Luego de más de 30 años de carrera, Carlos Vives (Santa Marta, Colombia, 1961) asegura que su música ha sido un acto de rebeldía. Un reto a la industria, al mercado y a quienes “despreciaban” los ritmos autóctonos de su país.
Lo dice en medio de un auditorio, la mañana del viernes 8 de noviembre, luego de compartir con cientos de adolescentes en una escuela secundaria de Miami, como parte de las actividades de los Latin Grammy, que se celebran este jueves en la ciudad estadounidense y en los que el cantautor es homenajeado como “persona del año”.
Antes de la entrevista, reiteraba las mismas palabras a los alumnos, algunos de ellos músicos a los que el cantante les habia donado becas e instrumentos junto a la Fundación Cultural de la Academia Latina de Grabación.
“No se olviden de su país, hay tantas historias por contar en sus comunidades”, les exhortó.
Y es que cuando América Latina se inclinaba por el pop y el rock, el ganador de 18 premios Latin Grammy y dos Grammy anglosajones se atrevió a mezclar estos géneros comerciales con la cumbia y el vallenato, sonidos nacidos en el Caribe colombiano, de donde él es oriundo.
La fusión, que comenzó en 1993 con el disco “Clásicos de la Provincia”, en el que reinterpreta vallenatos inmortales como “La Gota Fría”, compuestos por folcloristas colombianos, fue un éxito en ventas y catapultó su carrera en la escena internacional.
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Lo hizo con un sello local, Sonolux, después de que las grandes casas disqueras dudaran de que podría tener éxito.
En sus propias palabras, su hazaña le mostró a toda una generación de artistas que la música de “afuera” no era mejor que lo nacido en la compleja y culturalmente diversa geografía colombiana.
Desde entonces, Vives acumula más de una decena de discos, giras mundiales, los premios más importantes del mundo del espectáculo y colaboraciones con artistas de trascendencia similar como Shakira, Ricky Martín y Rubén Blades.
El cantautor se ganó el corazón de la audiencia con temas como “Pa´ Mayte”, “La tierra del olvido”, “Fruta fresca” y “Volví a nacer”.
Y también por su esfuerzo de impulsar proyectos sociales, de educación musical y medioambiente en su natal Santa Marta.
El cantante compartió unos minutos con BBC Mundo, en los que habló sobre su legado, trayectoria y el país que le regaló la música.
Hace 30 años, se pensaba que si yo quería proyectarme joven, no podía tomar el camino de la música colombiana. Si quería ser un artista colombiano, tenía que ser antiguo. Y si quería ser joven, tenía que hacer la música de otra parte que era exitosa entre ese público.
Pero quería ser yo mismo, quería ser colombiano.
Trabajé en la televisión y las historias que hice para la pantalla chica y el cine eran historias nuestras, muy costumbristas. Cuando llegué a la música, quise buscar esa identidad, pero entendiendo que yo no podía ser un folklorista.
Crecí escuchando la música de personas como Alejo Durán, quien era un juglar vallenato y sabía que había una diferencia con lo que yo quería hacer musicalmente. No podía decir que sería el nuevo rey del vallenato.
Yo quería hacer el “rock de mi pueblo”, no el rock inglés o el argentino. Quise buscar la modernidad a partir de mi identidad.
Valorar a mi país, y valorarme a mí mismo, hizo que la gente apreciara mi música. Los colombianos se sintieron orgullosos y llevaron mi música por el mundo.
No tenía la pretensión de ser famoso porque sí, sino el deseo de darle valor a la localidad y a los viejos músicos, a la herencia que nos habían dejado.
Estos premios a la trayectoria también nos recuerdan que el tiempo pasa. Me pregunto si alguna vez sentiste la presión de que hay que mantenerse joven para triunfar en la industria musical.
Uno tiene que aceptar la vida como es y ser artista hasta que se muera.
Siempre valoré a aquellos viejos que me quisieron cuando era niño. Hoy, que ahora soy yo más viejo, comienzo a mirar a los jóvenes y a sentir ternura. Pienso que debemos ocuparnos de ellos, no preocuparnos. Es así que uno le encuentra sentido a la vida.
Físicamente, uno no va a ser joven siempre. Pero la mente siempre puede ser joven. El joven no suele juzgar a los demás. Cuando tú comienzas a juzgar a la gente, eso es envejecer mal.
Creo que no se habla mucho de cómo es envejecer siendo un hombre. No sé si coincides y qué piensas de esto.
