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Nuevamente luto en Centroamérica

Federico Dueñas

La naturaleza nos muestra una vez más su incontenible poder, así como nuestra inmensa pequeñez e impotencia ante la fuerza de sus embates. Ahora le tocó, una vez más, a nuestra hermana nación de El Salvador. El sábado pasado, casi al mediodía, un terrible sismo de 7.9 ocasionó más de seiscientos muertos comprobados, más de mil desaparecidos y casi tres mil heridos, hay como quince mil damnificados y el pueblo de Santa Tecla, vecino a San Salvador, vivió momentos de pánico indescriptibles al erosionarse y derrumbarse la ladera de un cerro que sepultó a cientos de personas con todos sus humildes bienes. Lo hemos presenciado por la cobertura televisiva moderna.

El párrafo anterior no nos dice nada nuevo a quienes, gracias a Dios, sobrevivimos al inolvidable terremoto de diciembre del 72 en Managua. En aquel entonces hice un viaje obligado y urgente a El Salvador, donde pasé el 25 de diciembre, siendo atendido por don Domingo Meneses, honorable y sencillo caballero a carta cabal quien, apreciablemente sensibilizado por la desgracia que yo acababa de vivir y por el dolor y la tragedia del managua en general, me brindó todo tipo de apoyo y ayuda económica y moral en forma incondicional durante mi breve estadía en su país. Me invitó a la cena navideña en su hogar con la familia íntima, me dijo que estaba yo en libertad de compartirla con ellos. Si me sentía bien, les gustaría mucho tenerme con ellos. Si no me sentía de ánimo, lo comprenderían y respetarían mi ausencia. El caso es que no fui, sencillamente, porque ¡qué ánimo tenía yo para fiestas en esos angustiosos días!

El día 27, don Domingo me preguntó si acaso había oído fuerte tronar de cohetes en el vecindario la noche del 25, le respondí que muy pocos, a lo que me contestó, que efectivamente así había sido prácticamente en toda la ciudad y que ese relativo silencio era por demás elocuente (para ellos), que era una especie de tributo y solidaridad del pueblo humilde salvadoreño para con la muerte y el dolor de sus hermanos nicaragüense en desgracia. ¿Cómo?. Sí, me dijo, fijate que para el salvadoreño, para los niños pobres en particular, su única alegría del año y precisamente en la Navidad, consiste en tronar cohetes “como locos” durante toda la noche. Pero ahora no fue así, ahora estamos de luto por lo que pasó en Managua. Ellos, los niños, lo saben muy bien, están tristes y por eso respetan su dolor, pues también saben que en El Salvador, en cualquier momento podemos sufrir las mismas desgracias. Vivimos en una zona sísmica, ya hemos tenido dolorosas experiencias con los terremotos. Este hermoso espontáneo gesto de luto infantil hizo salir lágrimas de corazón. ¡No lo pude evitar!

Mientras el niño salvadoreño sensible se condolía del dolor del managua, absteniéndose de tronar sus anhelados cohetes de Nochebuena, en esos momentos, a lo largo de la carretera de Granada salían las “hienas” en todo tipo de vehículos hacia Managua, pero no a socorrer a sus hermanos en desgracia, sino más bien para ver qué saqueaban y robaban a sus indefensas víctimas heridas por el sismo. Algunos llegaron al inhumano extremo de hacer festín de la desgracia con el argumento de que, a lo mejor, ahora caída Managua, la capital del país regresaría a Granada. Así es de cruel la vida. Qué triste es la vida sin temor a Dios.

* El autor es Administrador de Empresas.  

Editorial
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