Franklin Caldera
Allá en el ataúd de Alexis,
envuelto en la soledad del sereno,
algo quedó de nosotros.
En sus puños,
sueños de gloria.
En su existencia apagada, trozos de la vida
de todos los nicaragüenses.
De los que, cabalgando, saludaron
alguna vez a la multitud:
Con sombrero vaquero,
camisa roja, pañuelo rojo.
Algo de los que morimos
y de los que sobrevivimos.
Con la muerte de Alexis, todos nos volvimos uno
por unos instantes,
cubiertos con la bandera azul y blanca
Algo nuestro dejamos en su sepultura:
Los que nos fuimos y los que nos quedamos.
Los que perdimos una pierna, un brazo,
un ojo, la vida
a uno y otro lado de la alambrada.
Los que regresamos y los que no regresamos.
Los enriquecidos y los empobrecidos.
Los despojados y los aprovechados.
Los pobres de siempre
Los que, cabalgando, saludan
con botas vaqueras estelianas,
pañuelo rojinegro al cuello.
Los que fuimos coronados
con Alexis en el Fabuloso Foro
de Ingelwood California
y nos desplomamos a su lado
ante la mirada seca
de los perros policía del Orange Bowl.
De todos algo se llevó Alexis.
Y en todos algo suyo quedará.
Junto a lo que de Darío llevamos.
De Sandino alzado en la montaña.
Del Somoza ecuestre.
De Rigoberto, Carlos y Leonel.
De Pedro dueño de su propio miedo
Los asesinados.
Los ajusticiados.
Los autoinmolados.
Los suicidas.
¡Tantos orificios que nos queman el pecho!
Todos nos hemos ido suicidando poco a poco.
Y no sabemos por qué.
Sólo quedarán coronas, las tres que ganó
y las que pondremos en su tumba,
formando un signo de interrogación
que sólo se ve desde el cielo.