Yo tuve muchos amigos viejos. Los amigos de mi papá, que eran todos viejos, eran melómanos, musicólogos. Me crié con gente mayor. Luego tuve la suerte de llegar a Miami y los que me abrieron las puertas fueron Celia Cruz, Tito Puente y una generación que estaba de salida en la industria de la música.
Tal vez por mi experiencia, he querido ser un buen viejo.
Entiendo que mi papel es ser un viejo chévere. Tener un compromiso con las nuevas generaciones, con nuestros hijos, con nuestros nietos, con los muchachos de las escuelas como esta a la que vinimos a traer instrumentos.
Cuando uno se hace viejo, deja de pensar en uno. Contrario a cuando uno comienza, que tiene momentos de vanidad. Después entendí que eso no era lo mío. No escogí el camino de la música con la idea de ser famoso, sino de ser colombiano, contra todas las normas de la industria en su momento.
Hay una experiencia que tenemos las personas con un poco de más años que le puede ahorrar muchas penas y sufrimientos a las nuevas generaciones.
¿Cómo uno hace para mantener el amor del público por 30 años?
Porque mi pensamiento siempre fue joven.
Yo me volví rebelde porque veía cómo despreciamos lo nuestro. Veía cómo en la industria de la música se valoraba más las producciones en otros idiomas y tratábamos de cambiar la identidad de nuestros jóvenes. Había un desprecio por lo nuestro, así que mi música fue un acto de rebeldía. Ahora crecemos con nuestra identidad.
En un país como EE.UU., en el que se habla inglés, nuestra música ha sido muy importante. Llegó en momentos difíciles, con muchos prejuicios. El camino lo abrieron los cubanos, los puertorriqueños, dominicanos y mexicanos, luego colombianos, que convivieron con el norteamericano. Así es como se rompieron esos prejuicios.
Ellos abrieron el camino por nosotros y por eso ahora tenemos tantas oportunidades en la música.
Durante su carrera usted ha hablado mucho de la conexión que tiene la música con el territorio. ¿Qué distingue a la región del caribe colombiano, en donde usted nació y qué le aporta a la música esta zona geográfica?
En principio, cuando pensamos en el Caribe, uno piensa en Puerto Rico, Cuba o México, por la magia que esos lugares han sembrado en la música.
Pensamos que la música caribeña es la herencia afroantillana, la herencia cubana, la soca y el reggae. Es el Caribe que tenemos como cliché.
Cuando eres colombiano, te das cuenta que el Caribe es mucho más complejo.
Colombia es un país que se conecta con los Andes, con el Pacífico, pero que también es caribeño.
Y ese Caribe colombiano es andino, es indígena.
La cumbia, que nació en esta región, tiene de África, pero también de las comunidades indígenas. Además de todas nuestras formas hispanoamericanas, porque somos también españoles por nuestra lengua, por nuestras métricas en la música, porque nos llegó con la religión y transformamos muchos conceptos prehispánicos.
Hemos sido un revoltijo de culturas y así se expresa nuestro Caribe. Es diferente a muchos otros caribes, pero los contiene también.
Tenemos una identidad muy propia. Tenemos pueblos en las costas del Caribe y pueblos en las riberas de los ríos, como en el río Magdalena, donde nació la cumbia.
Hay mucha precariedad en el territorio del Caribe colombiano. ¿Qué podemos hacer para retribuir a un lugar que le ha entregado tanto a la cultura del país?
Esa es la tragedia. Es imposible que un artista que haya usado toda esa herencia, y que haya descubierto ese territorio, no trabaje por él.
Pasé muchas veces por el río Magdalena en Santa Marta, sin entender a los pueblos de pescadores que vivían sobre el agua. Sin entender que, como mencioné, esa era la cuna de la cumbia y que era parte importante de nuestra cultura. Una zona de tanta pobreza. ¿Por qué?
Es un paraíso que se encuentra al pie de la montaña más grande de Colombia, donde habitan los taironas, pero con un problema social inexplicable, violencia y guerrillas.
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Dañamos el delta del río con una carretera. Empobrecimos a esa cultura que nos dio la cumbia, la música y la identidad, y ahora vive en la miseria.
Mi sueño no es la política, ni liderar cosas, sino aportar con la música, crear consciencia sobre muchas de estas situaciones.
Quiero enseñarle a las nuevas generaciones su herencia.