Por Fabián Medina
De pie, y estrenando zapatos tenis, Hugo Torres venía de León a Managua en un bus repleto de pasajeros. Era 1965. Le acompañaban otros muchachos que con mucha ilusión venían a realizar los exámenes que exigía la Academia Militar para su ingreso. Fracasó en las pruebas físicas. “Nos venimos a la brava, sin prepararnos, sin saber cómo eran los exámenes. Había como 400 aspirantes. Se pasaba examen de Matemáticas, Español, de Geografía e Historia y la prueba física. Aunque yo había practicado deporte, y me gustaba el futbol, nunca me había guindado de una barra fija, y si nunca los has hecho te cuesta muchísimo. Por suerte no pasé”.
Así, por esos guiños de la historia, la Guardia Nacional de Somoza, perdió un oficial y el Frente Sandinista ganó uno de sus más relevantes guerrilleros. Uno que fue miembro del comando que asaltó la Casa de Chema Castillo, en 1974, y dirigió el asalto al Palacio Nacional en 1978. Y quien, una vez derrocada la dictadura y desaparecida la guardia somocista de la que quiso ser parte en su adolescencia, pasó a formar parte del nuevo ejército y llegaría a ser uno de sus generales.
Ahora, desde su retiro, Hugo Torres analiza los principales momentos de la institución a la que sirvió y que ahora cumple 32 años.
¿Con qué concepto el ejército comenzó a formarse el 19 de julio?
Nosotros veníamos de columnas insurreccionales y guerrilleras a formar un ejército regular. Los primeros asesores eran algunos chilenos que habían recibido cursos militares en academias de Cuba o la Unión Soviética y formaban parte de las filas guerrilleras. Ya después vino la asesoría cubana. La formación del Ejército tiene en buena medida el sello cubano. Para formar a la Policía recuerdo que hubo unos asesores panameños que mandó Omar Torrijos y creo que uno que otro venezolano.
¿Hubo discusión sobre quién iba a ser el jefe del Ejército o ya se daba por hecho que sería Humberto Ortega?
Yo creo que la ubicación de los distintos miembros de la Dirección Nacional reflejaba la correlación de fuerzas de lo que había sido cada tendencia en la insurrección. Por eso es que Daniel Ortega queda en la junta de gobierno, sin ser la figura más brillante, era más bien un personaje bastante apocado. Tal vez por eso se pensó que podía ser menos irritable para los otros sectores que iban a conformar la Junta de Gobierno.
¿Había fricciones entre el Ejército y el Ministerio del Interior que dirigía Tomás Borge?
No. Al principio incluso había una especie de mando conjunto de lo que entonces se conceptualizaba como Fuerzas Armadas, un poco producto de nuestra ignorancia porque fuerzas armadas son los ejércitos y no las policías. Ya después eso se terminó separando.
Preguntaba porque había ahí unas personalidades de mucho protagonismo: Pastora, que era jefe de las milicias.
Sí, tres personalidades fuertes, con egos fuertes. Unos más lúcidos que otros. Humberto era el personaje más visionario en términos políticos y el más fuerte de los tres. El caso de Tomás es un personaje que tiene en la discrecionalidad un recurso que lo ha acompañado toda su vida y esa discrecionalidad le ponía mucho contraste. Y el caso de Edén, es un personaje también con un ego muy fuerte que el Palacio terminó de engrandecer aún más. Creo, y es una percepción personal, que aspiraba o a ser miembro de la Dirección Nacional del Frente o aspiró a ser jefe del Ejército.
¿Qué fue el servicio militar para el Ejército?
Hace y reprueba el examen de ingreso a la Academia Militar.
1969
Ingresa al Frente Sandinista.
1974
Participa como miembro del comando guerrillero que asaltó la casa de Chema Castillo.
1978
Participa junto a Edén Pastora y Dora María Téllez como uno de los líderes del comando guerrillero que asalta el Palacio Nacional.
1979
Es designado en varios cargos que asume por pocos meses. Primero como Director de la naciente Seguridad del Estado, luego como viceministro del Interior y después como representante de las Fuerzas Armadas ante el Consejo de Estado.
1981
Asume la Dirección Política del Ejército Popular Sandinista.
1999
Se retira del Ejército Nacional con el grado de General de Brigada.
2011
Actualmente es diputado suplente del MRS ante la Asamblea Nacional y candidato a diputado del Parlacen por la alianza PLI.
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Se consideró una necesidad urgente a finales de 1982 y 1983 debido al auge de las filas de la contrarrevolución. A esas alturas ya no podía sostenerse el enfrentamiento contra las filas de la contrarrevolución con pocas unidades permanentes y un montón de unidades de reservas, porque los reservistas podían ser de cualquier edad, de cualquier condición física, pero además de eso eran voluntarios, tendían a desmovilizarse cuando ya tenían varios meses de estar movilizados para ir a atender a la familia. Se requerían tropas permanentes, bien preparadas y bien cohesionadas. Y que por ley tuvieran que permanecer un período de dos años en las filas del Ejército.
¿No era eso una contradicción contra la esencia de la revolución: un poder que el pueblo defendía… voluntariamente?
