Capítulo 15
El 8 de febrero de 2023 a las 9:30 de la noche yo ya estaba dormido, cuando mi esposa, quien rezaba el rosario, se levantó, ya que la oficial a cargo de los custodios esa noche tocó la puerta del cuarto y le dijo que en la sala había un comisionado que me buscaba para llevarme a una entrevista. Regresando me despertó con la noticia y salí inmediatamente en pijamas, tal como lo había hecho el 25 de junio del 2021, el día que me arrestaron.
Al salir del cuarto, asustado, me encontré con el comisionado quien me dijo que me requerían para una entrevista y me aseguró que en tres horas me devolvería a mi casa, por lo que regresé al cuarto para cambiarme de ropa. Martha Lucía entró, me tomó las manos, diciéndome: “No tengás miedo, que presiento que esto es para algo bueno, ten fe”, y me pidió que me vistiera bien porque el comisionado le había dicho eso, mientras yo estaba en el cuarto buscando la ropa que me iba a poner.
Un momento de tensión fue cuando mi esposa me metió en la bolsa dos paquetes de medicamentos que estaba tomando para mi problema en la próstata y me dijo que el comisionado le había pedido que llevara consigo los medicamentos que me estaban administrando, lo que me hizo pensar que la “entrevista” no sería un asunto de tres horas, sino mucho más larga, posiblemente de varios días.
Pensando positivo, como me había pedido mi esposa, salí de mi casa sin ser esposado, bien vestido, con zapatos con cordón y con la idea de que me llevaban a un show mediático donde me pondrían en libertad después de firmar un documento en que me comprometía a no volver a participar en política; pero grande fue mi susto cuando la patrulla policial, al llegar a la Rotonda Universitaria, no giró hacia Managua, sino que siguió recto en la Pista Suburbana en dirección al Chipote, donde efectivamente me llevaron.
Ingenuamente pensé entonces que la entrevista estaba programada a realizarse en el Chipote, lugar donde tantas veces me habían interrogado y confieso que mi optimismo tuvo un descenso notable cuando el vehículo atravesó las puertas del Chipote y a mí me introdujeron a uno de los cuartos de visitas que da contiguo a la calle interna del penal.
En el cuarto había un preso político que no vestía el uniforme de reo, pero andaba con sandalias que es requisito en la prisión, los guardas no tuvieron inconveniente en que conversáramos, así que le pregunté su nombre y por qué estaba allí.
Se llama Allan Bermúdez, directivo de Ciudadanos por la Libertad (CXL), del departamento de Carazo, preso desde noviembre de 2022. Fue juzgado y condenado a 9 años de prisión en un juicio espurio el 2 de febrero, me contó que esa misma noche acababa de ser trasladado desde la cárcel departamental de Jinotepe al Chipote.
Luego sucedió algo muy inusual que contravenía totalmente el reglamento del Chipote: entró la jefa de operaciones, subcomisionada Johana Wilford con unos zapatos de cordón para Allan y se le llevó sus sandalias. Los zapatos de cordón son estrictamente prohibidos dentro del penal, porque los reos pueden usar los cordones para suicidarse, un aire de alivio me invadió: no nos pusieron bridas plásticas ni uniforme de reos, sino que íbamos de civil… no podía ser otra cosa que la libertad.
Pasaron las horas y hasta nos ofrecieron unos sándwiches y una coca cola pequeña. El cuarto donde estábamos Allan y yo tenía un baño y para nuestra sorpresa poco a poco, uno a uno, vimos desfilar a la mayoría de los reos que estaban entonces bajo arresto domiciliario, que seguramente estaban en otra sala, pero el solo hecho de verlos allí me alegró porque me ratificó los indicios de que algo grande iba a pasar esa noche.
En un momento de la larga espera a la “entrevista” se escuchó afuera el ruido de motores de unos buses y los custodios nos esposaron con bridas plásticas, pero más tarde entró al cuarto el jefe de la Dirección de Auxilio Judicial (el Chipote), comisionado general Luis Alberto Pérez Olivas y para mi sorpresa, ordenó a los custodios que nos quitaran las bridas.
Seguimos esperando las entrevistas, hasta que se abrió la puerta del cuarto donde estábamos y nos ordenaron salir del cuarto y para mi grata sorpresa nos trasladaron a un salón más amplio donde estaban los otros reos que estaban bajo arresto domiciliario y que había visto pasar al baño del cuarto donde nos mantenían a Allan y a mí.
