II parte
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Si uno se fija en el mapa, parece que Nicaragua levanta el puño a sus vecinos por el extremo occidental en el océano Pacífico. En ese lugar de “mano” amenazante suele estar el nombre de Potosí, una comunidad rural que pertenece a El Viejo, departamento de Chinandega, y no llega a ser más que una aldea de chozas primitivas extendida a lo largo de varios kilómetros de playas de arena volcánica negra.
Potosí es una villa de pescadores muy pobre, tan pobre que ni los curas llegan a echar agua bendita. En invierno desaparece el último trecho de carretera no pavimentada que une a El Viejo con sus comunidades en la península de Cosigüina.
Por “fortuna” para un pueblo que vive más de la pesca que de la agricultura, el fenómeno climático de El Niño les ha dejado más o menos transitable para el verano los casi 30 kilómetros de calles de tierra, después de un pobre invierno.
La institución con mayor presencia en Potosí es el Ejército, por tres razones: la incapacidad del Estado de cubrir las necesidades elementales en los rincones de su territorio soberano, los restos de la guerra que hicieron de este lugar una zona de combates en los ochenta y, finalmente, la posición como una frontera peculiar, donde el mar sin señas es compartido por tres naciones y miles de pescadores trinacionales hambrientos y descalzos.
El sábado 20 de marzo, patrullando de noche en las aguas sin demarcación, un pescador hondureño murió en circunstancias que involucran, según los hondureños, a la Fuerza Naval del Ejército de Nicaragua, que rechaza responsabilidad alguna. Del lado hondureño es el reclamo más fuerte que han emitido en los últimos años, pero está muy lejos de ser el único y probablemente tampoco será el último.
Sin boyas es difícil determinar cuándo esta agua, igual de salada para las tres naciones y verde en todas direcciones, pertenece a uno u otro país. Los pescadores se orientan por la punta de los volcanes Amapala o Cosigüina (Nicaragua), o por la isla salvadoreña de Meanguera. Los más tecnológicos usan sistemas de localización de posicionamiento global (GPS), admite el cooperativista de Potosí Irwing Caballero Paniagua.
RINCÓN OLVIDADO
La base naval también transforma el equilibrio de la zona, pues trae muchachos del interior que se pasean durante los descansos por la calle principal, compran en las ventas del pueblo más que todo cigarrillos salvadoreños o telefonean con líneas hondureñas. La televisión y la radio también son del otro lado del golfo.
En toda la península no hay calles adoquinadas, ni agua potable, ni alcantarillas, ni recolección de basura y, últimamente, ni delegado del alcalde, porque ahora hay un juez del Poder Ciudadano que funciona como principal autoridad.
Pero los pescadores también se enfrentan a la contaminación del golfo por parte de la agricultura y la expansión de la industria camaronera en una región de volcanes y mangle.
Francisco Baltodano, director del Proyecto de Desarrollo Comunitario de la Isla de El Tigre (Prodecit), explica que se utiliza mucho gramoxon y herbicidas en el campo.
Cuando llueve la corriente lleva los residuos al mar, por eso, alrededor de las islas y más aún cerca de las tierras cultivables, se perdió la población de langosta y camarones.
Saúl Mantufar, representante del Comité para la Conservación y Desarrollo del Golfo de Fonseca (Codefagolf) en el puerto San Lorenzo, asegura que Honduras aún otorga concesiones en áreas protegidas de mangles. Recientemente se construyeron dos granjas de camarón, colindantes con Nicaragua, de unas 300 hectáreas.
El teniente de fragata del Ejército de Nicaragua, Rigoberto Muñoz Montenegro, también ha recibido denuncia de contaminación con agroquímicos en la zona del golfo realizadas por las maniseras. Durante el invierno las corrientes se llevan el veneno al mar, pero los militares no encontraron peces muertos y el tema quedó en el pasado.
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A 17 kilómetros se encuentra un puesto policial. Hay tendido eléctrico, pero no siempre hay energía. Dos veces por semana tres médicos se turnan para atender unas 200 consultas mayoritariamente de mujeres y niños que vienen desde fincas y comunidades y se van a pie o en el mismo bus que trae a los galenos desde El Viejo o Chinandega, y los lleva de regreso puntual a las tres de la tarde.
También los maestros son prestados, vienen para atender a una docena de escuelas primarias multigrado que están en la península, acondicionan una aula donde vivirán de tres a ocho maestros, hasta que llega el fin de semana para regresar a sus casas.
Por eso la mayoría del personal es joven. Muchachos como Magdiel Montes, Gloria Baquedano y Mariángeles Vargas no superan los 22 años y han empezado la docencia en Rosario, la escuela más occidental de Nicaragua.
La única maestra que finalmente decidió quedarse en el pueblo después de 12 años de trabajo es la directora de la escuela de Potosí, Máxima Hernández, quien suma 23 calendarios marcados en esta capital del golfo nicaragüense.
