- Los escándalos de dos cercanos allegados a Bush dan más descrédito al Gobierno
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Análisis noticioso
Alberto Gonzales y Paul Wolfowitz bien pueden ser los símbolos de todo lo que anda mal en la política estadounidense: amiguismo, incompetencia y una descarada falta de responsabilidad ante el electorado, que clama por un cambio.
Gonzales, amigo tejano del presidente George W. Bush, hundió al Departamento de Justicia en un tremedal político y legal, y luego echó la culpa a sus subordinados y su mala memoria.
Wolfowitz, el neoconservador intransigente que subestimó la dificultad para controlar Irak, recibió como premio la presidencia del Banco Mundial y rápidamente cometió una falta ética que compromete a la institución multilateral, al decidir un generoso incremento salarial para su novia, quien trabaja en el banco mismo.
Tal vez rueden las cabezas de ambos —ya rodó la de Wolfowitz—, pero la ciudadanía no se dará por satisfecha con la destitución de dos funcionarios que no estuvieron a la altura de sus funciones. La gente quiere un nuevo tipo de conducción en Washington, y por ahora no la encuentra en ninguno de los dos partidos tradicionales.
“¿Hay quién dirija?, ¿hay quién obligue a alguien a rendir cuentas?”, se preguntó el consultor republicano Joe Gaylord, uno de tantos funcionarios republicanos y demócratas en Washington que temen por la salud de sus partidos debido a la falta de conducción.
“No comprendo por qué no aparece alguien con un garrote y dice ‘arreglen este entuerto’”. Gaylord es asesor del ex representante republicano Newt Gingrich.
Los demócratas tienen sus propios problemas, entre ellos el de los precandidatos presidenciales que parecen ceder en cuanto a Irak y los representantes que violan sus promesas electorales sobre reforma de las leyes de cabildeo.
“La gente quiere cambios drásticos en el funcionamiento de la política: el dinero, el cabildeo, todo”, dijo el estratega demócrata Joe Trippi, asesor del precandidato John Edwards. “El Partido Demócrata debe liderar. Si queremos beneficiarnos, debemos señalar el camino hacia el cambio, hacia una manera distinta de hacer las cosas”.
“Washington está quebrado”, dijo el martes Mitt Romney, una de las muchas voces contra Washington en el debate presidencial republicano.
Bajo Gonzales, el FBI violó la ley, según sus críticos, para obtener información personal sobre ciudadanos y el Departamento de Justicia despidió a siete fiscales federales. Esta última medida, aunque legal, hizo pensar que la Casa Blanca trató de usar a las fuerzas del orden de la nación para causarles problemas legales a los políticos demócratas.
Cuatro altos funcionarios del Departamento han renunciado, y Gonzales ha convertido a dos de ellos en chivos expiatorios por los despidos. Su declaración ante el Congreso fue una maratón de evasivas, supuestas fallas de memoria y traspaso de culpas tras la cual algunos republicanos se unieron a los demócratas para reclamar su despido.
El asunto empeoró cuando los legisladores se enteraron de hasta dónde llegaba Gonzales para cumplir las órdenes de Bush.
Como abogado de la Casa Blanca en el 2004, fue al lecho de enfermo del entonces secretario de Justicia, John Ashcroft, para presionarlo para que aprobara el programa de escuchas telefónicas sin orden de un juez.
Ashcroft, muy enfermo de pancreatitis en ese momento, lo rechazó, según Jim Comey, el ex número dos del Departamento.
La Casa Blanca aplicó el programa sin la aprobación de Justicia, dijo Comey. Ante las renuncias de Ashcroft, Comey y el director del FBI Robert Mueller, Bush cedió y modificó el programa de acuerdo con los reclamos del Departamento.
Gonzales “ha perdido autoridad moral para dirigir”, dijo el senador republicano Chuck Hagel.
Lo mismo se dice de Wolfowitz desde que una comisión del Banco Mundial lo acusó de violar las normas éticas al disponer un gran aumento salarial para su novia. Después de semanas de controversias, la Casa Blanca dijo por fin que estaba dispuesta a aceptar la renuncia de Wolfowitz y éste renunció el jueves pasado.
Estos episodios y las controversias que han provocado tarde o temprano llegarán a su fin. Pero el sistema en que florecieron Gonzales y Wolfowitz seguirá quebrado.
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