Cuenta la historia que en 1990, en Managua, las autoridades de la Universidad Centroamericana (UCA), reconocieron como un “mérito histórico” de Daniel Ortega, entonces presidente saliente de Nicaragua, el gesto de “bajarse del poder” por las “buenas”.
Recién habían pasado las elecciones generales del 25 de febrero y Ortega, bautizado por su equipo de propaganda como el “Gallo Ennavajado”, acababa de recibir una derrota estrepitosa en las urnas ante la candidata de la Unión Nacional Opositora, Violeta Barrios de Chamorro.
Dolido y furioso, Ortega aceptó los resultados, no sin antes advertir que iba a “gobernar desde abajo”.
Origen del “Bachi”
Aquella amenaza al nuevo gobierno pasó desapercibida por la UCA y el 27 de julio de 1990, Ortega recibió la distinción Honoris Causa de manos del rector y sacerdote jesuita César Jerez, quien quizás nunca estimó que junto al reconocimiento le estaba encajando un apodo que le duraría décadas al dictador: “Bachiller”.
Por razones y estilo universitario, el diploma a Ortega se le entregó en su grado de “Bachiller”, máximo grado académico alcanzado por el dictador.
Antes habían estudiado Derecho durante un poco más de un semestre en la UCA, pero no concluyó sus estudios por asaltar bancos, ejecutar guardias y otras actividades subversivas de la época.
Por ello en los círculos políticos, incluso dentro del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), sus compinches se burlaban en privado llamándolo el “Bachi”.
El “comandante”
Antes de su derrota y de su mote el “Bachi”, a Ortega se le conocía como el “comandante”, por el grado militar honorífico de Comandante de la Revolución, otorgado por la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional en resolución publicada en Barricada, el órgano oficial del FSLN, el 3 de septiembre de 1979.
Posteriormente, el Decreto número 429 publicado en La Gaceta número 128 del 7 de junio de 1980 fijó la “Ley Creadora de los Grados de Honor, Cargos y Grados Militares” y se oficializó el grado de “comandante” en diferentes modalidades, de modo que había “comandantes de la revolución” y “comandantes guerrilleros”.
Es decir, decirle “comandante” a Ortega no era un elogio exclusivo sino un nombramiento de poder compartido entre nueve hombres que, entre ellos mismos, se ponían apodos y se burlaban en secreto unos de otros.
A Ortega, por sus malos dotes de orador, de hablar lento y desarrollar sus ideas frase a frase, se le burlaban como “Comandante Tiro a Tiro”, según confesiones de antiguos compañeros suyos de poder que luego se pasaron al otro lado de la acera política.
Sin embargo, poco a poco y conforme el poder se fue apoderando de Ortega, el alias de “comandante” se le fue reconociendo exclusivamente a él en la medida que tomaba protagonismo en el FSLN hasta llegar a 1990, cuando ya no había más “comandante” en Nicaragua que él.
Otras variantes del “comandante”
Con los años, ya aferrado a sus ansias de poder y adueñado del FSLN como organización familiar, los medios y la crítica le fueron modificando el “comandante” a otras variaciones menos respetuosas como, por ejemplo, “Mico-mandante”.
La edad, que nada perdona, le llegó a Ortega atornillado al poder desde 2007 y debido a su progresivo declive físico que lo ha ido tornando en un hombre enclenque a sus 78 años, la ciudadanía se empezó a burlar del antiguo “comandante” y lo rebautizó como el “coma-andante”.
Es decir, un hombre en estado de coma que, sin embargo, sigue andando en su senda de destrucción de la sociedad y democracia de Nicaragua.
Nadie se escapa de la burla social
¿Por qué son tan comunes los sobrenombres en Nicaragua? Según Carlos Mántica, en su obra El habla nicaragüense, la cultura popular simplifica lo complejo y crea etiquetas sociales para distinguir a unos de otros.
Según la Real Academia Española, un apodo es un “nombre que suele darse a una persona, tomado de sus defectos corporales o de alguna otra circunstancia”.
Los apodos forman parte de la cultura popular nicaragüense y esa capacidad creativa se desarrolla, sobre todo, a partir de experiencias, gestos o actos de gran impacto social.
Mántica se refiere a que el nicaragüense usa apodos de modo “inmoderado” así como las abreviaciones afectivas e “hipocorísticas”.
“Raro es el nicaragüense a quien se le llama por su nombre de pila y nada raro que se le conozca solo por su seudónimo o apodo”, explica Mántica en su obra.
