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Personajes nicas con finales trágicos. LA PRENSA

Célebres personajes nicas que tuvieron finales trágicos

Asesinatos, demencia, soledad, intrigas, miedo y olvido rodearon los últimos días de estos ilustres nicaragüenses que tuvieron tristes destinos.

Rubén Darío con su traje de diplomático. ARCHIVO

Rubén Darío

La vida de Rubén Darío estuvo llena de éxito y reconocimiento, pero ni su estela de gloria lo salvó de sufrir un final trágico. Todo lo contrario. Su ilustre fama internacional convirtió su cadáver en blanco de una disputa macabra.

En los días finales de su agonía, menos de un mes antes de su fallecimiento, el poeta cumplió 49 años. Se hallaba de un humor insufrible, escandalosamente flaco, con las mejillas hundidas y el abdomen hinchado. Le asaltaban crisis de dolor y de furia y pensaba mucho en su testamento, pero también en las cosas que, de sobrevivir a su enfermedad, le habría gustado hacer.

“Me gustaría eso. Sería mi ideal. Nada de locuras. Serenidad, tranquilidad. Pocos y escogidos amigos y algún champagne para obsequiarlos. Y mis libros, y mis cosas de arte; pero nada de compromisos para escribir por obligación”, expresó cuando se hacía evidente que se acercaba el final.

En noviembre de 1915, su esposa Rosario Murillo había viajado a Guatemala —adonde Darío llegó por una invitación del dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera—, para traerlo a Nicaragua. El bardo ya estaba enfermo y en Managua pasó más de un mes atacado por calenturas, náuseas y hemorragias. El 7 de enero de 1916 lo trasladaron a León, donde moriría de cirrosis atrófica bajo los cuidados de su esposa y lejos de Francisca Sánchez, la española con quien tenía un hogar.

Darío falleció a las 10:18 de la noche del 6 de febrero y horas después comenzó la profanación de sus restos, cumpliéndose así la pesadilla que el poeta tuvo poco antes de su muerte. “Que he visto como descuartizaban mi cuerpo y que se disputaban mis vísceras. Sí, sí, así como lo oyen, se disputaban mis vísceras”, había dicho alterado en su agonía.

Según el reportaje El cerebro de Rubén Darío, de la revista Magazine, “para que el cuerpo perdurara tuvieron que sacarle las vísceras y después lo rellenaron de algodón. Lo embalsamaron”. Luego sus cercanos comenzaron a “repartirse” el cadáver. Se comentaba que el cerebro y el corazón serían para su médico y amigo Luis H. Debayle, pues Rosario Murillo, la viuda, le había prometido dárselos para ser estudiados. Además, uno de sus riñones se conservaría en el Museo de la Universidad Nacional. El resto sería enterrado.

En la madrugada del 8 de febrero su amigo Luis H. Debayle, acompañado por otros dos médicos, extrajo el cerebro de Darío, que pesaba 1,415 gramos y medía 18 centímetros de longitud por 15 de ancho. Pero llegó Andrés Murillo, hermano de la viuda, para reclamarlo. La acalorada disputa terminó con el cerebro en una estación policial, donde fue entregado a Rosario Murillo. A la fecha se desconoce su paradero.

Alexis Argüello, uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos. ARCHIVO

Alexis Argüello

El miércoles 1 de julio de 2009 Nicaragua despertó con la dolorosa noticia de que Alexis Argüello, tricampeón mundial de boxeo y considerado la mayor gloria deportiva del país, se había llevado un arma al pecho para dispararse en el corazón.

Meses antes, Argüello había ganado el cargo de alcalde de Managua en las elecciones de noviembre de 2008, consideradas el primer gran fraude del Frente Sandinista desde el retorno de Daniel Ortega al poder. Sin embargo, para cuando ocurrió su muerte ya era evidente que en la Alcaldía había un poder más grande que el del alcalde: el de Fidel Moreno.

El viernes 26 de junio de 2009, aprovechando que Argüello se encontraba en Puerto Rico asistiendo a la inauguración de un gimnasio que lleva su nombre, el Concejo Municipal convocó a una sesión extraordinaria que duró más de dos horas. El objetivo era modificar el presupuesto, crear dos nuevos distritos y darle más poder a Moreno.

“Con el nuevo organigrama, se le quitaron a Alexis la mayoría de sus atribuciones. Se estableció que el alcalde no podría supervisar el funcionamiento general de la Alcaldía, que solo Moreno tendría el poder para aprobar adquisiciones y que sería el secretario quien controlaría los siete distritos de Managua. Solo un concejal se opuso a las medidas. A Argüello le dejaron los programas sociales y deportivos y las relaciones públicas”, detalla el reportaje Alexis Argüello: aquel muchacho loco, de la revista Magazine.