Allí estaban: Víctor Hugo Tinoco, Jaime Arellano, José Pallais, Mauricio Díaz, Arturo Cruz, Noel Vidaurre y Edgard Parrales, todos vestidos de civil y con sus bolsitos de medicamentos, lo que me hizo suponer que esa noche seríamos trasladados o puestos en libertad.
En el salón grande privaba un ambiente relajado y optimista, que se acentuó cuando por una puerta abierta que daba hacia el pasillo, vimos pasar a mi hermana Cristiana y a María Fernanda Alemán, que en dos momentos visitaron —separadamente— el baño del cuarto donde habíamos estado inicialmente Allan y yo. Esto me confirmó que habían concentrado en el Chipote a todos los prisioneros que estábamos bajo arresto domiciliario; algo grande estaba a punto de suceder.
Cuando finalmente llegó el momento, serían como las 3:00 a.m. del 9 de febrero, nos pusieron las bridas de nylon y nos ordenaron abordar el autobús #4, de 5 que estaban aguardando en la calle interna del Chipote con los motores encendidos, y entonces me di cuenta que los estaban abordando todos los otros presos políticos que estaban recluidos en el Chipote.
Los buses rusos tenían cortinas negras cubriendo las ventanas de cada costado y despedían el típico olor a diésel crudo, mientras durante largos y angustiosos minutos sus conductores esperaban —con motores encendidos— ya con todos los prisioneros a bordo, que llegara la orden de salida.
No sabíamos cuál sería nuestro destino, pero en el salón donde podíamos conversar, especulábamos que íbamos a ser trasladados a un show mediático en la Casa de los Pueblos o en los Juzgados de Managua, donde seríamos puestos en libertad por un indulto presidencial después de firmar algún documento.
Una vez que nuestro bus arrancó, durante todo el trayecto Noel Vidaurre, quien iba sentado en el primer asiento junto a una oficial de la Policía trataba de mover la cortina un poco para tratar de reconocer, en medio de las luces de la madrugada de Managua, el sitio hacia dónde nos llevaban. La oficial, por su parte, volvía a cubrir la ventana con la cortina negra y yo desde el segundo asiento del bus secundé el forcejeo que tenía Noel con la oficial, aparte de que podíamos ver un poco por el vidrio delantero del conductor.
A eso de las 4:00 de mañana pasamos la Casa de los Pueblos y los Juzgados, dirigiéndose la caravana de buses y vehículos policiales que los escoltaban hacia Carretera Norte. Fue cuando mi optimismo de que nos iban a liberar se empañó con la idea de que el traslado podría ser hacia la cárcel La Modelo de Tipitapa, porque para decir verdad, jamás imaginé que el destino inmediato era el Aeropuerto Internacional de Managua y que todos íbamos a ser expatriados a Washington esa madrugada.
Esto me quedó claro cuando los buses que iban adelante del nuestro entraron al portón de la Fuerza Aérea y se detuvieron. Al cabo de unos minutos de angustiosa espera, entró un oficial con un sobre de manila y nos dijo más o menos lo siguiente, que “el Gobierno nos iba a dar una oportunidad de viajar a los Estados Unidos con gastos pagados, pero teníamos que firmar un documento”. Eran como las 4:30 de la madrugada.
Acto seguido, fue leyendo uno a uno los nombres de los pasajeros del bus y entregando un documento que extrajo para que cada quien lo fuera firmando.
Los pasajeros del bus ruso teníamos dos opciones: o firmábamos y nos trasladamos a los Estados Unidos en libertad, o nos quedábamos presos, ya fuera en el Chipote o en La Modelo. Sin pensarlo dos veces, firmé el documento y bajé del bus dirigiéndome a la pista donde tuve una agradable sorpresa cuando encontré y abracé a mi amigo Lance Hegerle, el segundo a cargo del escritorio para Centroamérica en el Departamento de Estado de EE.UU.
En el 2021 Lance había servido en la Embajada de Nicaragua como agregado político y ahora había sido destacado para liderar —junto con un selecto equipo de nueve funcionarios— la misión secreta de trasladar a 222 prisioneros políticos en un avión con destino a Washington.
Sobre el asfalto, diplomáticos de los Estados Unidos habían colocado una caja grande de madera con los pasaportes nuevos de cada uno de nosotros, cuyos nombres estaban escritos y pegados a los pasaportes, ordenados alfabéticamente, para ser encontrados con mayor facilidad.
Cuando le llegó el turno a mi primo Noel Vidaurre, inicialmente no quiso abordar el avión y preguntó a Lance si él podía quedarse en Nicaragua bajo el mismo régimen en que estaba, es decir, bajo arresto domiciliario, a lo que Lance le respondió que tendría que hacer la consulta a través de funcionarios de la Embajada de los Estados Unidos con la vicecanciller, quien era el contacto operativo de parte del Gobierno de Nicaragua.
