Cada vida tiene su pasión. La que no cuenta con esa compañera, navega sin meta sobre el destino. Pasión por la música, por la poesía, por la pintura, por el cine.
El 28 de agosto en el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica hubo pluralidad de pasiones con una de cabecilla, la del cine, en la exposición que hizo Franklyn Caldera, un cinéfilo, ejecutante de la pluma vistosa durante 44 años de critica cinematográfica en La Prensa Literaria, cuya ausencia deploro, la universidad de bolsillo de Pablo Antonio Cuadra que culturiza la camisa de adeptos que la coleccionaron.
Sigue leyéndose a Caldera, crítico de consulta y de ilustración en el conocimiento de los temas expuestos en la pantalla, huésped de la imaginación. Confesó esa noche que su juventud estuvo influida por la música de los clásicos, puntualizando su inclinación por Chopin, maestro de la nostalgia que él definió “la búsqueda del paraíso perdido”. Pero no la siguió para ser la cardinal exaltación de su existencia, haciendo poco caso de la frase de Lyfton Strachey. “Probablemente es siempre desastroso no ser un músico”.
La tentación de serlo fue superada por la de ser poeta y finalmente por la consagrada de perseverar como escritor cinematográfico, un universo donde calza todo lo que es capaz de mostrar el temario perenne de la existencia. Dentro del dibujo de la suya el tono con visible colorido lo ocupa su fervor de cinéfilo y luego el de poeta, una simbiosis predominante donde también, en el de la música pueden presentirse las nubes ignotas de Schubert o los trazados pictóricos de Rembrandt.
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