En el Canto XVIII de La Odisea relata Homero que cuando por fin Odiseo (Ulises) logra llegar a la isla de Ítaca, su patria, pero todavía no ha revelado su verdadera identidad y se hace pasar por un anciano vagabundo, un mendigo fanfarrón llamado Iro lo provoca a pelear.
Odiseo se despoja de sus andrajosas ropas y deja ver su hercúlea musculatura. Entonces Iro se llena de miedo ante aquél a quien ha provocado creyéndolo un debilucho anciano. Interviene Antinoo —uno de los pretendientes a la mano de Penélope, la esposa de Odiseo— y amenaza al cobarde Iro, diciéndolo que si elude la pelea y aún si es vencido por el mendigo a quien él mismo ha provocado: “Te echaré en una negra embarcación y te mandaré al continente, al rey Équeto, plaga de todos los mortales, que te cortará la nariz y las orejas con el cruel bronce y te arrancará las vergüenzas (los genitales) para dárselas crudas a los perros”.
Desde entonces, o sea, desde La Odisea, Équeto quedó como un símbolo del hombre y del gobernante extremadamente cruel, como dice la historia que fueron Calígula, Nabucodonosor, Stalin, Hitler y tantos otros personajes sanguinarios que se deleitaron haciendo sufrir los peores tormentos a las personas que ellos gobernaban, sobre todo a quienes se les oponían y peor aún si se les rebelaban.
Pero, ¿quién era aquel cruel Équeto que podría mutilar a Iro, el desgraciado mendigo fanfarrón y provocador, de la manera terrible como amenaza Antinoo en el poema homérico?
Constantino Falcón Martínez, Emilio Fernández y Raquel López Melero dicen en su Diccionario de mitología clásica , que “Équeto es un legendario monarca, símbolo de la crueldad, con cuyo nombre se amenazaba a alguien para intimidarlo. Se decía que había atravesado con alfileres los ojos de su propia hija y mutilado a su amante, al enterarse que se habían unido sexualmente”.
Équeto era el rey de Epiro, región de Grecia que era famosa porque sus reyes descendían de Pirro, hijo de Aquiles, y porque debido a uno de sus reyes de ese mismo nombre se acuñó la frase “victoria pírrica”, que alude a un triunfo tan costoso que mejor hubiera sido no conseguirlo.
Équeto, famoso por su crueldad, tenía una hija llamada Metope, a quien mucho celaba y quería preservarla soltera y virgen. Sin embargo, Metope se enamoró y tuvo una relación sexual con su amante. Équeto lo supo y los condenó a terribles suplicios. En la versión del mitólogo francés Jean Francois Michel Noël, “Équeto le arrancó los ojos a su hija y la condenó a morder durante el resto de su vida, granos de cebada de hierro”. Y al seductor de Metope, el cruel Équeto lo invitó a un festín y estando allí le cortó los brazos, las piernas y los genitales.
En otra versión de esta leyenda se dice que después de haber dejado ciega a su hija clavándole agujas en los ojos, Équeto le hizo creer que si hacía harina de los granos de bronce o hierro que le daba a moler, podría recuperar la vista. De manera que la infortunada mujer pasó el resto de su vida dedicada a aquella tarea tan inútil como cruel.
Cruel, se dice en el Diccionario de la Real Academia Española, es algo “sangriento, duro, violento”, y alguien “que se deleita en hacer sufrir o se complace en los padecimientos ajenos”. Y por la mención de Homero, Équeto quedó para siempre como un símbolo de la crueldad personal y gubernamental.
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