Si visitas Bridgeview, en las afueras de Chicago, te podrías olvidar de que estás en Estados Unidos.
La localidad ha sido conocida durante años como la “pequeña Palestina”, y es el hogar de una vibrante y muy visible comunidad palestina, una de las mayores en EE.UU.
A medida que conduzco por el lugar, me fijo en muchos restaurantes y tiendas con sus nombres escritos en árabe, mientras que banderas palestinas cuelgan desde algunos balcones.
También veo varias vallas que piden un cese al fuego en Gaza.
“Me siento muerto”
Aunque los 18,000 miembros de esta comunidad palestina se encuentran a miles de kilómetros de su patria, están lejos de sentirse inmunes a la guerra en Gaza.
El pasado octubre, Wadea al Fayoume, un niño palestino de 6 años, fue apuñalado 26 veces por el dueño de la residencia en la que vivía. Su brutal asesinato generó horror por todo el mundo.
El sospechoso, un casero de 71 años, actualmente está siendo enjuiciado por asesinato y crímenes de odio.
El padre de Wadea, Oday al Fayoume, sigue en estado de shock. No ha podido derramar una lágrima por la pérdida de su hijo único.
“Todavía lo veo y escucho su voz”, me revela Oday, con un tono cargado de dolor.
Cuando le pregunto cómo está lidiando con la situación, su respuesta es breve y desgarradora.
“Puedo parecerle que estoy vivo, pero en lo más profundo de mí soy un hombre muerto”.
Aún en medio de esa pérdida, Oday dice que su dolor no es nada comparado a las tragedias de tantos padres en duelo en Gaza.
Más de 24,000 palestinos, la mayoría civiles, han muerto bajo el bombardeo israelí, según el Ministerio de Salud de Gaza, administrado por el grupo Hamás.
La descomunal campaña israelí de bombardeo e invasión terrestre de Gaza empezó en respuesta al ataque de milicianos de Hamás contra Israel, el 7 de octubre, en el que mataron a por lo menos 1,200 israelíes y tomaron unos 240 rehenes.
“Viviendo atemorizada”
Tras el inicio de la guerra, Laila Gaber, que nació en EE.UU., puso una valla en su jardín con las palabras “Palestina libre”.
Poco después, recibió amenazas de muerte en dos cartas separadas. Los mensajes le advertían de retirar la valla o sufrir las consecuencias.
Laila, una madre de tres, me dice que ya no confía en la gente como solía hacerlo.
Le entregó las cartas a la policía, pero todavía no hay información de quién podría estar detrás de las amenazas.
“Me pregunto si fue alguien cerca de mí en la estación de gasolina, alguien a quien saludé en la mañana o alguien que está con mis hijos en la escuela”.
Ha tenido que cambiar su rutina y eso no le gusta.
“El mayor cambio es no poder salir cuando quiero. Algunas veces, me imagino que esa persona se llevará a uno de mis hijos en venganza”.
Explica cómo le ha enseñado a sus hijos algunas técnicas de autodefensa.
“Les dije, si ven a alguien tratando de hacerme daño no traten de salvarme, sino corran de vuelta a la casa”, me cuenta, aguantando las lágrimas. “No debería ser paranoide y no debería estar viviendo atemorizada”.
Laila señala que no ha experimentado este nivel de odio desde los ataques del 11 de septiembre de 2001, en los que al Qaeda mató a más de 2,500 personas en suelo estadounidense.
Le entristece ser blanco de amenazas por ser “árabe, musulmana o llevar un velo”.
Solidaridad y apoyo
Sin embargo, los palestinos de Bridgeview y otros suburbios aledaños no están solos.
“Las manifestaciones pro palestinas han sido las más grandes que se han visto en Chicago”, afirma Hatem Abudiay, presidente nacional de la Red Comunitaria Estadounidense-Palestina, que ha estado muy activa organizando estas congregaciones.
“Muchas comunidades asiáticas, latinas, africanas y aborígenes siempre han estado del lado del pueblo palestino”, añade.
“Contamos absolutamente con su solidaridad, sabemos que no podemos ganar nuestra batalla solos”.
Khaled es dueño de un restaurante que vende comida árabe y dice que casi la mitad de sus clientes eran estadounidenses. Pero a partir del ataque del 7 de octubre, esa clientela se desinfló y sus ingresos están muy golpeados.
Me encontré con él mientras estaba ocupado en la cocina. “Los clientes estadounidenses ahora están asustados de venir aquí y nosotros también estamos asustados de ellos”.
Khaled y otros palestinos con quienes he hablado culpan a la postura oficial de EE.UU. ante el conflicto en Gaza, como también a los medios tradicionales, por el incremento en las hostilidades que a diario enfrentan. Sostienen que la retórica es antipalestina.
“No quiero que mi negocio, yo o cualquiera de mis clientes sea víctima de un extremista agresivo”, expresa Khaled.
El Consejo para las Relaciones Islámico-estadounidenses (CAIR, por sus siglas en inglés), una importante organización de derechos civiles musulmanes en EE.UU., recibió 2,171 solicitudes de auxilio y reportes de discriminación contra musulmanes y palestinos, entre el inicio del conflicto hasta el 2 de diciembre de 2023.
Las cifras representan un aumento de 172% comparadas a las del mismo período el año anterior.
“Sentido de culpabilidad”
William Asfour tenía sólo 4 años cuando dejó Gaza para ir a EE.UU. hace más de 20 años.
Tenía planeado visitar a su familia allá en octubre, pero ya había pospuesto su viaje por razones personales cuando sucedió el ataque del 7 de octubre.
“Ver lo privilegiado que muchos somos aquí, como tener agua, electricidad y comida, me hacer sentir culpable”, indica. “Tengo el síndrome del sobreviviente”.
La madre de William, Etaf Asfour, no cree que su vida vuelva a ser la misma. Empieza a llorar cuando me dice que ha perdido a más de 200 miembros de su familia en Gaza.
“Me voy a dormir pero mi mente sigue despierta, preguntándome quién será el siguiente que irán a matar”.