El autor pone como ejemplos a Félix Rubén García Sarmiento y Augusto Nicolás Calderón, ambas “figuras cumbres de nuestra historia”, mejor conocidos como Rubén Darío el primero y Augusto César Sandino el segundo.
Presidentes e ídolos marcados por apodos
Según Mántica en su libro, hay quienes se toman a gracia los apodos y otros quienes se ofenden, pero señala que casi nadie en Nicaragua puede salvarse de adquirir un apodo en algún momento de su vida.
En muchos casos, señala que el sobrenombre encajado adquiere popularidad en la medida en que la sociedad acepta el referente simbólico que se le atribuye a la persona “marcada” por el apodo.
A Alexis Argüello, por ejemplo, se le llamaba con respeto el “Flaco Explosivo”, con cariño el “Caballero del Ring” y con solemnidad el “campeón del pueblo”, tras su muerte en sospechosas y turbias circunstancias cuando se le reveló al FSLN como alcalde de Managua.
A Anastasio Somoza García, el padre de la dinastía Somoza se le conoció popularmente como “Tacho Viejo” y el “Caimán”, por una canción de moda llamada “Se va el caimán”, que la opinión pública relacionó con su voracidad por los bienes públicos y el poder económico, así como por el anhelo de que se fuera del poder.
Al ex presidente Arnoldo Alemán en su momento se le apodó “Rotoldo” por sus políticas públicas de promover “rotondas” en la capital y más tarde “Gordoman” por su sobrepeso y “Tamalón” por las abundantes denuncias de corrupción, ya que en Nicaragua a los ladrones se les llama “tamal”.
El “Churruco” Bolaños
Y al ingeniero Enrique Bolaños, presidente de Nicaragua entre 2001 y 2006, se le apodaba el “Churruco”.
El apodo le vino de un artículo publicado el 15 de enero de 1984, como presidente del Consejo Superior de la Empresa Privada, titulado “Las elecciones como el béisbol”.
Ese año el “comandante” Daniel Ortega buscaba convertirse en presidente de Nicaragua por primera vez, mientras el FSLN controlaba todos los poderes públicos, incluyendo al árbitro electoral.
El artículo de Bolaños comenzaba así: “Hace muchos años, cuando en el juego de béisbol no disponíamos más que de un solo juez quien se paraba detrás del pitcher y a él y solo a él le tocaba cantar las bolas y los strikes, servir a la vez de juez de primera, de segunda y de tercera, existía un famoso juez granadino (a lo mejor masaya) apodado, si mal no recuerdo el ‘Churruco’”.
“Bueno, pues este Churruco, cuando por cualquier motivo decidía hacerle ‘el lado’ a uno de los equipos, corría de su posición detrás del pitcher hacia primera, gritándole al bateador que acababa de batear: ‘Ni corrás que sos out’. Y efectivamente era out. Se alegaba que esta era una decisión de apreciación del juez y por lo tanto no se aceptaban los alegatos de protesta…”
Al final, Bolaños desarrollaba su idea sobre el argumento de que en Nicaragua, en aquel año 1984, el FSLN actuaba como aquel juez que beneficiaba a un bando del béisbol para darle la victoria. Y desde entonces, a Enrique Bolaños se le bautizó el “Churruco”.
El “Moclín”
En este caso a Ortega se le reconoce con un alias terrible desde 1998: el “Moclín”.
Ese año Zoilamérica Ortega Murillo, la hija mayor de Rosario María Murillo Zambrana, denunció a José Daniel Ortega Saavedra, su padrastro, de abusar sexualmente de ella durante años.
La denuncia estalló como bomba política en Nicaragua y solo la férrea defensa de Rosario Murillo (que antepuso a su pareja a la denuncia de su hija), más el control del FSLN sobre el sistema de justicia, impidieron que Ortega pagara sus delitos en prisión.
Si bien se libró de la cárcel por la absolución de una juez sandinista, Juana Méndez, Ortega no se libró del castigo social y desde aquella época se le encajó con desprecio, en los medios de comunicación y círculos políticos, como el “Moclín”.
La palabra “moclín”, según la Real Academia Española, se define en corto como “violador de mujeres, generalmente niñas”.
La “Chayo”
Existe gran variedad de apodos y algunos pueden nacer ya sea de alguna circunstancia, situación o aspecto físico.
“De Chombo Pérez a Tacho Somoza, gobernantes u obispos, ministros o barrenderos, han estado igualmente sujetos al trato confianzudo o cariñoso del pueblo”, dice Mántica.