En la ciudad el docente no es muy respetado, pero en el campo, sin agua ni energía, los padres apoyan en lo que pueden, aunque sea cargando agua de los pozos a la escuela. Sin embargo en casa, muchos de ellos analfabetas, no pueden dar seguimiento a las tareas de los hijos, advierte Montes.
Los adolescentes que quieren terminar su carrera deben migrar a El Viejo o hacer el bachillerato dominical en la comunidad de Cosigüina, donde están las cabañas de turismo rural y salen los turistas a escalar el viejo volcán con la laguna-cráter.
VIDA EN EL GOLFO
Nelson Montano González tiene 23 años y está curtido por el sol. Su esposa, Luz Marina Sánchez, cuece un balde de “churrias” en una olla, sin sal ni condimentos, mientras él pela unas papas para acompañar el almuerzo.
Su padre, que vive en la casa vecina, fue siempre pescador y por eso desde pequeño vive en la comunidad de Rosario, a 12 kilómetros de Potosí, aunque nació en Petacalpete, en las laderas del volcán El Chonco, departamento de León.
Montano está en la categoría más baja del escalafón pesquero. Primero están los exportadores, que venden al primer mundo; luego los acopiadores, seguidos por los dueños de botes; para terminar con los más pobres de los pobres, aquellos que no tienen lancha propia y no toman el timón, es decir, motoristas, pescadores y mozos, en ese orden de mando.
Montano es mozo, pero tiene varias semanas de no salir al golfo y sabe que pronto iniciará la veda. El Niño le ha obligado en los mangles a recolectar almejas, conchas y curiles, llamados aquí churrias.
La docena de curiles vale 10 córdobas y diario puede conseguir unos 100 córdobas de ganancia de personas que vienen de Potosí a comprarles, pero ahora están en veda y no pueden sacarlos para ningún lado.
Aunque había mucho ganado vacuno y equino en el camino que une las comunidades de Rosario y Potosí, “no hay tantas fincas para que dé abasto a la zona, son pocos los que trabajan en el campo, nosotros tenemos que andar en el mar, no nos queda de otra”, cuenta Montano.
Sin embargo, la pesca es a veces una labor de suerte. En ocasiones pasan un mes sin ganar, pero en días buenos el patrón paga entre 40 y 60 dólares (840 a 1,260 córdobas aproximadamente) de la venta en El Salvador.
La desesperación de los pescadores es grande, porque la veda del camarón comienza en abril. Manuel Castellón, pescador de Potosí, tiene quince días de no salir al mar, primero por los vientos y luego por el temor a una ola después del terremoto en Chile.
GUERRA POR RECURSOS
Si antes salían y recibían morteros en este puerto, ahora la guerra del golfo es menos sangrienta, pero igual de brava. Es una batalla por los recursos marinos.
Los países vecinos en las reuniones trinacionales de pescadores han manifestado su deseo de liberar la pesca en el golfo.
Asigolfo, asociación de los 12 municipios salvadoreños que colindan con el golfo, propone siempre en las reuniones trinacionales crear una sola zona de aprovechamiento, pero la propuesta de las cooperativas de Potosí es vender el producto como marca Golfo de Fonseca, pues se trata del mismo producto que compra El Salvador a Honduras y Nicaragua para venderlo en Estados Unidos.
Honduras reclama abusos de parte del Ejército nicaragüense por el decomiso de redes, saqueo de motores y cobros excesivos de 300 a 1,000 dólares de multas, casi un tercio del valor de una lancha o motor.
Irwing Caballero Paniagua, dirigente de la Cooperativa de Pesca Artesanal y Servicios Múltiples (Promanic) de Potosí, sostiene que en la práctica las lanchas hondureñas, la mayoría en el golfo, están a diez minutos de Potosí, a veces la Naval retiene las embarcaciones si las encuentra. “Ésa es una ley, que cada pescador debe estar en sus aguas”, dice.
Nicaragua es renuente a los planes de sus vecinos de compartir la pesca en el Golfo de Fonseca. La razón es simple. Caballero advierte que tanto Honduras como El Salvador han agotado sus reservas y usan mallas que están prohibidas en Nicaragua, porque acaban con las larvas de camarón y especies en desarrollo.
Por otra parte, el número de embarcaciones nicaragüenses es de 600 a 800 en toda esta área, mientras sólo en el vecino Cedeño, de Honduras, hay casi 2,000 botes.
Los pescadores de los tres países pudieran cumplir requisitos de exportación si se organizaran, dice Caballero. Requieren procesar el producto, refrigerar y exportar una cantidad de toneladas mínima. Potosí no podría hacerlo solo, mientras Amapala, donde hay una procesadora más accesible que las de Chinandega, carece de suficiente pescado y camarón.
El cooperativista considera positivo que, desde la declaración del golfo como zona de paz y desarrollo, tienen mayores visitas del Gobierno central, así también ayuda e inversiones como los dos muelles en Potosí y Santa Julia.
Sin embargo, el fenómeno de El Niño influyó tanto que desde octubre no han regresado desde Costa Rica quienes compraban a Promanic mensualmente al menos 150 quintales. Simplemente no hay producto que ofrecer.
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