Según Dora Argüello, hija del tricampeón, el domingo por la tarde su padre volvió a Nicaragua y el lunes tuvo un gran altercado con Moreno. “El lunes yo llegué a trabajar a la Alcaldía y me llamaron para decirme que mi papá se había agarrado a los golpes en su despacho, que hasta sillas quebradas había. Me dijeron ‘Dorita, su papá acaba de salir hecho un demonio’. Ya no lo vi. Lo comencé a llamar y ya no me contestó”, relató en 2017.

El martes Alexis no llegó a trabajar. El miércoles en la madrugada estaba muerto.

Nadie lo vio triste en esos días. Preocupado sí. Sus más cercanos dicen que había comentado que quería renunciar a su puesto. A la fecha las circunstancias de su muerte continúan despertando dudas, pues la versión oficial dice “suicidio”, pero sus más cercanos, entre ellos sus hijos Dora y Alexis Junior, continúan afirmando que se trató de un “asesinato”.

El poeta Julio Cabrales. ARCHIVO

Julio Cabrales

Julio Cabrales fue uno de los poetas nicaragüenses más importantes de la década de los sesenta. Y su único libro, Ómnibus, es una referencia obligatoria para los estudiosos de la poesía nacional. Todo lo logró en su juventud, antes de que una enfermedad mental, la esquizofrenia, redujera su prometedora carrera a una existencia llena de tragedia, olvido, soledad y miseria.

Hijo de un poeta, Luis Alberto Cabrales, y una ama de casa, María Venerio, nació en Managua el 4 de octubre de 1944. Fue el segundo de tres hermanos varones.

Desde inicios de los sesenta, cuando apenas tenía 16 años, su pluma ya era respetada en los círculos literarios nicaragüenses. Había comenzado a publicar poemas en La Prensa Literaria y pronto sus textos estarían en Cuadernos Hispanoamericanos de España, Mundo Nuevo de Francia y Alero de Guatemala, entre otras prestigiosas publicaciones, detalla un reportaje de la revista Magazine. Lo llamaban “el poeta precoz”.

En 1962, a los 18 años, ganó una beca para estudiar en España, donde encontró a amigos literatos nicas y se codeó con importantes figuras de la literatura española. Ahí vivió días felices escribiendo algunos de los mejores poemas de su carrera.

Una misteriosa enfermedad pescada en Europa lo obligó a regresarse a Nicaragua, donde en 1975 publicó Ómnibus.  Su tragedia empezó cuando le diagnosticaron esquizofrenia, condición que también padecería su hermano menor, Clarence.

En 1974 murió su papá; en 1983 su hermano mayor, Alberto, falleció en un accidente. Años más tarde murió su mamá y en 2009 su hermano Clarence salió de casa y nunca más volvió. El poeta perdió a toda su familia, además de la lucidez.

Cabrales quedó confinado a la soledad de la vivienda donde alguna vez fue feliz. Se convirtió en el personaje pintoresco de una esquina de la Carretera Norte, cerca del edificio Armando Guido, a media cuadra de su casa, adonde llegaba a mendigar para comprar café, cigarros y comida.

Murió en 2017, a los 73 años, cuando llevaba 21 días ingresado por neumonía en un hospital de Managua. Lo sepultaron sin honores, sin sacerdote y sin la acostumbrada presencia de escritores conocidos, en el Cementerio General de la capital.

Pedro Selva, mejor conocido como “el Bambino nica”. ARCHIVO

Pedro Selva

La vida de Pedro Selva, el Bambino nica, fue una secuencia de tragedias salpicadas por el éxito que tuvo como pelotero. Conectaba un jonrón cada 13.8 turnos al bate y fue el indiscutible rey del bateo en la década de los setenta, época de oro del beisbol amateur en Nicaragua. “El único de su generación en lograr la hazaña de conquistar el título de mejor bateador tres años consecutivos”, subraya el reportaje Al bate, Pedro Selva, publicado por Magazine en 2015.

Muchos recuerdan su grandeza y pocos su desgracia, producida por la misma fama que le hizo ganar dinero, elogios, premios y amores.

El 30 de enero del 74, cuando Selva tenía 30 años, Ofelia Traña, su pareja desde hacía ocho años, le disparó a matar en una calle de Jinotepe. La bala se le alojó cerca del corazón, pero el pelotero sobrevivió y levantó los cargos contra la madre de su hijo recién nacido. Él decía que ella era demasiado celosa y ella que él era un mujeriego.