También existen los famosos diminutivos o “hipocorísticos”; aunque no son exactamente lo mismo, funcionan como apodos y vienen a reemplazar el nombre de pila de una persona.
Por ejemplo, en los nombres como Socorro, “Coquito”; Juana “Juanita” o Carlos “Carlitos”.
En algunos casos los hipocorísticos llegan a deformar por completo el nombre, tal es el caso de los nombres como: Francisco, “Pancho”; Leonardo, “Leo”; María José, “Maché”; Mercedes, “Meche”; Josefa, “Chepa”; Concepción, “Conchita”; Rosario, “Chayo”, entre otros.
Siempre con Mántica y su obra, éste señala que el estudio de los nombres y apodos femeninos presenta una segunda característica “muy castiza, cacofónica y de pésimo gusto: la costumbre de anteponer al nombre el artículo la”.
Así explicado el fenómeno, resulta común encontrarse que en Nicaragua los apodos femeninos vayan antecedidos del artículo La, como es el caso de Rosario Murillo, quien a secas se le dice la “Chayo”.
“De la Compañera a la Chamuca”
Rosario Murillo es quizás, en comparación a cualquier otra persona en Nicaragua, la mujer que más atrae apodos de todo tipo.
Entre los nombramientos oficiales de “vicepresidenta” y “compañera” entre la militancia sandinista, hay quienes la llaman “la poeta” en su círculo de aduladores, pero a Murillo le sobran los apodos despectivos en la sociedad nicaragüense y más allá de las fronteras.
Por ejemplo, para la prensa internacional no ha pasado desapercibido el sobrenombre popular la “Chamuca” con el cual se le conoce a Murillo en Nicaragua por su afinidad a las prácticas esotéricas y las ciencias ocultas.
Si bien la RAE no reconoce “Chamuca” como palabra oficial del español, el diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua ubica en México y Nicaragua el término “Chamuco” como sinónimo de “diablo” en la cultura popular.
El Chamuco desde el cristianismo
Según el cristianismo, el Diablo es un ser sobrenatural maligno, adversario de Dios que busca la destrucción de los hombres; en el Nuevo Testamento se identifica a este ser con el Satán hebreo del Libro de Job, con el Diablo del Evangelio de Mateo, con la serpiente del Génesis y con el gran dragón del Apocalipsis, todos como un solo personaje.
Más allá de ello, algunas corrientes de brujería moderna consideran que la figura del Chamuco se ha tomado de la figura del demonio como rey pagano de los brujos y la santería.
Pues bien, en Nicaragua a Murillo, además de la “Chayo”, “la compañera” y “la poeta”, también se le conoce como la “Chamuca”.
Ahora, en el círculo de sacerdotes y católicos nicaragüenses, sobre todo desde el exilio y el destierro al que los ha obligado el régimen sandinista, a Rosario se le bautizado con el mote de “Jezabel”.
Jezabel era una antigua y cruel reina de Israel, de origen fenicio que estableció el culto a los dioses del mal Baal, Asherah y El durante su mandato conjunto con Acab, injuriando gravemente a Dios; fue arrojada desde los muros de su palacio por sus propios sirvientes, según cuenta el antiguo testamento, hartos de su opresión y costumbres exageradamente libertinas.
A Ortega, por su parte, ya lo llaman en los círculos católicos como “el anticristo”, tal y como lo mencionó el 31 de diciembre de 2023, monseñor Manuel Eugenio Salazar Mora, obispo de Tilarán, Costa Rica, en respuesta a los ataques del régimen sandinista contra los sacerdotes secuestrados en esas fechas y desterrados este año a Roma.
Murillo, una fábrica de apodos
En su papel de vicepresidenta designada por el Poder Electoral bajo el control de su régimen, Murillo ha asumido el oficio de vocera oficial del régimen y desde ese rol se ha encargado de emitir discursos de odio en los cuales genera insultos, amenazas, groserías y apodos a todos los sectores que le adversan.
De su boca furibunda han salido los apodos de “vampiros”, “chingastes”, “minúsculos”, “vandálicos”, “puchitos” y otros contra la oposición, a quienes Murillo achaca los crímenes y abusos imputados y verificados a su régimen desde las protestas del 18 de abril de 2018.
Del otro lado, la sociedad nicaragüense desde las redes sociales y las familias nicaragüenses en sus círculos más íntimos se burlan de Murillo y le cargan todo tipo de apodos, desde los más hilarantes como “Sobaco Peludo” hasta los más grotescos y sombríos como “Asecínica”, que es una combinación de “asesina” y “cínica”.