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Desde la Colina Vaticana:Nuestro renacer navideño

J. Dávila y Castellón

Es innegable que la navidad se ha comercializado demasiado; tanto, que en estas celebraciones nos exponemos a perder el espíritu de la misma; es decir, la visión de la fe, al vernos envueltos en la atmósfera de agitación producida gracias al vaivén que implica la compra de regalos, las visitas a familiares y amigos, como también los preparativos de fiestas, cenas, convivios o reuniones propios de la ocasión.

No queremos más que advertir sobre el riesgo de ser invadidos por lo puramente externo de las cosas materiales, por los obsequios, los ruidos o las pláticas intrascendentes, sin tomar en cuenta qué o a quién celebramos en Nochebuena… No puede haber Navidad para nosotros si Cristo no nace en nuestro corazón. La Navidad reclama un renacer espiritual, nuestro renacer navideño; no podemos echar en saco roto el mensaje del Niño Dios en el pesebre de Belén; ello equivaldría a celebrar el nacimiento de Jesucristo excluyendo a Aquel por quien supuestamente nos reunimos y alegramos o en cuyo honor ofrecemos presentes y comidas felicitándonos mutuamente. ¿Qué sentido tiene festejar el cumpleaños de alguien que brilla por su ausencia por no habérsele invitado a participar en la fiesta ofrecida en homenaje a su persona?, una situación semejante nos parecería ridícula, fuera de serie y merecería la crítica desfavorable o la censura de la gente sensata… Sin embargo, ¿no es exactamente lo que ocurre con Jesús en miles de hogares en la cena navideña? Se habla de todo, se ríe, se toma, se recuerda todo -a familiares y amigos ausentes o ya idos, momentos gratos o ingratos anteriormente vividos; pero a Jesucristo, el sentido de su venida al mundo, el amor de Dios…? ¿Cuánto y cuántos pensamos en la salvación traída por Cristo y en aceptar dicha salvación con una respuesta de conversión profunda de nuestra parte? ¡Qué ironía! No hay espacio para Jesús en la celebración de su Natividad… Y en la Fiesta sólo falta el Cumpleañero.

El Papa Juan Pablo II, Vicario de Cristo en la Tierra, nos ofrece la siguiente reflexión, muy a propósito para esta oportunidad: “La festividad de la Santa Navidad, ya tan próxima, en la que conmemoramos el nacimiento en Belén del Divino Redentor Jesús, me induce a detenerme unos instantes con vosotros para meditar sobre este acontecimiento histórico y decisivo, y sugeriros algunas directrices prácticas.

“La fe, basada en el relato evangélico, nos dice que Dios se ha hecho hombre, es decir, se ha introducido en la historia humana, no tanto para enfrentarse a ella, sino para iluminarla, orientarla, salvarla, redimiendo todas y cada una de las almas. Este es el sentido de la encarnación del Verbo, este es el auténtico sentido de la Navidad, fiesta de la verdadera alegría y la verdadera esperanza.

Comprender y aceptar el mensaje de la Navidad significa vivir la perenne contemporaneidad de Cristo. En el marco de nuestra historia de hombres inteligentes y libres, Jesús sigue siendo para siempre y para todos “la salvación”, es decir, la respuesta a los interrogantes más fundamentales que atormentan al hombre, la gracia para hacer frente al mal y vivir en la perspectiva de la eternidad. Guardad este sentido de la Navidad en vuestros corazones, en vuestras vidas, en vuestros ideales humanos y cristianos.

“El hombre contemporáneo, confuso ante tantas ideologías opuestas entre sí, abordado por tantos fenómenos dramáticos y dolorosos, tiene necesidad de saber con certeza que, a pesar de todo, hay para él esperanza y alegría, porque Dios se ha hecho hombre. Cristo se ha encarnado verdaderamente por nosotros y el Salvador anunciado por los profetas ha venido y se ha quedado con nosotros. Debemos creer en la Navidad vigorosamente, profundamente”, concluye diciendo el sucesor de San Pedro, S. S. Juan Pablo II.  

Editorial
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