La consulta se realizó y transcurrió media hora sin que llegara la respuesta, seguramente mientras “subía” hacia El Carmen, hasta que de pronto vino una respuesta inesperada cuando Noel fue sujetado del brazo por uno de los policías de uniforme negro, mientras otros tres lo rodeaban, “acompáñenos, usted está bajo arresto y va para La Modelo”, le dijo el oficial, pero viendo lo que estaba a punto de suceder, Lance lo sujetó del otro brazo y le dijo al oficial: “No, Este está bajo la protección del Gobierno de los Estados Unidos ahora, y se va en el avión”. Hubo un forcejeo, hasta que el oficial lo soltó y Noel Vidaurre se fue raudo a montar en el avión.
Los pasaportes no fueron entregados allí, sino al bajar en el aeropuerto Dulles, de Washington, era solo para verificar la identidad de cada uno de los pasajeros y cotejarla con una lista que andaban. Luego nos ponían un cintillo de color en la muñeca y procedíamos a ir a abordar el avión que era un Boeing 767 300ER (rango extendido) de la empresa chárter Omni Air International, fletado por USAID para la operación.
El avión de fuselaje ancho había volado desde la base naval de Norfolk, Virginia, a Managua y sin reabastecer combustible emprendería el regreso, esta vez al aeropuerto internacional de Dulles, Washington.
Era un avión muy grande para solo los pasajeros que transportaron los buses del Chipote. Al abordar y abrazarme con algunos compañeros que estaban en prisión, con mi hermana Cristiana y mis primos-hermanos Juan Sebastián Chamorro y Juan Lorenzo Holmann Chamorro observé que el avión se veía vacío. Pero poco a poco se fue llenando con otros presos políticos que fueron llegando de la cárcel La Modelo de Tipitapa y de otros centros penales de los departamentos.
Hegerle nos dio la bienvenida a bordo y de hecho a los Estados Unidos, fue cuando Mike Healy tomó el micrófono y nos pidió a todos que nos sentáramos porque si no el avión no podía despegar, ya que habían muchas personas conversando animadamente en los pasillos, porque se trataba de la primera vez en mucho tiempo que nos veíamos y podíamos hablar.
Me senté con mi hermana y Juan Lorenzo en una fila de en medio, cuando se acercó la alta funcionaria del AID, Mileydi Guilarte, y nos tomó la famosa foto a los tres. Cuando el avión ya había despegado la envió, la foto rápidamente se volvió viral y le dio la vuelta al mundo.
Apenas había salido el sol, serían como las 6:30 a.m. del 9 de febrero de 2023, cuando el 767 de Omni Air International del “Vuelo 222 a la libertad” se desplazó raudo sobre la pista. Por la ventana grabé en mi memoria el último paisaje que tendría de mi patria por un largo tiempo: el volcán Masaya humeante. Un sentimiento agridulce me invadió al saborear la libertad, a cambio del destierro y la apatridia.
Mientras el avión corría sobre la pista, con gran devoción y armonía, entonamos a una sola voz, el Himno Nacional de Nicaragua.
Esa noche, antes de marcharse el turno de los 4 policías asignados a mi casa, se despidieron muy emocionados y contentos de mi esposa, quien los abrazó y les agradeció su buen trato. De igual forma ellos le agradecieron el buen trato que siempre recibieron de ella y le entregaron las cuatro sillas y la mesa que habíamos puesto a su disposición, tanto dentro como fuera de la casa. Ya no fueron relevados.
Como a eso de las 6:40 de la mañana, mi esposa Martha Lucía, quien no había dormido en toda la noche desde que me llevaron a la “entrevista”, recibió en su celular la foto de los tres Chamorro en el avión. Así pudo comprobar que era real porque yo aparecía con la misma camisa con que me vio salir de la casa la noche anterior. Luego se arrodilló y le dio gracias a Dios, mientras lloraba de felicidad por mi libertad.
Al llegar a los Estados Unidos donde me iba a reencontrar con tres de mis cuatro hijos, quienes habían sufrido en la distancia la gran injusticia que yo había padecido, me quedó la tristeza y el sabor amargo de dejar en Nicaragua a mi esposa, mi hijo, mi madre, parientes y amigos, y la tierra que me vio nacer, sin saber cuándo la volvería a ver.
Hubo emoción y lágrimas que secará el tiempo en aquel reencuentro familiar, primero en el Hotel Westin donde nos llevaron a todos luego de pasar los trámites migratorios en el aeropuerto de Dulles, allí me abracé con mi hija Mariandrea, quien me esperaba emocionada junto con su esposo Javier Argüello y sus dos hijos pequeños, Victoria y Rafael.