Semanas después, el miércoles 20 de febrero, Selva se enteró de que su bebé de 40 días, sus hijastras (de 9 y 11 años) y Traña habían sido salvajemente atacados en la madrugada. Los niños estaban muertos, degollados, y Ofelia grave. Él encabezaba la lista de sospechosos, pues antes de desmayarse su expareja informó a los paramédicos que los dos atacantes le habían dicho que llegaban de parte de Pedro Selva.

El beisbolista se entregó a la Policía para colaborar con las investigaciones, mientras insistía, llorando: “No soy un asesino. Díganle al mundo que Pedro Selva es inocente”. Sí lo era, pero estuvo en prisión cinco días y tuvo que asistir escoltado al funeral de su bebé.

Al final, Ofelia confesó ser la autora del ataque a sus hijos. “Él era un ídolo, andaba con otras”, se justificó. “Ese día ya no aguanté… Comencé por la niña de en medio… luego la otra… luego el niño… ¡Quiero morir, quiero estar con mis hijos!”

Selva quedó libre de todo cargo y sospecha, pero todavía le esperaban algunas desgracias más. Lo aquejaban varios problemas de salud y en 1979 estuvo a punto de ser fusilado por el Frente Sandinista, acusado de colaborar con Somoza. Huyó del país hacia Honduras y volvió en 1990, más viejo, gordo y cansado.

“Enfermo, solo, sin dinero y sin casa, fue su fama la que una vez más le salvó de la desgracia. Desde su programa Doble Play, el cronista Edgar Tijerino organizó una colecta para ayudar a Selva”, narra Magazine. Con los 12 mil dólares reunidos, le compraron una casa en Jinotepe, pero su salud se había deteriorado sin remedio.

La artritis, la obesidad y las dolencias cardiacas que le aquejaron por años terminaron ganándole la partida. El 16 de febrero de 1998 falleció el Bambino nica, solitario en una cama del Hospital Lenín Fonseca. Tenía 54 años.

Carlos Martínez Rivas en una foto entrañable de Claudia Gordillo en su casa en Altamira. LA PRENSA/CORTESÍA DE CLAUDIA GORDILLO.

Carlos Martínez Rivas

Hay quienes consideran que la vida y la muerte de Carlos Martínez Rivas tuvieron ribetes trágicos, así como su obra. Ermitaño, huraño y bohemio como nadie, el segundo poeta más importante de Nicaragua, situado solo después de Rubén Darío, pasó sus últimos años deliberadamente hundido en el alcoholismo, entregado a la soledad y encerrado la mayor parte del tiempo en su casa, situada en Altamira, Managua.

 “Vivía, según dicen, despojado de toda posesión material y siempre al borde de la miseria. Este relato de pobreza autoimpuesta y aislamiento del orden social imperante a su alrededor tiende, sin embargo, a soslayar más de la mitad de su vida adulta, sus años como funcionario o como padre de familia y esposo, su vida fuera de la literatura”, comenta el joven escritor Carlos M-Castro en su texto Carlos Martínez Rivas: poeta en harapos.

En 1953, antes de cumplir 30 años, Martínez Rivas publicó el que sería su único libro en vida: La insurrección solitaria, a su regreso de Europa, donde vivió varios años luego de obtener una beca para estudiar en España. “Tras este poemario larga y hartamente celebrado sobre todo en los círculos especializados, el poeta se negó a enviar a imprenta su obra posterior y este silencio editorial —no obstante, interrumpido eventualmente en alguna revista o recital— contribuyó a alimentar ese mito insidioso de poète maudit (poeta maldito) que él mismo ayudó a inventar en torno a su figura”, señala M-Castro.

Los últimos que lo vieron vivo dijeron que el poeta murió solo y que prácticamente “se suicidó tomando licores de todo tipo durante casi 60 años en los que destruyó su hígado a trago limpio, en una vida congruente con el sufrimiento que marcó su existencia a partir del suicidio de su madre (ocurrido en 1951)”, dice el reportaje Entre el genio y la botella, de Magazine.  

Martínez Rivas estuvo casado con Esperanza Mayorga, madre de sus dos hijos, pero se separó por desamor y eligió quedarse solo. Al final solo lo acompañaban prostitutas, gatos y los contados amigos que lo visitaban en casa.

El 16 de junio de 1998 murió el poeta, a las 12:38 de la madrugada en el Hospital Bautista de Managua. Tenía 73 años. Su cirrosis estaba muy avanzada y los riñones le estaban fallando. Sufrió una embolia pulmonar y finalmente un infarto. Lo velaron en la Sala de Lectura del Recinto Universitario Rubén Darío de la UNAN-Managua, donde cuatro meses antes había recibido el doctorado honoris causa.

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