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(FOTOS LA PRENSA/M. LORÍO)

“No sé si fui bueno, pero cobarde no fui”

Antonio Herradora tiene 61 años, pero parece que tuviera 80. Se ha arrugado y encogido tanto, que muy pocos chavalos le creen cuando les cuenta que jugó beisbol. Y si al relato le agrega que una vez derrotó al poderoso equipo de Cuba, entonces creen que está delirando. Pero este lanzador, de tez morena y […]

Antonio Herradora tiene 61 años, pero parece que tuviera 80. Se ha arrugado y encogido tanto, que muy pocos chavalos le creen cuando les cuenta que jugó beisbol. Y si al relato le agrega que una vez derrotó al poderoso equipo de Cuba, entonces creen que está delirando.

Pero este lanzador, de tez morena y ojos pícaros, fue uno de los grandes de la generación de oro del beisbol nacional que alcanzó su mayoría de edad en la década del setenta, cuando jugar en la selección era un orgullo y llegar a brillar, empujaba hacia la inmortalidad.

Por supuesto, ni aún en su juventud Herradora fue un hombre corpulento, tanto es así que en 1971, cuando Nicaragua fue a Cuba para jugar en el Mundial, lo molestaban preguntándole que si era el cargabates del equipo, pero una vez sobre el montículo, les probó quién era.

“Esa vez, llegamos a La Habana y la Selección de Cuba nos recibió en el aeropuerto. Ahí estaba Armando Capiró, que era un hombrón. Recuerdo que me dijo, ‘hombré ¿y vos qué venís a hacer?’. A representar a mi país, le dije, y el jodido se puso a reír”.

—“Tú debes ser el cargabates del equipo”, insistió Capiró… Yo me arreché y le contesté, mirá pendejo, ojalá que me toque lanzarte a vos, para que veás quién soy. Él se puso todo serio. Y en efecto, le lancé a Cuba y perdí 1-0, pero me gané el respeto de todos”.

Un año después, Herradora derrotó a Cuba en Dominicana, donde se celebró el Torneo de la Amistad. Desde entonces, nadie más volvió a confundirlo, pese a que su estampa de hombre menudito, podía llevar a equivocaciones como la de Capiró en aquella ocasión.

A esta leyenda viviente del beisbol, que hizo historia desde sus días de adolescente en San Isidro, antes de pasar por el equipo Managua, los Tiburones de Granada y desde luego, la Selección Nacional, lo tengo frente a mí y no exagero al describir lo envejecido que está.

“Es que (la vida) no la he llevado fácil. Me operaron de una peritonitis que casi me mata. Después de una úlcera y como no me cuidé porque debía trabajar me volvieron a operar y quedé imposibilitado de hacer algo para ganarme el pan de cada día”, afirma Herradora.

VIVE DE LA CARIDAD

¿Y si no trabajás, de qué vivís, entonces?

Para serte franco vivo de la caridad de mis amigos y de los fanáticos del beisbol quienes me quieren mucho. Ellos me ayudan y de eso compro mi comidita.

¿Debés tener muchos amigos supongo?

Sí, hay mucha gente que me aprecia y ellos me presentan a otros, entonces se va aumentado el número de amigos y así me defiendo.

Pero hay mucha gente que no te vio jugar…

Claro. Muchas veces me presentan ante jóvenes y dudan que yo haya jugado. Y como les cuentan que yo me defendía, entonces dicen: todo viejo dice que fue bueno.

¿Algunos no creen que fuiste buen jugador?

Sí. No creen. Más cuando me miran el cuerpo así flaquito. Pero yo sólo digo que no sé si fui bueno, pero cobarde nunca fui. Siempre lancé con mucho valor. Yo tenía coraje.

Siempre se habló de tu valentía…

Así es, es que yo no andaba con muchos cuentos. Cuando me daban la bola, ni preguntaba contra quién iba. Sólo salía a lanzar, a tratar de hacer lo mejor.

¿El valor es algo innato o se cultiva?

Hombré, yo creo que se trae, pero también es importante lo que te digan los entrenadores. A nosotros por ejemplo (los de la Selección de 1972) nos ayudó Tony Castaño. Nos entrenó y además nos preparaba sicológicamente para rendir y por eso tuvimos éxito.

¿Jamás sentiste temor?

Nunca. Yo sabía que podía fallar porque uno es humano, pero jamás anduve con miedo. Yo escuchaba que a las selecciones de los años ochenta hasta tenían que darles pastillitas para los nervios. Yo jamás tomé pastillas.