Ya en su casa en Maryland las fuertes emociones y las lágrimas continuaron fluyendo cuando llegó mi hija Valentina, quien, al enterarse de mi liberación, tomó el primer avión desde Phoenix, Arizona, donde vive, hacia Washington; y mi hijo Pedro Joaquín y su novia Sarah Mermer, quien llegó conduciendo esa noche desde Stamford, Connecticut, hasta la casa de Mariandrea en Maryland, donde tuvo lugar el emocionante reencuentro familiar parcial.
Era el comienzo de una nueva etapa en nuestras vidas y de mi segundo exilio en este gran y noble país, al que irónicamente llegaba forzado por las mismas personas que provocaron mi primer exilio en la década de los 80 y que nuevamente se han atornillado al poder. Ellos gobiernan el país como si fuese su propia finca privada, proclamando como el monarca francés Luis XIV, pero en pleno siglo XXI: “El Estado soy yo”.
Epílogo
Ha transcurrido más de un año desde que fui declarado “traidor a la patria” en una nueva sentencia, emitida previo a ser desnacionalizado y expatriado hacia los Estados Unidos de América, donde finalmente he escrito mis memorias de la triste, dura e injusta experiencia que me tocó vivir desde el 25 de junio del 2021 en que fui arrestado, hasta el 9 de febrero de 2023, día que recuperé mi libertad.
Desde entonces, la pareja dictatorial con pretensiones monárquicas, ha acelerado su devenir autoritario, encarcelando y luego expatriando a 34 sacerdotes católicos, entre ellos a dos obispos, monseñor Rolando Álvarez y monseñor Isidoro Mora y han convertido su caprichosa decisión de quién puede vivir o no en Nicaragua en una política de Estado, dejando fuera del país y de su arraigo a cientos de familiares de los ex presos políticos ahora en el exilio.
También dejó en estado de apatridia a 317 ciudadanos nicaragüenses en violación a la Constitución y a la Convención sobre el Estatuto de Apátridas de 1954, del que Nicaragua es signatario, confiscando arbitrariamente sus bienes. Como si eso fuera poco, ha desarticulado a miles de organizaciones de la sociedad civil, confiscando sus bienes.
Sobre mi experiencia en prisión aprendí las siguientes lecciones de sobrevivencia: el amor de la familia y amigos que me mantuvo con la moral alta y la esperanza en los días más oscuros; la cercanía con nuestro Señor Jesucristo que uno busca más cuando las cosas están más difíciles, y la solidaridad humana mutua entre mis compañeros de prisión; también me apoyé mucho en el pensamiento y el legado de mi padre, Héroe Nacional, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, y de mi madre, Violeta Barrios de Chamorro, la Presidenta de la Paz, a quienes a menudo recordaba en procura de fortaleza y esperanza.
Y aunque los destinos no se heredan literalmente, los genes, el ejemplo, los principios y todo el legado de nuestros padres y abuelos que lo moldean, sí son hereditarios.
Nunca imaginé en mi vida que volvería a cantar el Himno de la Compañía de Jesús que tantas veces escuché durante mis siete años de internado en el Colegio Centro América de Granada, ni escuchar diariamente en latín el Avemaría de Schubert y otras canciones religiosas, interpretadas magistralmente por del exseminarista, exguerrillero sandinista y compañero de celda, Víctor Hugo Tinoco.
Lo cierto es que todas esas sublimes canciones cristianas de mi infancia, más el infaltable Cantemos al amor de los amores, que cantaba en coro doquiera que estuve, ya fuera en compañía de Víctor Hugo, Hugo Torres o José Adán Aguerri, me ayudaron a sobrellevar la pesada carga emocional de la prisión, así como la diaria oración y plegaria de mañana y tarde.
Esa pesada carga emocional permanente no solo la sufre el reo, que ve escapar los días, semanas, meses e incluso años de su vida de la manera más triste e intrascendente, sino que la pena es transferida a toda la familia que sufre el cautiverio de su ser querido. Entonces hay que buscarle algún sentido a los designios de Dios, a nuestro destino.
Desde el punto de vista político, la cárcel amalgamó a la oposición porque constituyó un punto de encuentro, aunque aún es temprano para ver los frutos, pero ya vendrán.
Ha quedado claro ante el mundo que la pareja dictatorial no tiene ideología, solo un disfraz de izquierda tras el que esconde su afán de control totalitario para perpetuarse en el poder y heredarlo, a cualquier costo.