Las filas de la contra estaban creciendo y el presidente (Ronald) Reagan consideraba a Nicaragua una punta de lanza de la Unión Soviética en territorio continental y por lo tanto un peligro con el cual había que acabar rápidamente. Esto se transformó en un apoyo cada vez mayor y oficial (de Estados Unidos) a las filas de la contra. Una unidad permanente, bien entrenada, con muchachos entre los 18 y los 23 años de edad, te daba unidades superiores a unidades milicianas o de reservas.
¿Pero no era contradictorio, insisto, obligar a las personas a defender al revolución que se decía “popular”?
Es probable…
¿Considera que fue un error o un acierto el servicio militar?
Fue un error y un acierto. Un acierto porque sin el servicio militar era muy difícil lograr en poco tiempo —como lo exigían las circunstancias del momento— unidades de tropas permanentes especializadas en la lucha contra fuerzas irregulares, pero, además de eso, para haber logrado conformar la Fuerza Aérea, la Fuerza Naval y la artillería. A la larga —y ahí viene lo que podríamos considerar error en términos políticos— se terminó convirtiendo en un búmeran por la sangría que significó la guerra y la pérdida de decenas de miles de jóvenes, que junto al descalabro económico, obligó a miles de nicaragüenses, algunos de ellos a pesar de su simpatía con la revolución, a votar en contra de la candidatura de Daniel Ortega.
¿El servicio militar salvó a la revolución de una derrota?
Fue un elemento importantísimo para evitar que cambiara la correlación en términos militares.
Hasta el día de hoy no se sabe cuántos jóvenes murieron en ese servicio.
No se sabe. Supuestamente ese fue un compromiso del general (Omar) Halleslevens, antes de salir de filas, de que en un lapso prudencial de tiempo, que creo que ya pasó, se iba a dar a conocer ese dato, porque simplemente hay especulaciones. Yo creo que el Ejército tiene que hacer un esfuerzo por lograr, sino con exactitud, sí una aproximación.
¿Cómo vivió el Ejército la derrota electoral de 1990?
Ese fue un golpe durísimo para todos nosotros. Sobre todo en términos políticos, afectivos. La primera interrogante es ¿qué va a pasar con la institución militar? Entonces consideramos importante sugerirle a la Dirección Nacional a través del general Ortega, que entrara a un proceso de negociación porque lo que menos estábamos era dispuestos a abandonar la institución militar. Dejarla al garete. Temíamos que se abriera otro proceso de violencia en el país.
¿El Ejército contempló en algún momento la posibilidad de tomar el control del país si el nuevo gobierno exigía su desmantelamiento?
No recuerdo que lo hayamos considerado. Privó la consideración de que había que respetar los resultados electorales. Y que se encausara por esa vía la salida a la tensa relación que se creó.
¿La salida de Humberto Ortega en 1994 provocó alguna crisis?
Hubo tensión. No llegó a ser crisis. Y hubo tensión entre el Ejército y la Presidencia y no internamente. Hubo una posición de respaldo a la permanencia del comandante en jefe en ese entonces hasta tanto no se aclararan los términos de su salida y la promulgación de las leyes que le daban una vida institucional más sólida al Ejército.
¿Cuál es su valoración del Ejército actualmente?
El Ejercito está asediado por Daniel Ortega. Acosado. Es una mezcla de acoso, asedio y de seducción, para tratar de arrastrarlo al terreno de la identificación política del proyecto autoritario y de clara vocación dictatorial de Daniel Ortega. Hasta el momento ha resistido. Hay algunas preocupaciones de mucha gente respecto a ciertas actitudes asumidas por el Ejército, pero creo que no está todavía en la situación que se encuentra la Policía Nacional, que está más arrinconada y más sometida.
¿Y tiene la jefatura del Ejército la posibilidad de preservar la institucionalidad en estas circunstancias?
Yo deseo que así sea. Si se aferran estrictamente a la Constitución y a la ley, pueden resistir. Si caen en el terreno de la discrecionalidad para su manejo con la Presidencia de la República, y con un presidente que tiene esta clara vocación dictatorial, puede sucumbir, y eso sería una tragedia para el país. Porque tanto la Policía como el Ejército son instituciones que se han construido sobre la sangre de miles y miles de nicaragüenses. De un lado y de otro.
¿Cuál es su temor?
Hay ciertos hechos que han venido ocurriendo en estos cinco años, algunos difíciles de evitar por la jefatura policial y militar, otros que podían haberse evitado y no lo han hecho.
¿Pero qué puede pasar si Daniel Ortega culmina ese proceso de seducción que usted dice?
Arrastrarlo al terreno de identificación del proyecto dictatorial de Ortega.
¿Podría convertirse este Ejército en un ejército represivo como el mismo que derrocó hace 32 años para su nacimiento?
Es muy difícil siquiera pensarlo. Creo que no está en la cabeza de ningún miembro del Ejército ni de su comandante en jefe verse un día en un escenario como ese. Pero, puede que no esté en la cabeza de ninguno de ellos, pero sí puede estar en la cabeza de Daniel Ortega el de asumir un rol de defensor de ese proyecto. En sus inicios, en la cabeza de los oficiales de la Guardia Nacional no estaba asumir un rol represivo, sino de conformar un ejército institucional. Sin embargo, Anastasio Somoza García, poco a poco, y desde el arranque, le puso su sello y la fue desnaturalizando. Y la fue comprometiendo hasta arrastrarla a la identificación con el proyecto somocista. Tanto fue así que murió con el último de los Somoza.