Joaquín Absalón Pastora
Los talentos en la exposición upoliana del 20 de noviembre en el Teatro Nacional Rubén Darío labraron sus nombres en las páginas del porvenir.
En esa ocasión hizo un expresivo hacia fuera la aptitud musical partiendo de la verde edad. Una niña, a sus añitos sentada ante el piano se me parecía a Nannerl Mozart, llamada Sandra Lucía Arana. Concretó el estudio de pedaleo y lo propio hizo en la misma estancia infantil de Amadeus, Domingo Montiel mostrando cualidades en los compases breves de una serenata que cupo a su frescura, la de los pajaritos, uno de los botones bucólicos de Aron. Deducciones comparativas en cuanto a las fases inocentes del calendario, mas no cuando las pruebas se dan en el desarrollo de la madurez.
La dirección compartida del Conservatorio de la Upoli, en cada una de las áreas, sacó a los educandos de la rutina confidencial de las aulas para situarlos ante el público, dispuesto a siempre a medir las dosis probables de triunfo definitivo de cada una de las promesas expuestas.
No puede dejar de afirmarse que muchas han sido las actividades en que se ha dado oportunidades de lucimiento a los discípulos. Extraerlos de la limitación física de los muros y llevarlos a la claridad abierta del escenario. Como valioso antecedente se ha sabido celebrar con el impulso de mostrar los conocimientos adquiridos a la orquesta de Cámara, a los coros en las temporadas alusivas. Tres segmentos mostraron la diferencia en los temperamentos anímicos: pequeñas obras que viajaron desde el barroco, mucho de la música española representada por sus más connotados compositores, sin obviar el momento de la consagración profesional cuando la pianista egresada —Molieri— plasmó su maestría en piano que otros prospectos tendrán en las oportunidades que ofrece un conservatorio.
Ver en la versión impresa las páginas: 6 B