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Ernesto González

En la escuela podemos ver a un niño reaccionando de manera agresiva si alguien intenta arrebatarle un juguete ¿Por qué nuestro hijo de dos años no es capaz de compartir sus cosas con los otros niños, ni siquiera con sus propios padres? ¿Es un niño egoísta? Debemos tener claro que la actitud posesiva es normal […]

En la escuela podemos ver a un niño reaccionando de manera agresiva si alguien intenta arrebatarle un juguete

¿Por qué nuestro hijo de dos años no es capaz de compartir sus cosas con los otros niños, ni siquiera con sus propios padres? ¿Es un niño egoísta? Debemos tener claro que la actitud posesiva es normal en los niños de esta edad. Nuestro hijo todavía no entiende que un objeto le pertenece, aunque lo preste y lo comparta.

Tampoco comprende que no puede tener todo lo que pide. Nuestro trabajo como padres y educadores consiste en conseguir que interiorice estos valores, teniendo en cuenta que nuestra actuación es un modelo importantísimo para su futuro comportamiento.

“Mío, mío y sólo mío”. Éstas son palabras familiares para los padres. En la escuela podemos ver a un niño apropiándose de los juguetes de sus compañeros o reaccionando de manera agresiva si alguien intenta arrebatarle lo suyo. No hay por qué intranquilizarse, esta actitud es comprensible y, de hecho, necesaria en su desarrollo: nuestro hijo está viviendo una etapa de egocentrismo. Durante este período intenta satisfacer sus deseos y enseguida ve en peligro todas sus posesiones que son las que le proporcionan la diversión y el placer.

El niño de esta edad todavía no es consciente de que los otros niños también tienen juguetes, y de hecho aún le costará un par de años aprenderlo. Debemos entender que necesitará tiempo —durante el cual decidirá qué quiere prestar y qué no— para asimilar los valores del intercambio y la generosidad.

Nuestro papel es básico para su educación, no sólo porque somos quienes premiamos o reprochamos sus acciones sino también porque tenemos la responsabilidad de explicarle que no es correcto quitarle un juguete a otro niño. A los chigüines de la casa hay que enseñarles, educarlos, desde diferentes ángulos o vías, de modo tal que deje de creer que “todo” es de él o ella. ¿Cómo? —se preguntará— haciéndolo compartir sus cosas (inclusive refrigerio, juguete nuevo), donde debe “negociar” con otros niños y niñas, con los cuales suele jugar.

Otra opción es creando situaciones donde pueda participar y cooperar, padres-hijos e hijas, estimulando un trabajo y unas actitudes que son las que se han de aprender. Promover la construcción en equipo de un puzle, ya que en el correspondiente intercambio de piezas será muy fácil que aparezcan conductas de “mío, mío, mío”. Los juegos de grupo son muy apropiados para estas edades porque les enseña la importancia de compartir con los demás.

En resumen, cuando nuestro hijo actúe de forma interesada, cuando pensemos que tiene un comportamiento egoísta, debemos comprender que a esta edad todavía no ha interiorizado valores básicos como la generosidad. Nuestro papel educativo como padres es imprescindible para darle a conocer todas las experiencias posibles para que aprenda a su ritmo. Experiencias como nuestras propias conductas (respetar, amar, compartir, prestar) y nuestras actitudes (tener paciencia, ser coherentes, comprensivos) son las que mostrarán un modelo familiar claro para el niño.

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