Joaquín Absalón Pastora
En la colectividad orquestal clásica, la guitarra como el mandolín y las campanas, tiene una selectiva categoría. La tuvo en el Festival Internacional de Guitarra al presentar El Concierto de las Islas, de Rafael Guedes Mendoza, en homenaje a las islas de Cuba y de Canarias, propósito aplomado por el ritmo y por la razón sentimental coincidente de que de ambas procedieron de sus abuelos.
Recrea la obra a la guajira —el corazón campesino volcándose sobre las cuerdas— en forma de sonata clásica para esparcirse el añoso bolero en forma ternaria y cerrar con el ancestral danzón. Pero también la guitarra se suelta de la formalidad escénica para ser un símbolo viviente de la espontaneidad, de la compañía en euforia o en la melancólica soledad cuando le sirve de novia —la pareja de madera— al cantautor o en la algaraza ilustrada o mojada por el agua de los ríos bohemios.
Fue invitada al duodécimo festival en desborde compartido por los ejecutantes que la aman, porque cada instrumento tiene un afecto elegido. No ha sido en el caso la virtuosa errante sino la solista en una concentración viva de programas, representados en diferentes y apropiados contextos instalados para el evento a partir del 30 de octubre en el Palacio Nacional de la Cultura. Brazos, corazón y manos suficientes para justificar al excéntrico Berlioz en su predilección por ella, el único de los instrumentos que él tocó con reiterada dedicación.
El festival juntó a guitarristas de Cuba, España y Costa Rica y a veinte compatriotas dentro de los cuales figuraron Eduardo Araica y Julio Vázquez. Todo se juntó. El espíritu fue guía del ánimo: lo clásico, lo popular, el jazz, los géneros en los cuales ella luce el timbre de sus dichosas y joviales cualidades.
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