A todos se nos encogió el corazón cuando vimos liberados a los 222 presos políticos. Escuchar los relatos de cómo eran tratados y lo que pasaron mientras eran injustamente privados de su libertad causa repudio hacia sus captores, tanto a los ejecutores como a los autores intelectuales de las órdenes. No es una alegría total porque siguen tras las rejas muchas personas, incluyendo a monseñor Rolando Álvarez, además que todavía el país sufre las consecuencias de ser gobernado por “líderes” que desde hace mucho tiempo perdieron la vergüenza y hunden cada vez más a nuestra nación en la miseria.
La liberación de los prisioneros es una victoria de la diplomacia y de la presión de la comunidad internacional. He escuchado muchas informaciones de las posibles sanciones venideras hacia un grupo en específico y cómo obligaron a los que ejercen el poder a doblegar su brazo, a tragar saliva y comerse sus palabras. No obstante, la libertad es un paso importante, pero no el definitivo, apenas es el comienzo.
El reto de la diáspora
El segundo oxígeno se debe aprovechar. Los presos políticos liberados encendieron las esperanzas de ver un milagro a corto plazo de romper las cadenas a toda la nación y construir una nueva Nicaragua, para eso se necesitan elecciones adelantadas con todas las garantías internacionales. Y digo que renovaron las ilusiones por recuperar el país porque todo esto sucedió de un momento a otro, cuando se veía al terruño dormido y adaptándose a vivir bajo la soga al cuello de la represión, amenazas, corrupción, injusticia y sin democracia, apareció la noticia que nos tiene a todos contento.
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Aquí viene el siguiente paso elemental: la organización de la diáspora nicaragüense. Ahora hay muchos líderes desde la popularidad, la intelectualidad, la experiencia y la juventud para organizar un bloque de nicaragüenses con la capacidad de reaccionar como uno solo ante las necesidades del país. Considero que el pasado nos ha enseñado que habrá que dejar los protagonismos, los egos y el orgullo a un lado, para darle paso a los verdaderos intereses del pueblo de Nicaragua. La clave es aprender de los errores, en retomar el pasado como eje de decisiones que no se deben repetir. Tener a tantas figuras capaces es positivo, no obstante, querer caminar unilateralmente solo traería como consecuencia la desunión y desilusión de los nicaragüenses.
Monseñor, el más nicaragüense
Monseñor Rolando Álvarez demostró con sus acciones lo que es ser un verdadero cristiano, de acciones y no de palabras, es un claro representante de Dios en la tierra y su decisión, si bien es cierto le costó su libertad física, mostró la verdadera cara del “monstruo” gubernamental. Álvarez es más nicaragüense que las personas que le arrebataron su nacionalidad. Una persona creyente de sus principios y su misión causa terror a “líderes” instaurados a punta de sangre. El Papa está con él, las leyes constitucionales lo respaldan y posee el amor y respeto de todos.
Un abrazo monseñor desde la distancia, usted es uno de los soldados élite de Dios.