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Ernesto González Valdés

Es necesario que los profesores hagan saber a los alumnos en qué se equivocaron Lo adecuado sería que cuando una persona se equivoca, se le corrija el error indicándole dónde estuvieron las fallas. ¿Se hace? Posiblemente en la escuela se cumpla, sobre todo por parte de esmerados maestros y maestras que con mucha paciencia atienden […]

Es necesario que los profesores hagan saber a los alumnos en qué se equivocaron

Lo adecuado sería que cuando una persona se equivoca, se le corrija el error indicándole dónde estuvieron las fallas. ¿Se hace? Posiblemente en la escuela se cumpla, sobre todo por parte de esmerados maestros y maestras que con mucha paciencia atienden en ocasiones a mucho más de 30 chigüines, de conductas disímiles, muchos apegados a sus hogares, otros desatendidos y casi abandonados en muchas ocasiones, como secuela proveniente de la pobreza.

Sin embargo, a través de las manos angelicales de miles de maestras —sector predominante en nuestro país sobre todo en el nivel de preescolar y primaria— sencillas, humildes, se encargan de mimar, cuidar, orientar y educar a sus estudiantes como si fuesen sus propios hijas e hijos, inclusive en ocasiones mucho más.

¿Y en la enseñanza media? Ya dejando de ser niños y niñas para entrar en la adolescencia, ellos y ellas suelen en muchos casos ser menos “mimados” que en el nivel de enseñanza anterior, hay un proceso de “separación familia-escuela”, menos atención por parte de la familia y comúnmente y por supuesto de forma errónea se le deja a la escuela un mayor papel protagónico en la formación y educación de los hijos.

Si bien profesores y profesoras atienden a los jóvenes, en lo que compete a la parte académica (no desligada de la formación de valores) el sentido de retomar dónde se equivocó a la hora de ser evaluado (preguntas cortas escritas u orales, exposiciones de equipo, individuales, evaluaciones escritas parciales, etc.) no se lleva a cabo, suele recurrirse a la entrega de notas en muchos casos de forma oral y/o guardarlas “secretamente” para ser entregadas en la reunión de padres y madres, que si ellos y ellas, no cumplen con esta obligación de asistir cuando la escuela cite, los resultados académicos y los problemas de conducta o no, quedarán simplemente en el anonimato. Luego ni aprenderá ni enmendará el estudiante su conducta, así como tampoco la familia en la educación de sus hijos e hijas.

¿Y en la universidad? Se arrastra aún con mayor intensidad y profundidad, la pérdida de lo logrado en la enseñanza básica (preescolar y primaria), donde no se retroalimenta de forma general (siempre hay excepciones), con el estudiante dónde se centraron las dificultades o los buenos resultados que ameritan, una vez culminada la evaluación (parcial o continua) de su desempeño.

Los docentes no deben olvidar que la entrega de un resultado, para el estudiante que está deseoso o atemorizado de saber no sólo la nota, que a veces no dice nada, sino exactamente dónde se equivocó para no volver a repetir el error (¡qué sucedería si fuese el estudiante, a examen de convocatoria o especial?) puede solucionar hechos que van más allá de un aplazado o no, sino de una frustración que perfectamente puede conducir en un caso extremo o en el mejor de los casos, a una deserción de las aulas universitarias.

Acción de retrolimentación que inclusive podría ser analizado a nivel de grupo, cuando los resultados académicos de la asignatura no son del todo satisfactorio. Pero ya esto sería motivo para otro tema de reflexión. Pasen ustedes un buen día.

Espectáculo

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