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Granada se convierte en estos días en la capital de la poesía del mundo. Sus calles son adornadas por la lectura de poemas en plazas, parques, calles, atrios de iglesia, mercados y centros culturales. LA PRENSA/ GUILLERMO FLORES

Corazón de Atabal

Pum, pum. Puntual. Preciso. Puntual como un reloj. El corazón de Fernando “El Cabo” López late casi al final de la eterna calle Santa Lucía, en Granada. Detrás de unas antiguas paredes y de un letrero tímido de colores pasteles donde se lee: “Grafidea”. Es el comienzo de una casa que acaba en un arroyo y de una historia frondosa: la del mayordomo del Atabal.

Amalia Morales

Pum, pum. Preciso. Puntual como un reloj. El corazón de Fernando “El Cabo” López late casi al final de la eterna calle Santa Lucía, en Granada. Detrás de unas antiguas paredes y de un letrero tímido de colores pasteles donde se lee: “Grafidea”. Es el comienzo de una casa que acaba en un arroyo y de una historia frondosa: la del mayordomo del Atabal.

—Está Fernando López —pregunto.

—¿Cuál de todos? —grita una voz ronca, que se vuelve casi un suspiro en la última sílaba.

—El abuelo, El Cabo, —contesto.

—¡Ese soy yo! —grita la voz seca de narrador jubilado de beisbol.

“El Cabo” López, 79 años, flaco, alto, pantalón corto, guayabera, boina, anteojos de marco dorado, reloj grueso de cadena, es el mayordomo del Atabal de Granada.

“El Cabo”, quien se ganó su sobrenombre cuando era un alumno de primaria y corría como policía detrás de los ladrones de su escuela, el juego de siempre en el receso, permanece en su taller de escudos heráldicos por entregar. Muy cerca de la cabeza burlona de un enano cabezón sin cuerpo, al que también le falta un diente y tiene un cigarro —un pedazo de esponja— a mitad de la boca. Donde también hay tambores apilados como cajas, y una gigantona de ojos gatos y pelo chele, sin pies que él mismo ha vestido y decorado con la misma entrega de una niña a su muñeca. “Le he puesto las uñas y quién sabe quién se las ha quitado”, se queja “El Cabo” mientras supervisa las manos de trapo rosa a las que les faltan unos trozos de escarcha morada, las uñas.

Fernando López, dibujante de profesión, atabalero de vocación, está más allá de las carpas de libros que se han alzado estos días frente a la Casa de los Tres Mundos, donde abundan títulos de autores nacionales y extranjeros, bajo el pretexto que esta semana junta a 130 poetas del mundo. Esta semana, Granada es la meca de la cultura de Nicaragua. Es la casa del Festival Internacional de Poesía.

En la casa de “El Cabo” hay cierta algarabía. Un radio, una visita en las mecedoras, el juego de unos nietos, tiene 16 de cuatro hijos. Hace 36 años que “El Cabo” López es el mayordomo del Atabal, la fiesta de tambores y coplas que se celebra fijo en octubre en honor a las fiestas de la Virgen del Rosario.

Los fines de semana de octubre, Fernando López, sobreviviente de copleros famosos como el “Negro Pirul” y “Cañañeca” que aún vive pero ya no coplea, sale a incendiar las calles de Granada con seis tambores y dos bongos. Alumbra su camino a la usanza antigua: con dos lámparas de gas. En el bolsillo del pantalón lleva su foco, por si las moscas. Para esos días de Atabal no le falta chicha de jengibre en la casa para que no le arrale la voz. Tampoco el ungüento de mariguanol, una maravilla que ha descubierto en el mercado, con la que se embadurna a borbollones todo el cuerpo para que los huesos no crujan y se desarmen en dolores.

“Hay una copla, no sé si la querés grabar”, amenaza “El Cabo” y suelta una de las rimas callejeras más célebres de Granada. Antes de soltarla dice que el maestro Carlos A. Bravo, su consuegro, mandó a Genarito Rivas a que le soltara una copla a una familia granadina de medio pelo, que tenía un semiclub social en su casa sobre la calle Libertad, y que se prendía al oír el apodo que la ciudad le había encajado a sus espaldas: Charamusca.

“Aquí les va mi canta, y mi cantar no es rebusca, aquí les va este son, a las niñas Charamusca”.

Antes que el coplero Genaro huyera, una de las aludidas lo detuvo y pidió contestarle con un verso que lleva medio siglo de leyenda, recorriendo las calles de Granada: “Esa poesía que echaste hasta la cara me ardió, como no se la vas a echar a la gran puta que te parió”.

Cultura Festival de Poesía Granada archivo

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