técnica, exprimir las dotes del piano y de su solista como lo hizo Brahams con el violín.
Más conocido por las complicaciones de ejecución que por la temática melódica que lo caracteriza. Qué difícil para las y los oficiosos en el altar del piano, salir avante en semejante prueba. Mantener la agudeza cuando se nada sobre olas vehementes. Valentina lo consiguió.