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Relativismo absurdo

Una vez más el Presidente Arnoldo Alemán ha comparado los actos de corrupción ocurridos bajo su mandato con los que se dieron en gobiernos anteriores. En opinión del mandatario, los actos de rapiña y de deshonestidad financiera que se han dado en su gobierno resultan ser simples pecados veniales -pecata minuta- cuando se les compara con las fechorías cometidas en administraciones anteriores.

Es evidente que el doctor Alemán pretende aplicar un criterio relativista al problema de la corrupción. La lógica de su razonamiento sugiere que basta considerar a los gobiernos anteriores como más corruptos que el actual, para que, por consiguiente, el suyo resulte limpio e inmaculado. Por esa razón es que el Presidente se molesta cada vez que se le presenta la denuncia -o incluso las pruebas- de algún delito cometido por un subalterno suyo. Cuando eso sucede, lo primero que hace, por lo visto, es comparar ese hecho con los que él dice que ocurrieron en el pasado, y si el monto del delito denunciado no iguala o supera a aquéllos, concluye entonces que la acusación no es válida y que sólo se hace para desprestigiar a su gobierno.

El señor Presidente Alemán está muy equivocado al juzgar de esa manera. Independiente de su magnitud, el delito es delito, y la corrupción es corrupción. Ambos deben ser combatidos y penalizados con castigos que, claro está, sean proporcionales a la magnitud de las faltas cometidas. El Presidente actual, y cualquier otro Presidente, debe estar comprometido en la lucha contra la corrupción. Eso implica no apañar a ningún funcionario deshonesto, ni interferir los procedimientos investigativos de las autoridades competentes.

El criterio relativista no es aplicable cuando se trata de determinar si hubo o no delito. Este sólo es aplicable en la selección del castigo a imponerse cuando se compruebe la existencia del delito, ya que la pena debe ser proporcional a la gravedad del hecho punible. Lamentablemente, sin embargo, parece ser que en Nicaragua las cosas son al revés: entre más grande es el delito, menor es la pena —y eso cuando la haya—. No son pocos los casos en los que delitos de menor cuantía son penalizados con prolongadas sentencias de prisión, mientras que las estafas y fraudes que involucran decenas de millones de dólares quedan totalmente impunes.

No cabe duda que casi todas las cosas en esta vida tienen un rasgo de relatividad. Así cuando nos referimos al tamaño de una montaña, consideramos que ella es muy alta o muy baja dependiendo de la montaña con la cual la comparemos. Por ejemplo, si comparamos el cerro Saslaya con cualquiera otra montaña de Nicaragua, concluiremos que dicho cerro es muy alto. Pero si lo comparamos con el Monte Everest, que es la cumbre más alta de la Tierra, concluiríamos entonces que el Saslaya no es tan alto. Uno de los ejemplos más hermosos de la relatividad de las cosas la encontramos en el pasaje evangélico en el que Jesús compara la ofrenda de la viuda con la de los ricos. Fue en la ocasión en que Jesús vio las ofrendas que depositaban los ricos en el templo, y vio también que una pobre viuda depositó dos moneditas. Esa observación le provocó el siguiente comentario: “Créanme que esta pobre viuda depositó más que todos ellos. Porque todos dan a Dios de lo que les sobra. Ella, en cambio, tan indigente, echó todo lo que tenía para vivir”. Es claro que Jesús en ningún momento dijo que unas eran ofrendas y que las otras no. Sí dijo, sin embargo, que la ofrenda de la viuda era mayor que las otras.

Así es el delito o la corrupción. Cuando existen, son lo que son, independientemente de su magnitud. Los funcionarios públicos deberían estar claros de eso, y dejar a un lado el intento absurdo de hacerle creer a la ciudadanía que los delitos cometidos por algunos personeros de este gobierno no son tales porque —según el Presidente— hubo delitos mayores en gobiernos anteriores.  

Editorial
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