SU MEJOR MOMENTO

¿Cuál es el momento que más recordás, el que más te enorgullece?

Haberle ganado a Cuba 5-4 en el Torneo de la Amistad en Dominicana en 1972. No se le ganaba desde hacía 20 años (cuando Alejandro Canales se impuso 5-2 en el Mundial de La Habana en 1952) y aquello fue un gran acontecimiento. Recuerdo que uno de los locutores viejos, no sé si fue Evelio Areas o Sucre Frech, u otro de esos que ya no sé si murieron o están vivos, llegó y me envolvió con la bandera de Nicaragua. Ahí si lloré, pero lloré por la emoción no por otra cosa.

¿Y a nivel nacional, qué fue lo mejor que te pasó?

Bueno, haber jugado con el Granada-Marfil, que fue donde prácticamente pasé la mayor parte de mi carrera. Fuimos campeones y cuando nos eliminaban me llevaban de refuerzo otros equipos y siempre me destaqué.

¿Cómo llegaste al Granada?

Yo comencé jugando chamaquito en San Isidro. Ahí jugué también en ligas juveniles y en La Trinidad, fue donde ya jugué en Mayor A. De ahí pasé al equipo Managua, que era del Distrito Nacional y lanzando ahí, Heberto Portobanco me llevó al Granada y yo me sentía muy a gusto pitcheando para ese equipo y en esa ciudad.

¿Nunca se dio el chance de jugar con el Estelí, considerando que era el equipo del Norte?

Cómo no, muchas veces me invitaron a participar con el Estelí, pero la verdad es que yo me sentía bien en Granada y era bien tratado por Heberto Portobanco, además, me enamoré de la ciudad de Granada y ahí me quedé.

A propósito de enamorarse, ¿qué tanto te seguían las muchachas?

Vos sabés que las muchachas siguen a los peloteros destacados y como yo me destacaba, pues me perseguían. Tuve muchas novias, pero como era un hombre casado y tenía mis hijos que estaban chamaquitos, tenía que respetarlos, entonces tenía que tomarlo con calma.

¿Cuántos son tus hijos?

Cinco de mi matrimonio. Tengo otros dos. Uno en Granada y otro en Managua, pero ya son hombres y mujeres todos. No tengo hijos chiquitos ya gracias a Dios.

“Me gustaría enseñar beisbol”

Aparte de la valentía y su diminuta contextura, a Antonio Herradora le caracterizó siempre su devastadora curva y su excelente viraje. Cuando habla de estos detalles de su carrera, parece transportarse al pasado y sus ojos se le iluminan por la emoción que eso le produce.

“Mi curva era tremenda. La ponía donde quería. Y ya no digamos del viraje. Aún se habla de la forma cómo sorprendía corredores. Esas cosas me gustaría enseñarlas a los jóvenes, pero como uno no es metido ni estudiado, entonces no lo toman en cuenta”, se lamenta.

¿No fuiste a la escuela?

Cómo no. Aprobé la primaria. Vos sabés que en nuestros tiempos no se podía más. Uno aprendía a leer y luego había que ir a trabajar. Ahora, el que quería seguir estudiando tenía que tener reales y eso no era mi caso.

¿Y nunca probaste como entrenador?

A mí me hubiera gustado, pero no se me dio la oportunidad. A mí me hubiera encantado enseñarles mi curva y mi viraje a los chavalos, pero no se pudo. A alguien que traté de enseñarle fue a Mario Peralta, medio asimiló, pero nunca pudo virarse como yo lo hacía y tampoco tiró la curva como yo. Mi curva era grande. Dicen que ha sido de las mejores.

¿Quiénes eran tus mejores amigos en la Selección?

Yo siempre caminaba con Calixto Vargas, Rafael Obando y el finado Pedro Selva. Eran personas sencillas así como yo y nos llevábamos bien.

¿Vos sabés que los tres ellos están en el Salón de la Fama, verdad?

Sí lo sé. A lo mejor algún día se acuerdan de mí y nos vuelven a reunir ahí. Ojalá sea antes que me muera, porque como te digo, la estoy pasando difícil, pero no me quejo. Uno lo que tiene que hacer es adaptarse porque hasta preocuparse es malo, te enfermás más.

¿En realidad tenés 61 años? (le consulto a modo de broma)

Bueno, estoy un poquito pasado, es decir, ando en 62.

Pero Calixto Vargas dice que él tiene 50.

¿De qué? De haberse retirado del beisbol, tal vez.

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