Lucía Brackes
Este, que está a mi lado echado sobre el sofá, me dice que responde a un paradigma antiguo la comparación entre cine y la literatura, la esperanza de alguna continuidad entre ambas. Simplemente porque quizás sea cierto que cada vez se lee menos y se ve más (y peor); y probablemente ya a nadie le importe cuáles películas están basadas en libros y cuáles no.
No lo digo a modo de crítica, cada época tiene sus modos de adquirir cultura, arte y conocimiento y el modo audiovisual, de algún modo es el que nos corresponde. Pero un atisbo moderno queda en estas generaciones o por lo menos en la mía. Personas que leen novelas y además ven películas. Este, desde el sofá, me dice que no, que eso es imposible hoy, que nadie puede leer de izquierda a derecha y sin pretender desaparecer la hoja para que aparezca otra o algún dibujo o alguna parodia de algo que todos conocemos.
Adaptaciones como Frankenstein , versión realizada por James Whale en 1931, a la cual seguiría La novia de Frankenstein , o la adaptación de Notre-Drame de París de Víctor Hugo (1831). A esta versión también se le une la adaptación de Disney El Jorobado de Notre-Dame , a la que Demi Moore prestó su voz a la protagonista Esmeralda.
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Eso no importa, nunca fue la literatura algo popular entre nosotros, la generación que no lee; aunque si llegamos a vivir coletazos de ese espectador que se creía ilustrado por decir “yo leí el libro, es mucho mejor que la película”, comentario que en la mayoría de los casos significa “yo hubiera hecho una película mejor con ese libro porque mi imaginación es mucho más copada”, y si dicho sujeto tuviera la oportunidad de encontrarse con el autor del libro probablemente le diría “yo hubiera escrito un mejor libro con tu vida”. Pues este asegura conocer muchas películas que superan a las novelas en que se basaron.
LA NOVELA DE RAY BRADBURY
El primer ejemplo es Fahrenheit 451, película del francés François Truffaut, realizada en el año 1966 y obviamente basada en la novela homónima de Ray Bradbury, escrita en el año 1953. Si bien la película funcionó tan bien como el libro y la apreciación de ambas obras es inolvidable, yo me quedo con la película, con imágenes inigualables y una ciencia ficción que no desperdicia recursos pero los cuida.
Mi segundo ejemplo es Belle de Jour , la novela de Joseph Kessel versa sobre el abuso infantil y las secuelas del mismo en una mujer, con una intención mucho más dramática que la de Buñuel en su adaptación al cine realizada en 1967. Eso sí, Buñuel pidió total libertad para la adaptación y terminó construyendo un personaje bastante distinto al del libro, más sorprendente y quizás menos sufrido.
Claro que bastante tiene que ver que la “belle” de Buñuel es Catherine Deneuve. Mi ejemplo argentino de este fenómeno poco común es Graciela de Leopoldo Torre Nilsson de 1956, basada en la novela; Nada de Carmen Laforet. Si bien el título original es mucho mejor, la película supera al libro, que es bastante genial, una novela existencialista con una protagonista femenina infinitamente interesante.
Y la película tiene bastante fidelidad y hay que admitir que ni el blanco y negro, ni las actuaciones de otra época amedrentan disfrutar de una de las joyas del cine argentino. En verdad Torre Nilsson casi siempre hace cosas hermosas, si de adaptaciones hablamos. Sí, sí, de adaptaciones estamos hablando, dice este. Y seguiremos hablando.
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