Dictadura es sinónimo de imposición, y ocurre no solamente en la política sino en el campo de las ideas. Es cuando surgen formas de pensar que se consideran como las únicas válidas y que persiguen a las demás con la descalificación u otros métodos. Lo más curioso es que esta actitud se viste hoy de tolerancia. “Todas las ideas son dignas de respeto”, nos dicen: “Nadie puede arrogarse la posesión de la verdad ” Pero no toleran a quienes creen en verdades determinadas.
A ellos se refirió Benedicto XVI, entonces cardenal Ratzinger, cuando en vísperas de su elección dijo: “A quien tiene una fe clara , a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos”.
Este problema lo había descrito ya Allan Bloom, de la Universidad de Chicago, en “The Closing of the American Mind”. El dogma del relativismo se había entronizado tanto, que cuando lo cuestionaba sus alumnos le ripostaban: “¿Es usted absolutista?”, con el asombro e incredulidad con que preguntarían: “¿Es usted caníbal?”
“El pensar que no se puede comprender la verdad”, decía al respecto Ratzinger, “es un tipo de intolerancia muy grave y reduce las cosas esenciales de la vida humana al subjetivismo”, o, a lo que cada uno piensa en su interior. La moral, para relativistas como Pedro Cuadra: “Es el producto de acuerdos entre humanos sobre la manera en que quieren vivir. Si no quieren vivir robándose y matándose unos a otros, el robo y el asesinato se considerarán inmorales”.
No se trata pues, desde esta perspectiva, de que el matar o robar sean en sí intrínsecamente malos, sino solo en cuanto la mayoría así lo decida, lo que deja la puerta abierta a que en una sociedad de ladrones se considere bueno el robo, o, a como ocurrió en la Alemania nazi, el Gobierno decida que los judíos no tienen derecho a vivir.
El relativismo no da razones para construir ninguna ética. El consenso no está mal, pero quienes consensuan algo deben explicar sus razones. Lo malo no deja de serlo porque aumente el número de quienes lo aceptan. Lo bueno no deriva su bondad del voto mayoritario, ni del mandato divino. Desde la teología cristiana las acciones son “buenas” o “malas” no porque Dios lo determina, sino que Dios las impone o las prohíbe porque son negativas o positivas para la persona.
Igual que la verdad no es inventada por el hombre, sino que es el reconocimiento de la realidad, el hombre no crea la moral sino que la descubre. Los filósofos precristianos ya habían reflexionado sobre la existencia de leyes de conducta superiores a la de los legisladores por ser propias de la naturaleza humana. Fue lo que alegó Antígona, al rehusar la ley del rey que le prohibía sepultar a su hermano y fue lo que alegó Cicerón:
“Ciertamente existe una ley verdadera, de acuerdo con la naturaleza constante sempiterna. No podemos disolverla por medio del Senado o del pueblo. No existe una ley (natural) en Roma, otra en Atenas, otra ahora, otra en el porvenir”.
Este mismo concepto es el que inspiró la declaración de independencia de los Estados Unidos al reconocer que todos los hombres poseen ciertos derechos que son inalienables, es decir eternos e independientes de las voluntades, y que los gobiernos existen para garantizarlos. El relativismo, al negar todo esto, deja indefenso al ser humano ante la tiranía de las modas o ante el capricho de los legisladores. ¡Heil Hitler! El autor es sociólogo, fue ministro de Educación.
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